P. Antonio Rivero, L.C.
Décimo octavo domingo del Tiempo ordinario
Idea principal: “Guardaos de toda codicia”. Ante los
bienes materiales, ni desprecio, ni apego, sino el “tanto cuanto” de san
Ignacio de Loyola.
Síntesis del mensaje: “La avaricia rompe el saco”. Esta
frase proverbial parte de la imagen de un ladrón que iba poniendo en un saco
cuanto robaba y cuando, para que la cupiera más, apretó lo que iba dentro, el
saco se rompió. La codicia rompe el saco es una forma más
antigua que La avaricia rompe el saco, como lo muestra su presencia
en obras como La Lozana Andaluza 252, El Guzmán de
Alfarache, esa novela picaresca de Mateo Alemán, El Quijote I
20, II 13 y 26. Una forma sinónima aparece en El Criticón de
Baltasar Gracián:Por no perder un bocado, se pierden cientos. El corazón
del codicioso no reposa ni siquiera de noche (evangelio). Busquemos las cosas
de arriba (2ª lectura), pues las de acá abajo no sacian y son perecederas (1ª
lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ante los bienes materiales no cabe el
despreciarlos. Jesús no nos está invitando a despreciar los bienes de la
tierra (evangelio). Son buenos y lícitos, y si conseguidos honestamente nos
ayudan a llevar una vida digna y desahogada, en orden a tener una casa
confortable y un trabajo remunerado, alimentar y sostener la familia, ofrecer
una buena educación a los hijos y ayudar a los necesitados. La riqueza en sí no
es buena ni mala: lo que puede ser malo es el uso que hacemos de ella y la
actitud interior ante ella. Si Jesús llamó necio o insensato al rico del
evangelio, no es porque fuera rico, o porque hubiera trabajado por su bienestar
y el de su familia, sino porque había programado su vida prescindiendo de Dios
y olvidando también la ayuda a los demás. La codicia lleva a los hombres a
expresar un profundo amor por las posesiones, lo que los constituye en
idólatras.
En segundo lugar, ante los bienes materiales nos haría muy mal
el apegarnos o idolatrarlos. Basta abrir la Sagrada Escritura: Judas fue codicioso y
entregó a su Maestro; David codició a Betsabé y cometió asesinato; Jacob
codició los derechos de su hermano y le incitó a despreciarlos; los hijos de
Jacob codiciaron el amor del padre y por envidia quisieron matar a su hermano
José; Ananías y Safira mintieron y murieron. La codicia es un pecado tan antiguo como sutil. En el
mundo en que vivimos, materialista por excelencia, no es nada raro que nos
veamos tentados por la codicia. La Palabra de Dios nos habla del origen de la
codicia, de sus efectos y de cómo enfrentarla. Este dicho esta ligado a la
fábula de Esopo que habla del perro y el reflejo en el río. Un perro que iba
con un pedazo de carne en su hocico y al pasar por un puente vio su imagen
reflejada en el agua.. pensó que era otro perro que tenía un pedazo más grande
y quiso quitárselo…El resultado: se quedó sin nada. Qohelet (1ª lectura) nos
invita a relativizar los diversos afanes que solemos tener con su tono
pesimista: “vanidad, todo es vanidad”, que podemos también traducir
así: “vaciedad, todo es vaciedad”. La riqueza no nos lo da
todo en la vida, ni es lo principal: la muerte lo relativiza todo. Es sabio
reconocer los límites de lo humano y ver las cosas en el justo valor que
tienen, transitorio y relativo. Tanto afán y tanta angustia, incluso del
trabajo, no puede llevarnos a nada sólido. Nuestra vida es como la hierba que
está fresca por la mañana y por la tarde ya se seca (Salmo). Jesús en el
evangelio nos invita al desapego del dinero porque no es un valor absoluto ni
humana ni cristianamente. Por encima del dinero está la amistad, la vida de
familia, la cultura, el arte, la comunicación interpersonal, el sano disfrute
de la vida, la ayuda solidaria a los demás. Hay que tener tiempo para sonreír,
jugar, “perder tiempo” con los familiares y amigos.
Finalmente, ante los bienes materiales sigamos la consigna de san Ignacio de Loyola: “en tanto cuanto”. La regla del «tanto cuanto» es importante para todos los mortales. No se trata de una doctrina filosófica, ni de una planificación económica, ni de un proyecto político, pero pudiera servir para todo. El gran San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, lo presenta con las siguientes expresiones. “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos, de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados”(Ejercicios, nº 23). Esta regla, de alguna forma la emplean todas las personas, pero no en el sentido en el que exige San Ignacio, porque todos buscan las criaturas, tanto en cuanto lo puedan enriquecer, deleitar, distraer, divertir. Es una óptica totalmente diversa, ya que la mayoría emplea la filosofía del tanto cuanto, sólo en logros terrenos, humanos, materiales, olvidando aplicar esta fórmula en nuestras relaciones con Dios, en el negocio más importante: la salvación del alma. Sólo cuando tenemos a Cristo como Señor de nuestras vidas, podemos estar seguros de que moriremos más y más al pecado y viviremos más y más para El, interesándonos por la salvación del alma.
Para reflexionar: ¿Dónde pongo mi felicidad: en las cosas
materiales y perecederas o en las cosas eternas e incorruptibles? ¿Podría
afirmar de verdad que uso y deseo todo «tanto cuanto» me es provechoso para mi
salvación eterna? ¿Peco de codicia, aceptando sobornos, aprovechándome del
débil para mi beneficio, defendiendo al injusto, ardiendo de envidia, viviendo
siempre descontento con lo que tengo?
Para rezar: Dios
Todopoderoso que impulsaste a san Antonio Abad a abandonar las cosas de este
mundo para seguir en pobreza y soledad el Evangelio de tu Hijo, te pedimos que,
a ejemplo suyo sepamos desprendernos interior y exteriormente de todo lo que
nos impide amarte y servirte con todo el corazón, el alma y las fuerzas. Por
Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.