El Papa el domingo en el Ángelus
«¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El Evangelio de este domingo se abre con la escena de Jesús que reza solo, apartado; cuando termina los discípulos le dicen: “Señor enséñanos a rezar”. Y él responde: “Cuando rezan digan Padre…”. Esta palabra es el secreto de la oración de Jesús, es la llave que él mismo nos da para que podamos entrar también nosotros en esa relación de diálogo confiado con el Padre que ha acompañado y sostenido su vida.
Al nombre de “Padre”, Jesús asocia dos peticiones: “sea santificado tu nombre, venga tu reino”. La oración de Jesús, y por lo tanto la oración cristiana, es antes de todo hacerle un lugar a Dios, dejándole manifestar su santidad en nosotros y haciendo avanzar su reino a partir de la posibilidad de ejercitar su señoría de amor en nuestra vida.
Otras tres peticiones completan esta oración que Jesús nos enseña, el Padre Nuestro. Son tres preguntas que expresan nuestras necesidades fundamentales: el pan, el perdón y su ayuda en las tentaciones. No se puede vivir sin pan, no se puede vivir sin el perdón y no se puede vivir sin la ayuda de Dios en las tentaciones.
El pan que Jesús nos hace pedir es aquel necesario, no el superfluo; es el pan de los peregrinos, del justo, un pan que no se acumula y no se desperdicia, que no vuelve pesada nuestra marcha.
El perdón es sobre todo el que nosotros mismos recibimos de Dios: solamente la conciencia de ser pecadores perdonados por la infinita misericordia divina puede volvernos capaces de cumplir gestos concretos de reconciliación fraterna.
Si una persona no se siente pecador perdonado, nunca podrá hacer un gesto de perdón o de reconciliación. Se inicia del corazón donde nos sentimos pecadores perdonados. La último petición “no nos dejes caer en la tentación”, expresa la conciencia de nuestra condición, siempre expuesta a las insidias del mal y de la corrupción. ¡Todos conocemos qué es una tentación!
La enseñanza de Jesús sobre la oración sigue con dos parábolas, con las cuales Él toma como modelo la actitud de un amigo hacia otro amigo y el de un padre hacia su hijo.
Ambas nos quieren enseñar a tener plena confianza en Dios, que es Padre. Él conoce mejor que nosotros mismos nuestras necesidades, pero quiere que se las presentemos con audacia y con insistencia, porque este es nuestro modo de participar a su obra de salvación.
¡La oración es el primero y principal ‘instrumento de trabajo’ en nuestras manos! Insistir con Dios no sirve para convencerlo sino para robustecer nuestra fe y nuestra paciencia, o sea nuestra capacidad de luchar junto a Dios por las cosas realmente importantes y necesarias. En la oración somos dos: Dios y yo para luchar juntos por las cosas importantes.
Entre estas hay una, la cosa importante que Jesús nos dice hoy en el Evangelio, pero que casi nunca nos planteamos, y es el Espíritu Santo. “¡Dóname el Espíritu Santo!”. Y Jesús lo dice: “Aunque ustedes sean malos, saben dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre vuestro del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo piden”. ¡El Espíritu Santo! Tenemos que pedir que el Espíritu Santo venga a nosotros. ¿Pero para qué sirve el Espíritu Santo? Sirve para vivir bien, para vivir con sabiduría, con amor, haciendo la voluntad de Dios. ¡Que linda oración sería que en esta semana cada uno de nosotros le pidiera al Padre: “Padre, dame el Espíritu Santo”.
La Virgen nos lo demuestra con su existencia, toda animada por el Espíritu de Dios. Nos ayuda Ella a rezar al Padre unidos a Jesús, para vivir no de manera mundana, sino de acuerdo al Evangelio, guiados por el Espíritu Santo».
El Santo Padre reza la oración del ángelus y después dirige las siguientes palabras:
«En estas horas nuestro ánimo se encuentra una vez más turbado por las tristes noticias relativas a los deplorables actos de terrorismo y de violencia que han causado dolor y muerte.
Pienso en los dramáticos hechos de Múnich en Alemania y de Kabul en Afganistán, donde han perdido la vida numerosas personas inocentes.
Estoy cerca de las familias de las víctimas y de los heridos. Les invito a unirse a mi oración, para que el Señor inspire a todos propósitos de bien y de fraternidad.
En la medida que las dificultades más parecen insuperables y oscuras las perspectivas de seguridad y de paz, tanto más insistente tiene que volverse nuestra oración”».
El Papa reza un Ave María, acompañado por todos los presentes.
«Queridos hermanos y hermanas, en estos días muchos jóvenes desde cada parte del mundo se están encaminado hacia Cracovia, donde se realizará la XXXI Jornada Mundial de la Juventud.
También yo partiré el miércoles próximo para encontrar a estos muchachos y muchachas y celebraré con ellos y para ellos el Jubileo de la Misericordia, con la intercesión de Juan Pablo II.
Les pido que me acompañen con la oración. Desde ahora saludo y agradezco a todos los que están trabajando para recibir a los jóvenes peregrinos, con numerosos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas.
Un pensamiento especial lo dirijo a tantísimos jóvenes de su edad, que no pudiendo estar personalmente seguirán el evento a través de los medios de comunicación. ¡Estaremos todos unidos en la oración!».
Y ahora les saludo a ustedes, queridos peregrinos provenientes de Italia y de otros países. En particular los de São Paulo y de São João de Boa Vista, en Brasil; al coro “Giuseppe Denti” de Cremona; a los particular a la peregrinación en bicicleta de Piumazzo a Roma, enriquecido por un empeño de solidaridad.
Saludo a los jóvenes de Valperga y Pertusio Canavese, Turín: sigan intentando vivir y no sobrevivir, como han escrito en sus camisetas.
A todos les deseo un buen domingo. Y por favor no se olviden de rezar por mí. “¡Buen almuerzo y hasta la vista!”».
ANSA
(ZENIT – Ciudad del Vaticano). El papa Francisco rezó este domingo la oración del ángelus desde la ventada de su estudio que da hacia la plaza de San Pedro, donde se encontraban miles de fieles y peregrinos.
A continuación las palabras del Santo Padre, texto completo