5/15/18

Obediencia al Espíritu Santo

El Papa en Santa Marta


El texto de la Primera Lectura de hoy (Hch 20,17-27) recoge el momento en que Pablo se despide de los ancianos de la Iglesia para ir a Jerusalén “forzado por el Espíritu”, dice. El Apóstol manifiesta su obediencia al Espíritu Santo y el amor a su grey. Pidamos que todos los obispos sean así. Porque es un pasaje fuerte, es un texto que llega al corazón; y también una escena que nos hace ver el camino de cada obispo a la hora de despedirse.
En el texto se cuenta que Pablo convoca en Éfeso a los ancianos de la Iglesia, a los presbíteros. Hace una reunión del Consejo presbiteral para despedirse de ellos, y lo primero que hace es una especie de examen de conciencia, dice lo que ha hecho por la comunidad y lo somete a su juicio. Aunque pueda parecer un poco orgulloso, en cambio, Pablo es objetivo. Solo se gloría de dos cosas: de sus propios pecados y de la cruz de Jesucristo que le salvó.
Luego explica que ahora, “forzado por el Espíritu”, debe ir a Jerusalén. Es la experiencia del obispo, del obispo que sabe discernir el Espíritu, que sabe discernir cuándo es el Espíritu de Dios el que habla y sabe defenderse cuando habla el espíritu del mundo.
Pablo sabe, de algún modo, que está yendo a la tribulación, a la cruz, y eso nos hace pensar en la entrada de Jesús en Jerusalén: Él entra para padecer, y Pablo también va a la pasión. El Apóstol se ofrece al Señor, obediente, “forzado por el Espíritu”. El obispo que va siempre adelante, pero según el Espíritu Santo. Eso es Pablo.
Finalmente, el Apóstol se despide, entre el dolor de los presentes, y da unos consejos, su testamento, que no es un testamento mundano, un legado de cosas. No aconseja: “Este bien que dejo dádselo a este, esto a aquel, lo otro…”: eso sería un testamento mundano. Su gran amor es Jesucristo. El segundo amor, la grey. Vigilad sobre vosotros mismos y sobre toda la grey. Haced vela sobre le grey; sois obispos para la grey, para proteger le grey, no para trepar en una carrera eclesiástica, ¡no!
Pablo encomienda a Dios a los presbíteros, seguro de que Él los protegerá y los ayudará. Luego, vuelve a su experiencia diciendo que no había deseado para sí ni plata ni oro ni el vestido de nadie. El testamento de Pablo es un testimonio. Es también un anuncio. Es también un reto: Yo he hecho este camino. Continuad vosotros. Cuán lejos está este testamento de los testamentos mundanos: Esto lo dejo a ese, aquello al otro…, muchos bienes. Pablo no tenía nada, solo la gracia de Dios, el valor apostólico, la revelación de Jesucristo y la salvación que el Señor le había dado.
Cuando yo leo esto, pienso en mí, porque soy obispo y debo despedirme. Pido al Señor la gracia de poderme despedir así. Y en el examen de conciencia no saldré vencedor como Pablo. Pero, el Señor es bueno, es misericordioso. Pienso en los obispos, en todos los obispos. Que el Señor nos dé la gracia a todos de podernos despedir así, con ese espíritu, con esa fuerza, con ese amor a Jesucristo, con esa confianza en el Espíritu Santo.