Homilía del Prelado del Opus Dei, en la memoria litúrgica del beato Álvaro del Portillo
La celebración eucarística ha tenido lugar en la basílica de san Eugenio (Roma).

(1ª L: Ez 34,11-16; Sal 22; Ev: Jn 10,11-16)
Este es el siervo fiel y prudente, a quien el Señor ha puesto al frente de su casa (cfr. Lc 12,42). Estas palabras del canto de entrada nos introducen con sentimientos de alegría y piedad en esta celebración.
Sí, el beato Álvaro fue un siervo fiel que gastó su vida en ser apoyo y luego sucesor de san Josemaría al frente del Opus Dei. Él fue un hijo leal de la Iglesia. Como escribía el Papa Francisco con ocasión de la beatificación de don Álvaro: “Especialmente destacado era su amor a la Iglesia, esposa de Cristo, a la que sirvió con un corazón despojado de interés mundano, lejos de la discordia, acogedor con todos y buscando siempre lo positivo en los demás, lo que une, lo que construye. Nunca una queja o crítica, ni siquiera en momentos especialmente difíciles, sino que, como había aprendido de san Josemaría, respondía siempre con la oración, el perdón, la comprensión, la caridad sincera”[1]. Nos podemos preguntar ahora, ¿es esta mi actitud habitual en mi vida diaria, ante las dificultades o los problemas?
Hombre fiel y prudente, así era el beato Álvaro. Por eso acudo ahora a su intercesión para que el Señor nos haga a todos fieles y prudentes. Pidámosle la virtud de la prudencia para ser, en todo momento, fieles al Evangelio ante las circunstancias cambiantes de tiempo y de lugares. Una fidelidad con la que no seguimos a una idea, sino a una Persona: a Cristo Jesús, Señor nuestro, que da un siempre nuevo horizonte a la vida de cada una y de cada uno.
La liturgia de la Palabra de esta celebración nos presenta la figura del Buen Pastor. En la primera lectura, Dios habla a través del profeta Ezequiel: "Como un pastor vela por su rebaño, así velaré yo por mis ovejas. Las reuniré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y brumas" (Ez 34,12). Luego, en el Evangelio de san Juan, la figura del pastor se concreta: “Yo soy el buen pastor [...] y doy mi vida por las ovejas” (Jn10,14-15).
En efecto, Él, Jesús, es verdaderamente quien da la vida por sus ovejas, quien va tras la oveja descarriada y quien la conduce hacia fuentes tranquilas, como reza el salmo responsorial (cfr. Sal 22). Amar a los hombres que le han sido confiados, tal como los ama Cristo, es una de las características fundamentales de un buen pastor. Así vivió a lo largo de su existencia el beato Álvaro: con su actitud acogedora, comprensiva y llena de paz. Porque “quien está muy metido en Dios sabe estar muy cerca de los hombres. La primera condición para anunciarles a Cristo es amarlos, porque Cristo ya los ama antes. Hay que salir de nuestros egoísmos y comodidades e ir al encuentro de nuestros hermanos”[2].
Nos podemos preguntar: ¿Por qué salir de nuestros egoísmos y comodidades? ¿Acaso no es algo que choca con los estándares actuales de felicidad? ¿Qué sería de mi libertad si se la entrego a Dios, y por Él, a los demás? O incluso, en términos de utilidad, algo muy propio de nuestra sociedad moderna: ¿qué gano si me decido a olvidarme de mí mismo, a entregarme a los demás? Estas preguntas nos hablan de una cuestión fundamental: solo acogiendo el don de Dios, se encuentra la verdadera felicidad.
La felicidad se expresa en la alegría; y la alegría cristiana −en palabras de san Josemaría− tiene "raíces en forma de Cruz"[3]; es alegría "en el Señor" (cfr. Flp 4,4): la que Jesús nos ha ganado en la Cruz. Esta alegría es capaz no sólo de permanecer, sino de crecer, ante las dificultades y sufrimientos, por la fuerza de la fe, de la esperanza y del amor. Así lo hemos podido ver en la vida del beato Álvaro, buen pastor de sus hijas y de sus hijos.
Acudamos en este mes de mayo a Santa María, Virgo fidelisVirgo prudentissima, para que nos ayude a crecer en la prudente fidelidad de saber y querer dar, día a día, la vida por los demás, con alegría.
Así sea.
Fuente: opusdei.org.

[2] Ibid.
[3] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 43.