P. ANTONIO RIVERO, L.C.
XVII Domingo del Tiempo Ordinario - Ciclo C
Textos: Gn 18, 20-21.23-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13
Idea principal: Nuestra línea telefónica y nuestro whatsapp con Dios es la oración, que debe ser confiada, perseverante, humilde e intercesora. El Wi-Fi de Dios está siempre conectado.
Síntesis del mensaje: Lucas, que nos acompaña en este ciclo C, es el evangelista que más veces hace alusión a Jesús orante, tanto en comunidad como en solitario, en momentos de alegría o de crisis. El domingo pasado nos invitaba Jesús, en la casa de Marta y María, a escuchar la Palabra y a dar prioridad a la oración antes que a la acción. Hoy nos ayuda a entender la importancia de la oración en nuestra vida, enseñándonos el Padrenuestro y también indicándonos las cualidades que debe tener nuestra oración. La oración no es una cuestión de técnicas; una oración buena es la que nos hace encontrar a Dios y poco a poco nos transforma interiormente.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, veamos la oración de Abraham. Es una oración porfiada de intercesión, a favor de los habitantes de Sodoma y Gomorra, a pesar de su gran pecado. Es entrañable –y típico oriental- el “regateo” de Abrahán ante Dios. Le pide con confianza “rebajas”, aunque conocía el gran pecado de aquella ciudad. Y Dios le escucha, aunque no haya encontrado ni siquiera esos diez justos que le sugería Abrahán. Aprendamos de Abrahán a pedir por la Iglesia, por nuestras naciones, por los enfermos y ancianos, por los jóvenes, por los que sufren, por los pecadores, por las familias, por la paz del mundo, por los gobernantes. Oración de intercesión.
En segundo lugar, veamos la oración de Jesús. Jesús ora con frecuencia y largamente; algunas veces, como nos recuerdan los evangelistas, pasa incluso toda la noche en oración (cf. Lc 6, 12). Jesús ora antes de tomar cualquier decisión importante: por ejemplo, antes de escoger a sus apóstoles; antes de salir para Jerusalén; antes de enviar a los discípulos en misión. Jesús ora en la soledad. A veces se levanta muy pronto por la mañana, para poder orar tranquilamente, aunque el día anterior haya tenido que ocuparse durante mucho tiempo de los enfermos (cf. Mc 1, 32.35). ¿Por qué ora? Porque siente un intenso deseo de vivir en unión con su Padre del cielo. Su ejemplo suscita en los discípulos el deseo de ser instruidos en la oración. Por eso le piden: “Señor, enséñanos a orar”. Y nos enseña la más sublime oración, el Padrenuestro: la primera parte dirigida a Dios (sea alabado y santificado su Nombre, implorado su Reino, cumplida su Voluntad). La segunda es para nosotros: le pedimos el pan material y espiritual; perdón de nuestras ofensas, nos aparte de la tentación y nos libre del mal y del maligno.
Finalmente, analicemos nuestra oración. Tengamos nuestro whatsapp con Dios actualizado y siempre abierto. La contraseña para entrar en el whatsapp de Dios es ORACIÓN. ¿Qué es la oración? “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscrito C, 25r). “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes” (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68). Y para san Agustín, la oración es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él. Y el Catecismo dice en el número 2564: “La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. Es acción de Dios y del hombre; brota del Espíritu Santo y de nosotros, dirigida por completo al Padre, en unión con la voluntad humana del Hijo de Dios hecho hombre”. ¿A qué vamos a la oración? A alabar y adorar a Dios, a darle gracias, a pedirle perdón e implorarle por nuestras necesidades. ¿Cómo debemos rezar? Con sencillez y humildad, con atención y confianza, con perseverancia. ¿Qué obstáculos encontramos en nuestro día a día para rezar bien? El miedo al silencio, a la soledad y a encontrarnos con nosotros mismos, las distracciones, el pensar sólo en las cosas materiales, el peso de nuestros pecados, la tibieza y la mundanidad, de la que tanto habla el papa Francisco. ¿Y los frutos de la oración?Frutos tanto individuales como para la comunidad. Estos frutos son lo que nos permiten decir que la oración no es algo puramente psicológico, porque tiene consecuencias. Si permanecemos fieles a la oración, poco a poco nos volvemos más apacibles, más delicados, más atentos a los demás. Comunicamos la paz de Dios. Luego están los santos, que gracias a la oración han logrado hacer grandes obras de amor impensables en un principio. Gracias a la oración uno puede llegar a sentir –a percibir sensiblemente- la presencia de Dios, su ternura y su alegría. De lo que se trata es que cada vez sea menos una oración de pensamiento, de cabeza, y cada vez más una oración de corazón, que se abra a Dios, en una apertura y abandono que hace que la oración sea profunda.
Para reflexionar: ¿Reservo unos diez o quince minutos diariamente en mi whatsapp espiritual para encontrarme con Dios y consagrar ese momento a Él? ¿Estoy conectado al Wi-Fi de Dios todo el día para ver sus mensajes? ¿He reflexionado que las actitudes esenciales para orar y relacionarnos con Dios son tres: un acto de fe, de esperanza y de amor, y no tanto, la sensibilidad ni la inteligencia? ¿Todo lo espero de Dios o también pongo mi parte? ¿Grito al Señor día y noche? ¿Rezo por los demás como Abraham por Sodoma y Gomorra?
Para rezar: “Señor, estoy ante ti como un pobre, veo todos mis pecados y mi fragilidad, pero no es un problema porque Tú eres mi esperanza. Es de ti que espero mi salvación, Señor; es de ti que espero la gracia que podrá curarme, purificarme y transformarme. Señor, no siento gran cosa y me gustaría comprenderlo todo, pero creo aún así con todo mi corazón que estás aquí”.