(12 julio 2019)
Queridísimos, ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
En estos días, desde que salí de Roma, he agradecido especialmente al Señor la maravilla de la Comunión de los santos. Con la certeza de la fe, nos sabemos incluso más cercanos unos a otros de lo que conllevaría la proximidad física.
Cuando llego a un lugar, parece como si los que nos encontramos allí hubiésemos estado siempre juntos. Y lo mismo sucede al dejar un sitio: las despedidas simplemente generan otra manera de acompañarnos. Siempre estamos en casa y siempre podemos hacer la Obra y servir a la Iglesia, desde cualquier lugar en el que estemos.
También en momentos difíciles, encontramos fuerza en esa realidad que nos une íntimamente y que es consecuencia de nuestra personal unión con Jesucristo.
Recuerdo unas palabras escritas por san Josemaría en la Legación de Honduras, en unos momentos en los que prácticamente no podía moverse: “Estoy siempre a cien leguas del lugar físico donde me encuentro” (30-IV-1937). Lo podía decir porque se sabía muy unido también con quienes no estaban cerca.
Sé que cuento con el apoyo de vuestra oración y de vuestra alegría durante este viaje por Estados Unidos y Canadá. Yo también os acompaño a todos: especialmente nos encontramos cada día en la Santa Misa.
Con todo cariño, os bendice
vuestro Padre