El Papa ayer antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy celebramos la Fiesta de la Presentación del Señor: cuando el recién nacido Jesús fue presentado en el templo por la Virgen María y San José. Hoy también en la fecha en la que se celebra la Jornada de la Vida consagrada, lo que recuerda el gran tesoro en la Iglesia de aquellos que siguen de cerca al Señor profesando los consejos evangélicos.
El Evangelio (cf. Lc 2:22-40) nos dice que, cuarenta días después de su nacimiento, los padres de Jesús llevaron al niño a Jerusalén para consagrarlo a Dios, como prescribe la ley judía. Y mientras se describe un rito previsto por la tradición, este episodio llama nuestra atención sobre el ejemplo de ciertos personajes. Están atrapados en el momento en que experimentan el encuentro con el Señor en el lugar donde Él se hace presente y cercano al hombre. Se trata de María y José, Simeón y Ana, que representan los modelos de acogida y de entrega de sus vidas a Dios. No fueron los mismos estos cuatro, eran todos diferentes, pero todos buscaban a Dios y se dejaban guiar por el Señor.
El evangelista Lucas describe a los cuatro en una doble actitud: actitud de movimiento y actitud de asombro.
La primera actitud es el movimiento. María y José caminan hacia Jerusalén; por su parte, Simeón, movido por el Espíritu, fue al templo, mientras que Ana servía a Dios día y noche sin parar. De esta manera los cuatro protagonistas del pasaje del Evangelio nos muestran que la vida cristiana exige dinamismo y requiere voluntad de caminar, dejándose guiar por el Espíritu Santo. El inmovilismo no se corresponde con el testimonio cristiano y la misión de la Iglesia. El mundo necesita cristianos que se dejen mover, que no se cansen de caminar… en las calles de la vida, para llevar la palabra reconfortante de Jesús a todos. Cada persona bautizada ha recibido la vocación al anuncio – anunciar algo, anunciar a Jesús -, la vocación a la misión evangelizadora: ¡proclamar a Jesús! Las parroquias y las diferentes comunidades eclesiales están llamadas a fomentar el compromiso de los jóvenes, las familias y los ancianos, para que todos puedan tener una experiencia cristiana, viviendo la vida y la misión de la Iglesia como protagonistas.
La segunda actitud con la que San Lucas presenta a los cuatro personajes de la historia es la asombro. El primero era el movimiento. Ahora es el asombro. María y José «se asombraron de las cosas que se decían de él [de Jesús]». (v. 33). El asombro es una reacción explícita también del viejo Simeón, que en el Niño Jesús ve con sus ojos la salvación obrada por Dios en favor de su pueblo: la salvación que había estado esperando durante años. Y lo mismo se aplica a Ana, que “también comenzó a alabar a Dios” (v. 38) y a decir a la gente, a las persona, este es Dios. Es una santa habladora. Pero que hablaba bien, hablaba cosas buenas, no cosas malas. Anunciaba: una santa que fue de una mujer a otra mostrándoles a Jesús. Estas figuras de creyentes están envueltas en el asombro, porque se dejan capturar e involucrar en los eventos que estaban ocurriendo ante sus ojos. La capacidad de maravillarse ante las cosas que nos rodean favorece la experiencia religiosa y hace fructífero el encuentro con el Señor. Por el contrario, la incapacidad de asombrarnos nos hace indiferentes y amplía la distancia entre el camino de la fe y la vida cotidiana. Hermanos y hermanas, siempre en movimiento y dejándonos abiertos al asombro!
Que la Virgen María nos ayude a contemplar cada día en Jesús el don de Dios para nosotros, y a dejarnos involucrar por Él en el movimiento del don, con alegre asombro, para que toda nuestra vida se convierten en una alabanza a Dios al servicio de los hermanos.