Juan Luis Selma
Ahora, que el hombre sueña en ser dueño de la vida, producirla, mantenerla y prolongarla, se está difundiendo el miedo, el hastío a la vida. El postmoderno, el de Instagram, el de la buena imagen, no admite la fragilidad, los límites
Edu tiene diecisiete años, estaría en segundo de Bachillerato, es listo, fuerte, deportista y guapo. Tiene un montón de amigos y una familia estupenda. Además, es creyente y quiere ser santo. Pero desde hace tres años está impedido por un infarto cerebral. Lo único que mueve son los ojos. Voy a verle todas las semanas, unas veces está más contento y otras cansado, pero siempre me regala una sonrisa que vale todo el oro del mundo. Está rodeado de la atención, que la necesita toda, de sus padres, hermanos y demás familia. Tiene el apoyo de médicos y terapeutas. No le faltan las visitas de sus amigos y amigas, y de vez en cuando, le llevan a un concierto. También a misa los domingos. Con esa sonrisa, que me gustaría que la vieran, Edu canta a la Vida. El clásico del cine enunciado nos viene bien para recordar la importancia de cada vida humana, todo el bien que hacemos por el mero hecho de vivir, aunque en ocasiones no le veamos sentido. Quiero loar la vida en estos momentos en los que lo difícil es sobrevivir. Hay que vivir con gozo, con pasión, con la misma fuerza que fluye el agua del manantial.
Ahora, que el hombre sueña en ser dueño de la vida, producirla, mantenerla y prolongarla, se está difundiendo el miedo, el hastío a la vida. El postmoderno, el de Instagram, el de la buena imagen, no admite la fragilidad, los límites. Antaño la percepción de lo precario de nuestro ser nos llevaba a agruparnos y a ayudarnos unos a otros. Ahora preferimos estar libres de vínculos, la soberbia nos lleva a encerrarnos en nosotros mismos, a estar orgullosamente solos, y así nos invade el pánico a vivir. Preferimos obviar las dificultades, los peligros, las imperfecciones y nos abocamos a la cultura de la muerte.
Hace falta un canto incondicionado a la existencia. Enseñar que vivir es bello. Que la vida es el mayor don que hemos recibido. Y esto se aprende en el hogar, los padres transmiten con sus luchas diarias, con buen humor, poniendo "al mal tiempo buena cara", que vivir es enfrentarse a las dificultades, superarlas. Que cuando todo se vuelve oscuro está cerca el amanecer. Deberíamos quejarnos menos. Ser más agradecidos. Apostar por el buen humor, por lo positivo. Transmitir que, para vencer los obstáculos, las dificultades, está la ayuda de la familia, de los amigos, de la sociedad. No podemos vivir como extraños, no podemos dejar a nadie solo, lamiéndose sus heridas.
Cuando se pierden las ganas de vivir, es que algo falla, y lo lógico es buscar soluciones. Hace poco me encontré con un chico de dieciséis con ganas de morir, había perdido el sentido de la vida. Gracias a Dios sus padres le llevaron a un buen profesional y con un tratamiento adecuado está superando las tentativas de suicidio. El cariño, la amistad, la familia, el recurso a los entendidos, ayudan en los momentos críticos. Lo que no vale es dar un empujón al que está al borde del abismo.
El debate sobre la eutanasia esconde algo oscuro, inconfesable. Puede haber algo de sentimentalismo. Pero es una trampa. Ninguna sociedad sana puede ser enemiga de la vida. Lo propio del grupo es defender a los individuos, cuidarlos para que estos, a su vez, lo cuiden; proteger a los más débiles. Éste es el auténtico sentido de lo social. No desprenderse del decaído. Si empujamos al debilitado hacia su extinción, podemos pensar que creamos un estatus más fuerte, pero lo que estamos transmitiendo es que somos un régimen implacable, un Saturno que devora a sus hijos ¡y esto sí que debilita a la sociedad! Nadie está cómodo en boca del lobo.
Tras la eutanasia puede haber intereses ideológicos y económicos. Una ideología de raza sana. Atea, por pensar que es divina, y que ha declarado la guerra al Dios de la vida; que, sabiendo que es incapaz de dar vida, vive en el delirio de pensar que las vidas le pertenecen. Pienso que donde se desprecia la vida hay algo de satánico. Se daña a los hijos para herir al Padre. Luchar contra la vida es intentar arremeter contra lo divino, lo transcendente. Contra el Dios vivo.
También son sombríos los motivos económicos. Cuidar a un enfermo crónico es muy caro. En el estado del bienestar las arcas deben estar llenas, no podemos dilapidar, hay gastos que no compensan. En Holanda aprueban la pastilla gratuita para los mayores de setenta años, es mucho más barata que los viajes del Imserso. ¡No podemos caer en esa vil tentación! Los ancianos molestan, viven demasiado, consumen mucho. Con un barniz de compasión les facilitamos que "dejen de sufrir". ¿No sería mejor ayudarles a vivir, cuidarles, darles una buena atención paliativa, mostrarles que les necesitamos, que una sonrisa suya compensa todo lo demás?
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es.