Mons. ENRIQUE DÍAZ DÍAZ
Domingo XIV del Tiempo Ordinario
Zacarías 9, 9-10: “Mira a tu rey que viene humilde hacia ti”
Salmo 144: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia”
Romanos 8, 9. 11-13: “Si con la ayuda del Espíritu dan muerte a los bajos deseos del cuerpo, vivirán”
San Mateo 11, 25-30: “Soy manso y humilde de corazón”
Nuestro mundo parece caerse a pedazos. Se siembra la desconfianza y se viven situaciones de angustia e inconformidad. Crisis económicas, crisis sociales, crisis de poder, crisis de la familia, crisis de los valores y encima una pandemia que ha venido a evidenciarnos y desnudarnos. Cada día más pobres, más desempleados, migrantes en medio de rechazos y discriminaciones, cada día más hambre, cada día más inseguridad… ¿No habrá otro camino para nuestro mundo?
Frente a este mundo incierto y confuso resuenan como fuera de contexto los gritos jubilosos del profeta Zacarías: “Alégrate sobremanera, hija de Sión; da gritos de júbilo, hija de Jerusalén” y no es que el pueblo israelita estuviera gozando periodos de paz y prosperidad sino, a lo que podemos entender, vivía periodos de una gran inseguridad y desconfianza. Pero es el mismo Dios quien le dice a su pueblo que se alegre, que cante, porque Él se acerca justo y victorioso. No viene hasta ellos montado en caballos de guerra, ni en un carro armado, sino que viene modesto y cabalgando en un asno, en un burrito. Dejando a un lado las expresiones de un Dios poderoso que con brazo fuerte destruye a los enemigos, hoy se nos anuncia al Mesías rompiendo las estructuras del poder y de la guerra, para construir una paz que se extenderá a los rincones de la tierra, la construcción de un nuevo mundo y de unas nuevas estructuras. Los carros de guerra no tienen sentido en un mundo de hermanos, los caballos de combate no tienen que hacer cuando se busca la armonía, y los arcos del guerrero no deben amenazar la vida de los que llevan nuestra misma sangre. La alegría que anuncia Zacarías está basada en un nuevo pensamiento y en unas nuevas relaciones.
San Pablo también se pone optimista afirmando que se puede superar el desorden egoísta del hombre y que se puede vivir conforme al Espíritu. Reconoce que el pecado ha asumido una especie de personalidad propia y que ha puesto bajo su yugo a la humanidad, haciéndonos vivir cautivos y esclavos, sujetándonos a su ley y a su paga. Pero la Resurrección de Jesús nos da nueva vida y nos libera de esta esclavitud, por eso ya “no estamos sujetos al desorden egoísta del hombre para hacer de ese desorden nuestra regla de conducta”. Estas proféticas palabras hoy se hacen muy presentes: si vivimos de acuerdo a ese “desorden”, ciertamente seremos destruidos. Es la amenaza que se cierne sobre la humanidad actual: necesitamos transformar radicalmente los fundamentos y estructuras de la sociedad para no perecer. No podemos seguir guiándonos por criterios del mundo, del poder, del dinero. Los valores que sembramos en el corazón de la niñez, van dando sus frutos. Nos hemos dejado deslumbrar por falsos valores que no proporcionan verdadera felicidad a la persona y que han ocasionado rivalidades, sangre, ambición y egoísmo. Es hora de cambiar profundamente personalmente y en sociedad, tanto en la comunidad internacional como en la familia. San Pablo nos asegura que si nos dejamos guiar por el Espíritu ciertamente viviremos.
Jesús en el evangelio nos trasmite una nueva paz y seguridad con su oración y con sus invitaciones. No es el rey todopoderoso que esperaban los israelitas, ni el sacerdote que viene a restituir la grandeza del templo, ni tampoco el gobernante extraordinario que soluciona todos los problemas del pueblo. Entiende y vive el poder como servicio y donación; el sacerdocio como santificación de la persona; y el reinado como la vida digna para todos por igual. Y su forma de construirlo es desde los pequeños, desde los humildes y desde los pacíficos. Sólo con humildad y con paz se puede romper el círculo de la violencia. Pero pacíficos y humildes no son, como alguien quisiera confundir, personas pasivas, sin nervio, sin ánimo, sin pasiones, indiferentes y sin emociones. Basta contemplar a Jesús: cuando es proclamado rey en su entrada a Jerusalén, va en un burrito, pero no duda en bajarse del burro, empuñar el látigo y descargarlo contra quienes se han atrevido a profanar el templo. Reprocha fuertemente a quienes lucran con la fe y el culto. Arde en su corazón el celo por la casa del Señor, “el templo y el sagrado recinto que es cada persona”. Así Cristo nos dice que el manso no es un resignado incapaz de afrontar los problemas, sino quien toma decisiones audaces frente a la injusticia. Si uno no está dispuesto a afrontar los retos y luchar con pasión por la justicia, no puede llamarse manso ni humilde: será irresponsable e indiferente.
La oración de agradecimiento de Jesús tienen este profundo sentido: los más sencillos, los más humildes son los que se comprometen con la verdad. Los sabios y entendidos, según el mundo, juegan con los sentimientos, buscan ventajas y abusan de su fortaleza. Precisamente Cristo ha elegido siempre a los pobres y sencillos; no es difícil descubrirlo en su evangelio. Hoy invita a los fatigados y agobiados a que coloquen su corazón junto al suyo para encontrar alivio. Su oración y su invitación son un camino para romper el círculo de violencia y para hacer crecer la esperanza de que es posible construir un mundo con otras formas, con otros ideales y con la base del amor y del servicio. Nos ofrece no sólo su ejemplo, sino que nos invita a poner nuestro corazón adolorido y confundido en sintonía con su corazón para recobrar la calma y la paz. Si nos acercamos a Él y seguimos sus ideales podremos encontrar paz y armonía a pesar de los graves retos y dificultades que debemos afrontar.
¿Cuáles son los valores que quiere imponerme el mundo y que no son acordes con el ideal de Jesús? ¿Creo que con Jesús es posible romper el círculo de la violencia? ¿Cómo me estoy comprometiendo en la vida diaria, en las circunstancias concretas, a construir este mundo nuevo?
Padre Bueno, Señor del cielo y de la tierra, juntamente con Jesús tu hijo amado, te alabamos y te bendecimos porque has manifestado un amor y una predilección especial por los pequeños y sencillos. Te suplicamos nos des un corazón libre y valiente para construir la nueva humanidad con tu hijo Jesús. Amén.