Javier Arnal
Es muy conveniente delimitar un feminismo que aúne los derechos de las mujeres y que podamos compartir la mayoría de los ciudadanos, sin enfrentamientos, sino sumando esfuerzos
Tras el 8M, Día Internacional de la Mujer, tal vez es más fácil extraer alguna conclusión o reflexión serena, pasadas ya las discusiones sobre autorizaciones o no sobre marchas con ese motivo en diferentes ciudades, polémicas, dardos dialécticos y algunas meteduras de pata de toda índole.
Hay cierto temor en no pocos periodistas a opinar sobre el feminismo, y eso me incita todavía más a escribir. Temor a ser impreciso, recibir críticas desde sectores radicales, ser tachado de “no se sabe qué”.
No me parece positivo que el feminismo se vaya convirtiendo en un tema tabú para debatir y opinar, por lo mucho que falta todavía por lograr en beneficio de los derechos de la mujer, y también porque hay personas o sectores que quieren imponer a todos los demás un feminismo con trazos que otros sectores no comparten, en legítima discrepancia y ejerciendo un sano ejercicio reflexivo y dialéctico.
Sobre el feminismo, no sólo es el 8M día indicado para hablar de ello, sino todo el año. Andan en juego muchas cosas en la sociedad que dependen de la justicia y el reconocimiento efectivo de los derechos de la mujer.
Al menos en España −es inevitable recordar cómo son atacados gravemente los derechos de la mujer en muchos países del mundo, a veces con silencios mundiales más que clamorosos−, mucho se ha avanzado, y en los países de nuestro entorno, pero queda mucho pendiente, y sobre todo por parte de los hombres, si pensar nunca que el feminismo atañe casi exclusivamente a las mujeres.
Es muy conveniente delimitar un feminismo que aúne los derechos de las mujeres y que podamos compartir la mayoría de los ciudadanos, sin enfrentamientos, sino sumando esfuerzos. Hay pancartas excluyentes, y pancartas integradoras.
No seamos ingenuos ni alardeemos de los logros alcanzados. Es conocido cómo se discrimina a las mujeres en ciertas empresas si desean tener hijos: hasta se les pregunta expresamente, y se les cortan expectativas laborales si responden que sí. Es lamentable que las empleadas del hogar no tengan derecho al paro. En las tareas domésticas estamos más implicados los hombres, pero todavía de modo insuficiente. Son sólo botones de muestra.
El feminismo en que es posible converger, en mi opinión, es el que protege el talento, las oportunidades y la justicia en las mujeres, igual que en los hombres. Parece simple, pero es muy amplio y exigente. Toda discriminación legal o práctica deberíamos denunciarla e impedirla, asumiéndolo los hombres y las mujeres: no es tarea exclusivamente femenina reivindicar los derechos de las mujeres.
En principio, no soy partidario de las “cuotas”, sino del talento y del merecimiento profesional. Si hay ocho mujeres en un Consejo de Administración por su valía, enhorabuena, pero que no sea por cuotas. O en un Gobierno.
También hay feminismos radicales que son un obstáculo actual todavía para el feminismo. Por ejemplo: el machismo de quienes afirman que la mujer debe quedarse a trabajar en la casa, pero también es radical que una mujer considere indigno-humillante-machista dedicarse profesionalmente a la casa.
Feminismos radicales como defender que la mujer decida ella sola −incluso siendo menor de edad− sobre un embarazo. O ciertos aspectos de la “ley trans” que propugna Irene Montero. O feminismos que lanzan sospechas sistemáticas sobre los hombres o justifican insultos expresamente, justificándose en un “pasado y presente machistas imperdonables”. O feminismos que gritan contra la violencia machista, y se niegan a admitir −o esconden− que hay también violencia, física o psíquica, de mujeres hacia los hombres. O feminismos que defienden que la sola denuncia de una mujer hacia su marido o novio ya le lleva a pasar esa noche en Comisaría, sin pruebas o medidas de protección razonables: se está demostrando que, a veces, la falsa acusación es una venganza.
Estas radicalizaciones feministas no benefician al auténtico feminismo, de igualdad, dignidad y defensa de los derechos de todos. No se trata de “ahora que sufran los hombres, que ya han sufrido las mujeres durante siglos”. Toda semilla de enfrentamiento o casi odio no conduce a nada positivo.
Seguimos viendo a muchas “superwoman” −mujeres que compaginan heroicamente el trabajo profesional, las tareas de la casa y el cuidado de los hijos o/y personas mayores− y pocos “superman”, con una notable absorción profesional y una escasa dedicación a la casa y la familia.
No hemos de pretender que la sociedad se rija por hombres y mujeres “super”, sino normales, que comparten tareas y velan equitativamente por los derechos de todos. Como digo, el primer feminismo es que los hombres cambiemos de mentalidad, asumamos en mayor medida las cargas del hogar y de la familia, y facilitemos que las mujeres gocen de mayores espacios de libertad y derechos: no es una concesión, es un deber.
Javier Arnal, en elconfidencialdigital.com