El Papa ayer en la Audiencia General
En estos días pasados el Señor me ha concedido visitar Irak, realizando un proyecto de San Juan Pablo II. Nunca un Papa había estado en la tierra de Abrahán; la Providencia ha querido que esto sucediera ahora, como signo de esperanza después de años de guerra y terrorismo y durante una dura pandemia.
Después de esta visita, mi alma está llena de gratitud. Gratitud a Dios y a todos aquellos que la han hecho posible: al presidente de la República y al Gobierno de Irak; a los patriarcas y a los obispos del país, junto a todos los ministros y los fieles de las respectivas Iglesias; a las Autoridades religiosas, empezando por el Gran Ayatolá Al-Sistani, con quien tuve un encuentro inolvidable en su casa en Nayaf.
Sentí con fuerza el sentido penitencial de esta peregrinación: no podía acercarme a ese pueblo atormentado, a esa Iglesia mártir, sin cargar sobre mí, en nombre de la Iglesia católica, la cruz que ellos llevan desde hace años; una cruz grande, como esa situada a la entrada de Qaraqosh. Lo sentí de forma particular viendo las heridas todavía abiertas de las destrucciones, y más aún al encontrar y escuchar a los testigos supervivientes de la violencia, la persecución, el exilio… Y al mismo tiempo vi a mi alrededor la alegría de acoger al mensajero de Cristo; vi la esperanza de abrirse a un horizonte de paz y fraternidad, resumido en las palabras de Jesús que eran el lema de la visita: «Vosotros sois todos hermanos» (Mt 23,8). Encontré esa esperanza en el discurso del presidente de la República, en muchos saludos y testimonios, en los cantos y gestos de la gente. La leí en los rostros luminosos de los jóvenes y en los ojos vivaces de los ancianos, en la gente que esperaba al Papa desde hacía cinco horas, de pie, también mujeres con niños en brazos… Esperaba, y en sus ojos había esperanza.
El pueblo iraquí tiene derecho a vivir en paz, tiene derecho a encontrar la dignidad que le pertenece. Sus raíces religiosas y culturales son milenarias: Mesopotamia es cuna de civilización; Bagdad ha sido en la historia una ciudad de importancia primordial, que albergó durante siglos la biblioteca más rica del mundo. ¿Y qué la destruyó? La guerra. La guerra siempre es el monstruo que, con el cambio de épocas, se transforma y continúa devorando a la humanidad. Pero la respuesta a la guerra no es otra guerra, la respuesta a las armas no son otras armas. Y yo me he preguntado: ¿quién vendía las armas a los terroristas? ¿Quién vende hoy las armas a los terroristas, que están masacrando otros lugares, pensemos en África por ejemplo? Es una pregunta que yo quisiera que alguien respondiera. La respuesta no es la guerra, la respuesta es la fraternidad. Este es el desafío para Irak, pero no solo: es el desafío para tantas regiones en conflicto y, en definitiva, es el desafío para el mundo entero: la fraternidad. ¿Seremos capaces de hacer fraternidad entre nosotros, de hacer una cultura de hermanos? ¿O seguiremos con la lógica iniciada por Caín, la guerra? Fraternidad, fraternidad.
Por eso nos hemos encontrado y hemos rezado, cristianos y musulmanes, con representantes de otras religiones, en Ur, donde Abrahán recibió la llamada de Dios hace unos cuatro mil años. Abrahán es padre en la fe porque escuchó la voz de Dios que le prometía una descendencia, dejó todo y partió. Dios es fiel a sus promesas y aún hoy guía nuestros pasos de paz, guía los pasos de quien camina en la Tierra con la mirada dirigida al Cielo. Y en Ur, estando juntos bajo ese cielo luminoso, el mismo cielo en el cual nuestro padre Abrahán nos vio a nosotros, su descendencia, nos pareció que resonaba todavía en los corazones esa frase: Vosotros sois todos hermanos.
Un mensaje de fraternidad llegó desde el encuentro en la catedral siro-católica de Bagdad, donde en 2010 fueron asesinadas cuarenta y ocho personas, entre las cuales dos sacerdotes, durante la celebración de la misa. La Iglesia en Irak es una Iglesia mártir y en ese templo, que lleva inscrito en la piedra el recuerdo de esos mártires, resonó la alegría del encuentro: mi asombro de estar en medio de ellos se fusionaba con su alegría de tener al Papa con ellos.
Lanzamos un mensaje de fraternidad desde Mosul y desde Qaraqosh, sobre el río Tigris, en las ruinas de la antigua Nínive. La ocupación del Estado Islámico causó la fuga de miles y miles de habitantes, entre los cuales muchos cristianos de diferentes confesiones y otras minorías perseguidas, especialmente los yazidíes. Se ha destruido la antigua identidad de estas ciudades. Ahora se está tratando de reconstruir con mucho esfuerzo; los musulmanes invitan a los cristianos a volver, y juntos restauran iglesias y mezquitas. Fraternidad, ahí está. Y sigamos, por favor, rezando por esos hermanos y hermanas tan probados, para que tengan fuerza de volver a comenzar. Y pensando en tantos iraquíes emigrados quisiera decirles: habéis dejado todo, como Abrahán: como él, conservad la fe y la esperanza, y sed creadores de amistad allá donde estéis. Y, si podéis, volved.
Un mensaje de fraternidad vino de las dos celebraciones eucarísticas: la de Bagdad, en rito caldeo, y la de Erbil, ciudad donde fui recibido por el presidente de la región y su primer ministro, por las autoridades −agradezco mucho que vinieran a recibirme− y también fui recibido por el pueblo. La esperanza de Abrahán y de su descendencia se ha realizado en el misterio que hemos celebrado, en Jesús, el Hijo que Dios Padre no escatimó, sino que donó para la salvación de todos: Él, con su muerte y resurrección, nos ha abierto el paso a la tierra prometida, a la vida nueva donde las lágrimas son secadas, las heridas sanadas, los hermanos reconciliados.
Queridos hermanos y hermanas, alabemos a Dios por esta histórica visita y sigamos rezando por esa Tierra y por Oriente Medio. En Irak, no obstante el fragor de la destrucción y de las armas, las palmeras, símbolo del país y de su esperanza, han seguido creciendo y dando fruto. Así sucede con la fraternidad: como el fruto de las palmeras no hace ruido, pero es fructífera y nos hace crecer. ¡Dios, que es paz, conceda un futuro de fraternidad a Irak, a Oriente Medio y al mundo entero!
Saludos
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa. Os invito a dar gracias conmigo al Señor por esta peregrinación y a rezar para que prosiga el camino de fraternidad y de paz en Irak, en el Medio Oriente y en el mundo entero. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Deseo a todos que el camino cuaresmal nos lleve a la alegría de la Pascua con corazones purificados y renovados por la gracia del Espíritu Santo. Sobre vosotros y vuestras familias invoco el gozo y la paz de Cristo. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua alemana. Recemos por nuestros hermanos y hermanas del Medio Oriente, tan probados, para que tengan la fuerza de reconstruir con fraternidad su sociedad. Que el Señor nos haga mensajeros de su paz.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Que el Señor Jesús, Príncipe de la paz, en quien se cumple la promesa de Dios a Abrahán y a su descendencia, y que con el misterio de su muerte y resurrección nos abrió el paso a la tierra prometida, a la vida nueva, obtenga del Padre para Irak, para Oriente Medio y para el mundo entero un futuro luminoso de fraternidad y de paz. Muchas gracias.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua portuguesa. Os pido que os unáis a mí al agradecer a Dios este viaje a Irak y en la oración por la paz y la fraternidad universal. ¡Descienda sobre vosotros la bendición de Dios!
Saludo a los fieles de lengua árabe. La fraternidad no hace ruido, pero es fructuosa y nos hace crecer. Dios, que es paz, conceda un porvenir de fraternidad al Irak, al Medio Oriente y al mundo entero. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Mi corazón rebosa gratitud a Dios y a todos los que han hecho posible mi Visita a Irak. Os agradezco las oraciones con las que me habéis acompañado en esta peregrinación. Agradezco también vuestra obra de misericordia en favor de los cristianos de Irak y, particularmente, en Mosul. Os animo a rezar por la fraternidad y la paz en el mundo entero. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los fieles de lengua italiana. Prosiguiendo en el itinerario cuaresmal, dejaos guiar por la acción del Espíritu Santo que nos conduce tras las huellas de Cristo hacia Jerusalén, donde Él cumplirá su misión redentora.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Invoco sobre cada uno la gracia divina, para que ya sea en la juventud, en el sufrimiento, o en el mutuo amor conyugal, podáis llegar a la alegría de la Pascua, corroborados por el camino de conversión y de penitencia que estamos viviendo. A todos mi bendición.