Rafael Miner / Pedro Beteta
A pocos días de la fiesta de San José, en el año dedicado al Santo Patriarca, entrevistamos al sacerdote Pedro Beteta, autor de “San José, modelo de cristiano”.
Los que se quieren dicen muchas más cosas mirándose que hablando. Pedro Beteta, doctor en bioquímica y en teología, sacerdote desde hace casi 40 años, y autor de libros sobre el santo Patriarca, aconseja “leer el Evangelio teniendo de fondo en la mente y en el corazón a san José”. Esto puede apreciarse en su obra “Descubriendo a san José en el evangelio”.
Pedro Beteta se dedicó a la investigación y a la enseñanza universitaria antes de estudiar teología y ser ordenado sacerdote por san Juan Pablo II en 1982, en Roma. Ahora ha volcado en su libro “San José, modelo de cristiano” y en otras obras, muchas horas de meditación y estudio sobre san José y décadas de tareas pastorales. Aconseja también fijarse en el santo Patriarca durante esta pandemia, para no perder la paz.
¿Qué le pediría ahora a san José, en estos tiempos de pandemia, cuando mucha gente está, estamos nerviosos?
Que se fijen en san José, que se abandonen. San José nunca pierde la paz, los nervios. Como es obediente hace lo que toca: ir a Belén cuando lo marca la Providencia con el edicto de César y no antes; huye “de noche” a Egipto, cuando lo indica el Ángel, sin contra argumentar la falta de lógica humana, etc.
¿Por qué conviene que acudamos a san José?
Porque le alegra mucho a su Esposa, le conmueve a su virginal Hijo Jesucristo y, sobre todo, porque se le manifiesta a la Santísima Trinidad un agradecimiento sublime al escoger a san José para la misión de custodiar al Verbo humanado. No olvidemos que después de María, José es la persona humana más santa que ha existido.
¿Qué le ha llevado a titular su reciente libro ‘San José, Modelo de cristiano’?
El cristiano tiende de suyo −mediante la acción del Espíritu Santo, por la gracia− a alcanzar la identificación con Cristo. Es la persona que se identifica, que adquiere, con la gracia de Dios y el Espíritu Santo, ser otro Cristo. Todos estamos in fieri, “en este proceso” en etapas distintas, pero la meta es la identificación con Jesucristo. Y san José, lleno del Espíritu Santo, “varón justo”; es decir, varón santo, como le llama la Sagrada Escritura, estuvo siempre lleno del Espíritu Santo creciendo es esa identificación. Primero María y después José alcanzaron ese máximo grado de identificación con Cristo. Por eso, ¿quién mejor cristiano, imagen de Cristo, que él?
¿Cuándo comenzó a tener devoción a san José?
Me la inculcó mi padre. A mi padre le gustaba, paseando por Madrid, llevarme a iglesias madrileñas, donde, después de saludar al Señor, buscaba a san José. Y a veces me decía: Esta imagen no es muy buena. Yo pensaba que era artísticamente, y preguntaba: ¿Por qué? Su respuesta era de otra índole: porque tiene al Niño en el brazo derecho, y a los niños se les sujeta con el izquierdo, para poder tener libre y ágil la mano derecha y poder hacer más cosas en servicio del bebé. Es una pequeñez, pero me acuerdo de eso.
¿Y cómo fue aumentando esa devoción?
Pues no lo sé. Además de mis padres −rezaban todos los miércoles los dolores y gozos a san José− me ayudó mucho, después, la devoción que vi en el colegio de san Antón, donde estudié, regentado por los Escolapios, en la calle Farmacia. Más tarde fue el fundador del Opus Dei quien me enseñó a quererlo y además a decirlo a los “cuatro vientos”, como hacía y decía san Josemaría. Quizá eso.
¿A quién más mencionaría?
Desde luego san Juan Pablo II. Y no lo digo por el cariño que por mil motivos le tengo, sino porque ha escrito la carta magna de san José, insuperable hasta ahora, y que ha magisterialmente aunado todo el saber que había sobre san José. El santo Patriarca estaba como escondido, oculto, durante siglos. Aunque como escribo en el libro siempre tuvo muchos devotos, quien popularizó su devoción fue santa Teresa. San Josemaría con su devoción teológica e intuitiva de alma enamorada hizo aportaciones enormes que se valorarán teológicamente cuando llegue el momento. Pero san Juan Pablo II, con su catequesis sobre teología del cuerpo ha abierto una antropología tan perfecta en el inicio de su pontificado, pudiendo así fundamentar la hondura de sus encíclicas.
Dígame en dos palabras una aportación clave de san Juan Pablo II…
Con la Exhortación Redemptoris custos, sobre san José, ha quedado claro que el amor esponsal de María y José no salpica para nada la perfectísima castidad de ambos. San Agustín lo vio al decir que a san José no sólo se le da el nombre de padre, sino que se le debe más que ningún otro. Y continúa: “¿Cómo era padre? Tanto más profundamente padre, cuanto más casta fue su paternidad”. En fin, siento haberme alargado. En esa carta magna de san Juan Pablo II hay un magnífico instrumento para investigar y para avanzar en la teología josefina.
¿Qué aspecto destacaría de la Carta Apostólica ‘Patris Corde’, del Papa Francisco?
Podríamos destacar muchas cosas, pero subrayo esa expresión tan del estilo del Papa Francisco llena de lozanía “valentía creativa”. En efecto, san José no se arredra nunca ante las dificultades, sino que busca con atrevimiento la solución. Por tanto, los lectores de los libros que escribí sobre san José verán cómo se sugieren muchas cosas que no dice el Evangelio y propias de esa “creatividad osada” de san José para poner en práctica el querer de Dios y eso que le llega en sueños.
¿En qué momento de su vida empezó a escribir sobre san José? ¿Qué le impulsó a ello?
Me impulsó don Jesús Urteaga, que me animó a escribir un folleto sobre una Persona divina ignorada: el Espíritu Santo, luego me encargó otro tema, y cuando era algo conocido, aunque por pocas personas, pude escribir sobre otra persona desconocida para tanta gente: san José. Podía ser el año 84-86. Después, he meditado mucho sobre la figura de san José. Sobre todo, he meditado y descubierto que lo más elocuente que tiene san José son los silencios. Generalmente, los que se quieren dicen muchas más cosas mirándose, callados, que hablando. Esto san José lo borda. Y el Evangelio lo respeta, porque quiere que los que quieren a san José y le aman, profundicen y descubran cosas que no están escritas, como las personas que se quieren descubren cosas en sus cartas que no están escritas. Cuando se lee el Evangelio teniendo de fondo en la mente y en el corazón a san José se aprende a descubrir muchas cosas entre líneas.
¿En qué dolores y gozos de San José, episodios de su vida, aconsejaría a los jóvenes que se fijaran?
En uno muy concreto. Cuando el Niño Jesús se pierde y es encontrado en el templo. Éste es un dolor y gozo que desconcierta a mucha gente. Cómo Jesús, el Hijo de Dios, hace esa “faena” a sus padres virginales. Pero Jesús no le hace una “faena” a sus padres. ¡Está diciéndonos a todos que hemos de dejar a nuestros padres, a nuestros hijos, y a todos a quienes Dios ha llamado que sigan esa voluntad, su vocación!
¿A los novios? ¿A los esposos? ¿A los mayores?
Que se fijen en ese hogar de María y José, que es un hogar del que se puede decir que es el cielo. No solo porque se amen muchísimo. Nadie ha amado más a su Esposa que José y ningún Esposa ha amado más a su marido como María. Sino porque lo que les une a ambos es el amor único sin reservas, al Hijo de Dios. El amor a Jesucristo es lo que realmente une a los esposos y es lo que debe unir a los novios que desean formar un hogar cristiano. Y a los mayores, pienso que san José es patrono de la buena muerte, y desear morir como él, acompañado de María y Jesús, es lo mejor que se puede esperar, ¿verdad?
Usted fue ordenado sacerdote por san Juan Pablo II y lleva casi 40 años de sacerdote. ¿Qué les diría a sacerdotes jóvenes y a seminaristas?
A los jóvenes y seminaristas les diría que vivan muy bien la Santa Misa, todos los días. Que la preparen, que mediten mucho en ella. Que vivan muy bien las rúbricas sin añadidos ni cortes por nimios que sean, que sin rarezas la borden de piedad. Hace eso más bien que cientos de libros, elocuentes homilías, etc. El sacerdote es para la Eucaristía. Y el pueblo cristiano vive de la Eucaristía. En la Misa somos Cristo y viviéndola con piedad, delicadeza, elegancia, naturalidad y limpieza… somos omnipotentes. No hay cosa más importante que la Santa Misa. Sólo por celebrar una sola vez la Misa vale la pena morirse al día siguiente de ser ordenado.
¿Algún recuerdo del Papa polaco?
Tengo muchos, incluso algún libro con anécdotas. Si se fijan en algunas fotografías, cuando le hablaba alguien solo estaba con esa persona, no existía nadie más. Tengo una foto con Juan Pablo II en la que él está escuchándome una pequeñez que le estaba contando y la gente me pregunta: ¿qué le estabas diciendo que está tan atento? La persona más importante para él es con la que estaba.
Entrevista de Rafael Miner, en omnesmag.com