María José Atienza Amores
Ahora que se acerca la hora de llevar la cruz, de llevarla por los pasillos de casa, del hospital, sin ayuda muchas veces, tenemos el mejor momento para orar sobre esa elección de Dios con nosotros
Probablemente hayas visto esa instantánea. La tomó el pasado año Alessandro Garofalo, fotógrafo de Reuters. En ella dos hombres portan una imagen de Cristo Crucificado por el interior de un pasillo. Sucedió en Taranto, Italia. Allí, Amedeo Basile, el sacerdote de la iglesia de Santa Maria Addolorata, en el momento más duro del confinamiento, subió las imágenes de un Cristo y de Santa María Dolorosa y, junto a sus fieles asomados a los balcones, rezaron el Via crucis al atardecer del Viernes Santo.
Aquella foto (¡búscala si puedes!) cuando ya trasladaban la imagen a su emplazamiento original, dio la vuelta al mundo y fue elegida entre las prestigiosas “Fotos del Año”. Quizás porque no inmortalizaba tan sólo un momento determinado en un lugar del mundo; aquella imagen era la “foto del mundo” en ese momento: el mundo que se topó con la cruz, con la incertidumbre, con la debilidad, en el interior de su casa.
Tú y yo, en este tiempo, estamos llamados a llevar a Cristo por los pasillos de casa, a cargar ese peso sin reconocimiento, sin cirios, ni incienso… La procesión va, como nunca antes, por dentro. La misma imagen contiene toda la fuerza de la salvación. La de Cristo-Dios que se deja llevar a la Cruz por ti y por mí, la de Cristo, perfecto Hombre, que no puede con el peso del madero y que pide ayuda al hombre para salvarlo…
Esos modernos cirineos con vaqueros y tatuajes, que ayudan a Cristo a llegar a todos los hombres, que se sienten torpes ante las dimensiones del madero, que se saben débiles y temerosos ante el dolor y el sufrimiento, esos inútiles, somos tú y yo: la nada de la que Dios se sirve para hacer la redención, también, o quizás especialmente, en tiempos de pandemia.
Ahora que se acerca la hora de llevar la cruz, de llevarla por los pasillos de casa, del hospital, sin ayuda muchas veces, tenemos el mejor momento para orar sobre esa elección de Dios con nosotros. Escogidos por casualidad, no por nuestros méritos, como los cirineos de ese Jesús que pasa por lo más profundo de nuestra intimidad.
Sí. Esta Semana Santa, otra vez es Cristo el que vendrá a casa. No podremos verle representado por las calles, en esa catequesis plástica que cada año ponen por nuestras ciudades tantas Hermandades y Cofradías, no veremos las lágrimas de otros, ni rezaremos hombro con hombro con nuestros hermanos bajo un costal o en silencio, desconocidos e ignorados bajo un antifaz de nazareno.
Lo haremos, otra vez, en el territorio de nuestra vida ordinaria, y este año no será por sorpresa. A pocas horas de los días de pasión, vuelvo a contemplar esa foto de Garofalo, para recordar que, con la esperanza de volver a cruzar la mirada con Cristo en las calles, la primera procesión, el primer encuentro con Cristo, se recorre en los pasillos de nuestra alma, solos, en silencio, en el confinamiento elegido de la oración.
María José Atienza Amores, en omnesmag.com