El Papa ayer en la Audiencia General
Después del largo itinerario dedicado a la oración, hoy damos inicio a un nuevo ciclo de catequesis. Espero que con el recorrido de la oración hayamos logrado rezar un poco mejor, rezar un poco más. Hoy deseo reflexionar sobre algunos temas que el apóstol Pablo propone en su Carta a los Gálatas. Es una Carta muy importante, es más, diría que decisiva, no solo para conocer mejor al Apóstol, sino sobre todo para considerar algunas cuestiones que afronta en profundidad, mostrando la belleza del Evangelio. En esa Epístola, Pablo recoge bastantes referencias biográficas, que nos permiten conocer su conversión y la decisión de poner su vida al servicio de Jesucristo. Afronta, además, algunos temas muy importantes para la fe, como los de la libertad, la gracia y el modo de vivir cristiano, que son extraordinariamente actuales porque tocan tantos aspectos de la vida de la Iglesia de nuestros días. Es una Carta muy actual. Parece escrita para nuestros tiempos.
El primer rasgo que se desprende de esta Carta es la gran obra de evangelización realizada por el Apóstol, que visitó al menos dos veces las comunidades de Galacia durante sus viajes misioneros. Pablo se dirige a los cristianos de ese territorio. No sabemos exactamente a qué zona geográfica se refiere, ni podemos decir con certeza la fecha en la que escribió esta Carta. Sabemos que los Gálatas eran una antigua población celta que, tras muchas peripecias, se habían establecido en aquella extensa región de Anatolia que tenía la capital en la ciudad de Ancira, hoy Ankara, capital de Turquía. Pablo solo dice que, a causa de una enfermedad, se vio obligado a detenerse en aquella región (cfr. Gal 4,13). San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, encuentra en cambio un motivo más espiritual. Dice que «atravesaron Frigia y la región de Galacia porque el Espíritu Santo les había impedido proclamar la Palabra en la provincia de Asia» (16,6). Ambos hechos no son contradictorios: indican más bien que la vía de la evangelización no depende siempre de nuestra voluntad y de nuestros planes, sino que requiere la disponibilidad de dejarse formar y seguir otros caminos que no estaban previstos. Entre vosotros hay una familia que me ha saludado: dicen que deben aprender el letón, y no sé qué otra lengua, porque irán como misioneros a aquellas tierras. El Espíritu lleva también hoy a muchos misioneros que dejan su patria y van a otra tierra a hacer la misión. Lo que sí constatamos, en todo caso, es que en su incansable labor evangelizadora el Apóstol pudo fundar varias pequeñas comunidades, esparcidas por la región de Galacia. Cuando Pablo llegó a una ciudad, a una región, no hacía inmediatamente una gran catedral, no. Hacía las pequeñas comunidades que hoy son la levadura de nuestra cultura cristiana. Comenzó haciendo pequeñas comunidades. Y esas pequeñas comunidades crecieron, crecieron y siguieron adelante. También hoy, ese método pastoral se lleva a cabo en todas las regiones misioneras. Recibí una carta la semana pasada de un misionero de Papúa Nueva Guinea; me dice que está predicando el Evangelio en la selva a gente que ni siquiera sabe quién fue Jesucristo. ¡Es bonito! Empiezan a formarse pequeñas comunidades. Pues también hoy ese método es el método evangelizador de la primera evangelización.
Lo que queremos destacar es la preocupación pastoral de Pablo, que es todo fuego. Después de haber fundado esas Iglesias, se da cuenta de un gran peligro −el pastor es como el padre o la madre que inmediatamente se dan cuenta de los peligros de los hijos− que corren por su crecimiento en la fe. Crecen y vienen los peligros. Como decía uno: “Los buitres vienen a destruir la comunidad”. De hecho, algunos cristianos que venían del judaísmo se habían infiltrado y astutamente comenzaron a sembrar teorías contrarias a la enseñanza del Apóstol, llegando incluso a denigrar su persona. Comienzan con la doctrina de “esto no, esto sí”, y luego denigran al Apóstol. Es la forma habitual: quitarle la autoridad al Apóstol. Como vemos, se trata de una práctica antigua, presentarse en algunas ocasiones como los únicos poseedores de la verdad −los puros− y pretender menospreciar el trabajo realizado por otros, incluso con calumnias. Esos adversarios de Pablo sostenían que los paganos también debían someterse a la circuncisión y vivir según las reglas de la ley mosaica. Vuelven a las observancias de antes, a las cosas que han sido superadas por el Evangelio. Los gálatas, por tanto, habrían tenido que renunciar a su identidad cultural para someterse a reglas, prescripciones y costumbres propias de los judíos. No solo. Esos adversarios argumentaban que Pablo no era un verdadero apóstol y, por tanto, no tenía autoridad para predicar el Evangelio. Y muchas veces vemos esto. Pensemos en alguna comunidad cristiana o en alguna diócesis: comienzan las historias y luego acaban desacreditando al párroco, al obispo. Es precisamente el camino del maligno, de esa gente que divide, que no sabe construir. Y en esta Carta a los Gálatas vemos este procedimiento.
Los gálatas estaban en una situación de crisis. ¿Qué debían hacer? ¿Escuchar y seguir lo que Pablo les predicó, o escuchar a los nuevos predicadores que lo acusaban? Es fácil imaginar el estado de incertidumbre que embargaba sus corazones. Para ellos, haber conocido a Jesús y creído en la obra de salvación lograda con su muerte y resurrección fue verdaderamente el comienzo de una nueva vida, de una vida de libertad. Habían emprendido un camino que les permitía ser finalmente libres, a pesar de que su historia estaba entretejida de tantas formas de esclavitud violenta, entre ellas la que les sometía al emperador de Roma. Por eso, ante las críticas de los nuevos predicadores, se sentían desconcertados y no sabían cómo comportarse: “¿Pero quién tiene razón? ¿Este Pablo, o esta gente que viene ahora enseñando otras cosas? ¿A quién debo escuchar? En resumen, ¡había mucho en juego!
Esta condición no está lejos de la experiencia que otros cristianos viven en nuestros días. De hecho, tampoco faltan hoy predicadores que, sobre todo a través de los nuevos medios de comunicación, pueden turbar a las comunidades. No se presentan para anunciar el Evangelio de Dios, que ama al hombre en Jesús Crucificado y Resucitado, sino para repetir con insistencia, como verdaderos y auténticos “custodios de la verdad” −así se llaman ellos−, cuál es el mejor modo para ser cristianos. Y con fuerza afirman que el cristianismo auténtico es el de ellos, a menudo identificado con ciertas formas del pasado, y que la solución a las crisis actuales es volver atrás para no perder la genuinidad de la fe. Así pues, también hoy, como entonces, existe la tentación de encerrarse en algunas certezas adquiridas en tradiciones pasadas. Pero, ¿cómo podemos reconocer a esa gente? Por ejemplo, uno de los rasgos del modo de proceder es la rigidez. Ante la predicación del Evangelio que nos hace libres, nos hace alegres, ellos son rígidos. Siempre la rigidez: “hay que hacer esto, hay que hacer lo otro…”. La rigidez es propia de esa gente. Seguir la enseñanza del Apóstol Pablo en la Carta a los Gálatas nos vendrá bien para comprender qué senda seguir. La indicada por el Apóstol es la vía liberadora y siempre nueva de Jesús Crucificado y Resucitado; es la vía del anuncio, que se realiza a través de la humildad y la fraternidad: los nuevos predicadores no conocen qué es la humildad, qué es la fraternidad; es la vía de la confianza mansa y obediente: los nuevos predicadores no conocen la mansedumbre ni la obediencia. Y esa vía mansa y obediente va adelante con la certeza de que el Espíritu Santo actúa en cada época de la Iglesia. En última instancia, la fe en el Espíritu Santo presente en la Iglesia nos lleva adelante y nos salvará.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa. La senda liberadora que nos indica San Pablo es la, siempre nueva, de Jesús muerto y resucitado, la vía de la confianza mansa y obediente, con la certeza de que el Espíritu Santo actúa en cada época de la Iglesia. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua inglesa. Mañana celebramos la Solemnidad de la Natividad de San Juan Bautista. Imitemos el humilde ejemplo de aquel que señaló al Cordero de Dios. Sobre vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. Que el ejemplo de celo misionero de San Pablo os empuje a cada uno a anunciar y vivir con alegría la verdad del Evangelio. Que el Espíritu Santo nos mantenga siempre unidos como fieles servidores del Señor Jesús.
Saludo cordialmente a los fieles de lengua española, que son tantos hoy. Pidamos al Señor, por intercesión de los santos apóstoles Pedro y Pablo, que celebraremos la próxima semana, que nos ayude a abrirnos a su gracia, para poder ver, juzgar y actuar desde la verdad y la libertad que proceden del encuentro con Cristo. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa: acordaos siempre de que el anuncio del Evangelio se hace con humildad y fraternidad, no imponiendo, sino indicando la senda a seguir. ¡Que la bendición de Dios descienda sobre todos vosotros!
Saludo a los fieles de lengua árabe. La vía que debemos seguir para llegar al Señor es la liberadora y siempre nueva de Jesús Crucificado y Resucitado; es la del anuncio, que se realiza a través de la humildad y la fraternidad; es la de la confianza mansa y obediente, pero siempre con la ayuda del Espíritu Santo que actúa en cada época de la Iglesia. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Queridos hermanos y hermanas, me uno en la oración a los que el pasado sábado, en Nowa Biala, sufrieron un gran incendio. Gracias a Dios no hubo muertos. Pidamos la gracia del consuelo, del apoyo y de la solidaridad humana para los que han perdido sus casas y propiedades. A vosotros aquí presentes y a vuestros seres queridos os deseo un verano sereno, vivido en presencia de Dios, en el Espíritu Santo. Os bendigo de corazón.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana. Mañana se celebra la fiesta de la Natividad de San Juan Bautista, mandado por Dios para dar testimonio de la luz y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Por su intercesión pido para cada uno de vosotros abundantes gracias, para que se refuercen vuestros generosos propósitos de fidelidad a la llamada del Señor.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, jóvenes, enfermos y recién casados. Al animaros a renovar propósitos de generoso ejemplo cristiano, invoco sobre cada uno de vosotros la continua asistencia del Señor. A todos mi Bendición.