Gabi
A veces consideramos que no hay que dejarse llevar por las emociones a la hora de tomar algunas decisiones importantes. Otras veces creemos que no hay que ser excesivamente fríos cuando elegimos alguna opción. Tal vez el secreto consista en no ignorar ninguno de estos dos componentes tan humanos: las emociones y los razonamientos
«Pienso, luego existo»
El poderoso enunciado que René Descartes mencionó por primera vez en 1637 en su libro El discurso del método ha sido interpretado de diversas formas a lo largo del tiempo.
Él creía firmemente que no se puede confiar en los sentidos (tacto, vista, gusto, etc.) para distinguir entre lo que es real y lo que es un sueño; por lo tanto, de lo único que podemos estar seguros es de que, si lo estamos pensando, es porque en algún plano existimos.
Solo el pensamiento racional permitiría al ser humano encontrar el sentido profundo de las cosas. Por eso apostaba por una lógica feroz en contraposición con los sentimientos y las tradiciones impuestas por la sociedad.
Era racionalista, pues su pensamiento se basaba en el poder de la lógica. Reveló que la solución a nuestros problemas solo puede venir de un claro conocimiento interior y una experiencia individual razonada. Por lo tanto, buscó que cada ser humano, solo con el poder de su mente, sin necesitar del apoyo de reglas sociales, sistemas o creencias presentes en la época, pudiese llegar a las verdades de su alma y conducir su propia vida.
Concluyó que los conflictos de la sociedad son producto de una falta de conciencia, del desconocimiento de los conceptos, de falta de lógica y de razonamiento. Descartes coincidió con Platón y Kant en que una vida virtuosa se puede conseguir con un razonamiento puro, es decir, libre (separado) de nuestra parte emocional, aunque llamarán «razón» a diferentes atributos del ser humano. Así, la función de Descartes fue la de darnos herramientas para que nuestras mentes «piensen mejor».
El error de Descartes, según Antonio Damasio, fue justamente este: primero, creer que podemos separar completamente nuestra mente de nuestro cuerpo; y segundo, que esta clase de pensamiento es «de mejor calidad».
Antonio Damasio es un médico neurólogo portugués radicado en Estados Unidos, actualmente profesor en la Universidad del sur de California y director del Institute for the Neurological Study of Emotion and Creativity de los Estados Unidos . Es un reconocido investigador en el campo de las neurociencias y autor de varios libros, entre ellos El error de Descartes .
Damasio busca demostrar que es imposible pensar con eficacia si separamos el pensamiento de las emociones. Dice que las emociones y otros estados arraigados en lo físico influyen profundamente no solo en las cosas que son objeto del razonamiento de las personas, sino también en el modo en que ellas razonan. Sin ellas, las personas no pueden tomar decisiones, o bien toman decisiones contraproducentes.
El cerebro lo confirma
Para demostrar este argumento, se basó en estudios realizados en la corteza prefrontal, una franja de materia gris de varios milímetros de grosor que se localiza justo por encima de las órbitas oculares. Esta parte del cerebro recibe señales de todas las regiones sensoriales, áreas reguladas por neurotransmisores como la dopamina y la serotonina, zonas que supervisan los estados presentes y pasados del cuerpo, e incluso se la considera como la responsable de clasificar las experiencias en «buenas» o «malas» para el organismo.
Es decir, está conectada con los sistemas cerebrales que controlan tanto las respuestas químicas como motoras, por lo que la corteza prefrontal sería el sistema ideal encargado de razonar sobre situaciones personales y basarse en esto para la toma de decisiones.
El primer caso estudiado se trata de Phineas P. Gage, un trabajador de ferrocarriles que, tras un accidente laboral, vio afectada esta parte de su cerebro. Recuperó todas sus funciones motoras y, aparentemente, el accidente no afectó a su salud mental; sin embargo, después del periodo de recuperación, sus familiares, amigos y compañeros de trabajo, notaron que no se trataba de «la misma persona». Este «nuevo» hombre no podía controlar sus emociones, era errático, irreverente y grosero. Parecía no tener autocontrol; a veces se mostraba testarudo y, sin embargo, en otros momentos le costaba tomar decisiones. Finalmente, por su actitud era despedido o renunciaba a cualquier trabajo. Terminó viviendo con su madre y hermana, totalmente dependiente de ellas.
Elliot, el segundo caso, es un paciente a quien se le extrajo la corteza prefrontal por un tumor en el cerebro. Después de la recuperación de la cirugía, parecía la misma persona de siempre: encantador, inteligente, con una excelente memoria, sentido del humor y destreza para los negocios. Pero Elliot no podía funcionar. Era incapaz de prepararse para la jornada laboral y manejar los horarios, se distraía fácilmente, invertía su tiempo en tareas irrelevantes y en otras ocasiones le costaba decidir en qué tarea concentrarse. Perdió su empleo, se dedicó a negocios imprudentes y terminó divorciado y totalmente incapaz de tomar decisiones sencillas de autopreservación que la mayoría de personas toman a diario sin titubeos.
Otro ejemplo que cita Damasio, también un paciente con lesiones en la corteza prefrontal, era capaz de contestar con eficacia todos los tests psicológicos; sin embargo, en el momento de elegir su próximo horario de cita, necesitaba más de treinta minutos para «razonar» sobre cuál sería la mejor opción, sin poder elegir ninguna de ellas, encerrado en un círculo vicioso de argumentos. Le faltaba el «empujón» emocional fundamental en la toma de las decisiones.
Para explicar estos y otros casos, Damasio utiliza la hipótesis del marcador somático. Este término nos explica que los seres humanos necesitan de emociones, además de la razón consciente, para la toma de decisiones. Es un «marcador» porque este sentimiento instintivo «marca» la alternativa elegida, matizándola con un tinte emocional para que destaque de las demás alternativas. Y es «somático» porque las emociones provienen del soma ( cuerpo , en griego) a través de experiencias previas, además de instintos como el miedo o la reacción de huida ante el peligro y el llamado «conocimiento genético» transmitido por nuestros ancestros. Los marcadores somáticos aumentan la memoria activa e incrementan la eficacia, dirigiendo la atención hacia determinadas alternativas.
Es la combinación de razonamiento más este «empujón emocional» lo que permite que el análisis no se vuelva completamente mecánico, que en el caso de Elliot no le permitía tomar una decisión tan trivial como realizar o no una tarea del trabajo. Es como si, además de razonar entre todas las posibilidades, para tomar la decisión más acertada debiéramos «sentirla» de alguna manera.
En una de las conclusiones, el autor del libro sentencia: « La emoción, los sentimientos y la regulación biológica juegan todos un papel en la racionalidad humana. El cuerpo aporta un contenido que constituye un componente crítico del funcionamiento de la mente normal. De modo que, para nosotros, en un principio somos, y solo después pensamos » .
Mucho por descifrar
A pesar de la fiabilidad de los experimentos y los resultados obtenidos, el libro recalca que el mecanismo de cómo funcionan las emociones en el ser humano es emasiado complejo y sigue siendo un gran interrogante para la ciencia.
Es precisamente el estudio de las emociones otro de los campos en los que tanto interés demostró Descartes en sus investigaciones. En Pasiones del alma , una más de sus grandes obras, podemos reconocer que, lejos de querer separar la mente del cuerpo pensante, lo que realmente busca es entender las emociones y el mecanismo de cómo afectan a nuestro comportamiento. Resalta que nuestro objetivo principal no debe ser el de luchar contra ellas, como pueden entender algunos. Con identificar las pasiones que tenemos en nuestro interior y entender cómo afectan a nuestro comportamiento será suficiente para poder controlarlas.
Esto es fundamental, pues nos da la oportunidad de ser dueños de nuestro destino sin importar nuestros antecedentes, educación o familia. Es decir, nos devuelve a nosotros mismos el poder de decisión sobre qué vida llevar, siempre y cuando aprendamos a entrenar nuestra parte emocional y guiarla hacia donde queramos.
El vínculo de las emociones y la mente es, por naturaleza, casi inquebrantable. Experimentos como los publicados por Antonio Damasio han demostrado que nuestra forma de «ser» va ligada con nuestra forma de «pensar» y viceversa. Sin embargo, nosotros no nos atreveríamos a decir que Descartes estaba equivocado en sus hipótesis. Conseguir el dominio de nuestra parte afectiva a través de la conciencia es sin duda una tarea que ha inspirado a filósofos de todos los tiempos, y la mente racional, la lógica y el conocimiento interior son herramientas muy útiles para conseguir este objetivo.
Fuente: revistaesfinge.com/