6/15/21

La dignidad de cada ser humano

 José Manuel Mañú Noain

La concepción completa y profunda de los rasgos del ser humano trae consigo muchas consecuencias prácticas; no todas son evidentes pero su conjunto lleva a dar un sentido profundo al modo de vivir, de legislar y de educar

Contaba una persona que llegaba muy justo de tiempo a una reunión. Parado en un semáforo, vio que un mendigo recorría la fila de coches desde atrás; al ver que llegaba cerca, tomó una moneda, bajó la ventanilla y se la dio mientras miraba el semáforo para ver cuando se ponía verde para los vehículos. Quedó sorprendido cuando el mendigo le dijo: oiga, míreme a la cara que yo tengo mi dignidad. El conductor pudo reaccionar de diversas maneras, pero eligió una buena: caer en la cuenta que vamos tan deprisa por la vida que podemos olvidar aspectos básicos. En otra ciudad y momento, al hacer una mudanza, el chofer del furgón se quedó mirando a la persona que dirigía el traslado. Poco después le preguntó si había recorrido estaciones de metro dando café y galletas a mendigos que pasaban la noche junto a la entrada. Ante su respuesta afirmativa, el otro le dijo: yo estoy aquí porque al servirme café, usted me miró con respeto; cuando se fueron, pensé que no podía seguir viviendo sin poner medios para salir de mi situación. Estar con el furgón era muestra de haber salido de su situación anterior.

¿Quién es el ser humano?

La persona humana −hombre o mujer sin distinción− es el ser más digno que habita en la Tierra. Ha recibido el mundo creado para que lo cuide, respete y mejore. Para eso y para amar, está dotado de inteligencia, voluntad y afectos; es capaz de buscar la verdad, la belleza, de preguntarse por el sentido de la vida y descubrir el sentido trascendente. Para un cristiano, este contexto se enriquece al considerar que es la única criatura en la Tierra que Dios quiere por sí misma. Los filósofos antiguos se preguntaban por el Cosmos, para conocer dónde estamos. Sócrates se preguntó sobre rasgos esenciales del ser humano; defendió la existencia del alma y la importancia de un comportamiento éticamente bueno. Las preguntas siguieron con Platón y Aristóteles, que estudiaron el modo mediante el que se complementan en el hombre la parte corporal y espiritual hasta llegar a la formulación de co-principios.

En la Ética a NicómacoAristóteles explica lo que considera el modo más digno de vivir, acorde con la dignidad del ser humano. Le faltaban aspectos por conocer, pero era un avance en el mundo griego. Antes, como se aprecia en Homero y los primeros libros de la Biblia, ya había una concepción del ser humano. Pero, desde los clásicos griegos, no se ha dejado de cuestionar, de forma más o menos sistemática, quién es el hombre. Se puede acudir a un autor contemporáneo, Viktor Frankl, para responder que, así como el hombre es un ser capaz de crear las cámaras de gasificación, también puede dar su vida por otros. La historia de la humanidad está unida a la pregunta sobre sí mismo. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Cuál es mi destino?, han sido inquietudes constantes a lo largo de la historia. A veces, asumían un modo de vida recibido y no cuestionaban si era el mejor. Cuando el hombre pierde o duda sobre su identidad, la pregunta se renueva, con respuestas divergentes.

El origen de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

La crisis producida por las dos guerras mundiales del siglo XX, llevó a buscar un acuerdo universal que todos los estados se comprometieran a respetar; la finalidad era que no se repitieran aberraciones vividas. Para que fuera aceptada por el mayor número de estados, cada uno fundamentó esta Declaración donde quiso, siempre que estuviera dispuesto a respectar lo que fue La Declaración Universal de los Derechos Humanos, firmada en 1948. Han pasado los años y, a pesar de no remediar todos los horrores de estas décadas, ha servido de pauta para la defensa de los derechos humanos. El científico soviético Sajarov, al participar en unas pruebas termo-nucleares, se cuestionó a qué se destinarían esas armas. La respuesta que recibió es que eso no era de su incumbencia; que su labor era conseguir que fueran eficaces, no el uso que se hiciera. A partir de ese momento, comenzaron sus problemas con las autoridades. Fue más coherente que Eichmann, quien afirmó que su misión era lograr la puntualidad de los trenes no su contenido ni su destino: Auschwitz y otros campos de su entorno.

La creciente pérdida del sentido de esa dignidad

La persona no puede omitir la dimensión ética de su trabajo; que el fin no justifica los medios, puede ser duro de vivir en alguna circunstancia, pero es un principio básico, que si se omite, todo pasa a ser relativo. Benedicto XVI buscó, junto a otros intelectuales, un fundamento común. La creciente pérdida del sentido de la dignidad de la persona hacía necesario volver a esclarecer su fundamento. Esos derechos preexisten a cualquier manifiesto; son innatos al hombre y su valor no depende del legislador. Sí depende que los reconozca y respete; de ahí la importancia de establecer unos mínimos aceptados por todos, para que cada persona pueda nacer, vivir y morir de acuerdo a su dignidad, al margen del relativismo imperante en otros campos. Para unos, el ser humano es un simple elemento en la escala evolutiva de los antropoides; para otros, es un ser creado a imagen y semejanza de Dios. Pensar una cosa u otra no significa una valoración ética de las personas que sustentan esas ideas, pero es relevante que el médico que influya en el final de la vida de un ser querido, tenga clara la dignidad de la persona. La forma de educar influye en la concepción que se tenga del ser humano; no hay educación neutra; en cada sistema educativo late un modo de ver la vida. Si es respetuoso como el modo de verla otros, podrá darse un principio de convivencia. El hombre es un fin en sí mismo, único e irrepetible, y no puede ser tratado como un objeto; el modo de educarle será distinto a si se le considera así que si se piensa que es un animal más perfecto que el resto, pero que es un punto más en el estadio evolutivo de la vida en el planeta Tierra.

Buscar el sentido de la vida humana

Estamos valorando ideas, no personas; en la práctica hay quienes tienen un respeto a las personas, aunque no sepan donde apoyarlo. Una sociedad que no comparta unos mínimos elementales, está en situación de riesgo. Vale la pena repasar las ideas que algunos filósofos se han hecho. Leonardo Polo es autor de un libro con un título que interpela: ¿Quién es el hombre? Siguiendo un método original, muestra los límites del método analítico y observa desde todas las dimensiones posibles al ser humano. En otro libro, Ayudar a crecerdice que los sentimientos se deben educar en la primera infancia, pues son el asiento para educar en virtudes. Éstas se logran en este orden: templanza, fortaleza, justicia y prudencia. Otra idea que defiende es que el ser humano es sistémico; a diferencia de los objetos, donde cada pieza puede ser tratada por separado, en él todo tiene que ver con lo demás. Por ese motivo, la persona debe alcanzar una armonía que le permita actuar con madurez.

Fundamentos antropológicos para la educación

Sin ánimo de agotar el tema, repasamos ideas de otros intelectuales. Maritain dice en su libro La educación en la encrucijada que la crisis de la educación no es consecuencia de una crisis pedagógica, sino antropológica. Al no compartir un enfoque común de la dignidad humana, el educador pierde el norte. La educación es un arte, dice el autor, pero el error más grave es olvidar su fin. Si no sé quién es el hombre, lo que haré será instruirle, no ofrecerle educación; otro error es equivocarse al responder a la pregunta ¿quién es el hombre? Si niega o se ignora su dimensión trascendente, afirma, se omite la parte espiritual de su educación. Además, si únicamente se considera al ser humano como materia, la libertad no existe; la tarea de los Centros Escolares se limitará a enfoques pragmáticos, sociológicos...

El papel de las humanidades

Maritain considera imprescindible alcanzar una sólida base humanística para no perder la visión de conjunto de la persona humana. Afirma que si bien es lógico que en la escuela prime la educación intelectual, actualmente se debe dar un valor especial a la formación moral de los alumnos por la falta de referencias éticas en el entorno social. Recuerda que la meta esencial de la educación es la que el filósofo Píndaro consideraba nuclear: Llegar a ser hombres. Por otro lado, Melendo, filósofo actual, considera en su libro Las dimensiones de la persona, que siendo esta un ser único e irrepetible se pueden estudiar en ella diversas facetas. Después de responder a la pregunta de qué es ser persona, analiza las capacidades que la caracterizan: La intimidad, la libertad y la capacidad amar, son algunas de ellas.

Dónde buscar la felicidad

Melendo afirma que la búsqueda acuciante de la felicidad en la sociedad actual está mal planteada, porque no constituye un objetivo, sino un resultado. Alejandro Llano se plantea en La vida lograda un orden riguroso al repasar las opciones para alcanzar la felicidad. Lo hace con un vocabulario limpio de adherencias; así las palabras recuperan su sentido original para expresar el concepto adecuado. En doscientas páginas, Llano se detiene en los caminos recorridos en la búsqueda de una vida plena, lograda. Aunque abundan los libros de ética de temática similar, éste conjuga la doble característica, nada fácil de encontrar, de rigor intelectual y claridad. El autor hace fácil lo difícil: rastrear en el ansia de felicidad de las personas y deslindar lo que hay de auténtico y lo que hay de engañoso. Analiza aspectos como el dinero, el placer o el poder; son facetas, quizás necesarias pero no suficientes, para llegar a una vida lograda. Procura ver la huella de verdad que hay en ellos cuando están ordenados a un bien superior, como es la entrega amorosa y libre que reside en la amistad, en la familia y en el trato con Dios. El autor no da nada por supuesto en este camino; como si fueran peldaños de una escalera, sube desde las cosas más materiales a las más espirituales, hasta encontrar la vida que verdaderamente vale la pena vivir.

El sentido trascendente

Tras analizar las aportaciones de estos autores, se puede concluir que el estudio del ser humano −un ser capaz de Dios, como ha sido calificado− lleva a considerar su carácter trascendente. La inteligencia, la libertad, la capacidad de amar, la posibilidad que tiene de entregar su futuro... Quizás resulte difícil ponerse de acuerdo en una definición de ser humano, pero ante algunos comportamientos, hay un sentir común que los califica de inhumanos: la crueldad con los niños, el maltrato a los discapacitados... Y es que el hombre aspira a conocer la verdad, a descubrir lo que está bien y lo que está mal, a pensar sobre sí mismo y sobre su destino: es capaz de aspirar a la belleza, a la bondad. La concepción completa y profunda de los rasgos del ser humano trae consigo muchas consecuencias prácticas; no todas son evidentes pero su conjunto lleva a dar un sentido profundo al modo de vivir, de legislar y de educar.

Fuente: Almudi.org