3/08/23

Ecología y Feminismo

Emilio Chuvieco


A la sociedad le vendría mucho mejor ocupar el genio femenino en tareas de mayor impacto social que ser futbolista o bombero. El cuidado ambiental sería una de ellas, pues la mujer está más involucrada en la conservación de la naturaleza.

Hace unos meses me comentaba un buen amigo, muy comprometido desde joven con los temas ambientales, su frustración por la deriva ideológica de algunos movimientos ecologistas actuales, que mezclan el cuidado ambiental con otros temas sociales, en su opinión con poca o ninguna relación con la conservación de la naturaleza.

Precisamente, uno de los temas que mi amigo consideraba más claramente influidos por ese desvío del ecologismo era el del llamado ecofeminismo. El término se lo debemos a una feminista francesa, Francoise D’Eubonne, que lo acuñó a mediados de los años 70 para describir el paralelismo entre la marginación de la mujer y de la naturaleza, ambas influidas -en opinión de la pensadora francesa- por la sociedad patriarcal y jerárquica, poniendo en relación algunas notas propias de la feminidad (como la apertura a la vida o el cuidado) con las de la naturaleza. La liberación femenina y la ambiental serían, así, parte de la misma lucha.

El ecofeminismo se fue consolidando en los años ochenta y noventa del pasado siglo, diversificándose a la vez en diversas ramas: unas más sociales, caracterizadas por la reivindicación y el enfrentamiento entre polos opuestos, y otras más culturales (o espiritualistas), en donde se favorecía un retorno a tradiciones paganas de culto a la fecundidad y mitologías religiosas ligadas a ella. En esas tendencias del ecofeminismo occidental destacan algunas figuras, como Petra Kelly, fundadora del partido verde alemán, o las filósofas Karen Warren, Carolyn Merchant o Val Plumwood.

Por otro lado, el ecofeminismo del sur pone más énfasis en los impactos que el deterioro ambiental tiene para las mujeres de las sociedades en desarrollo (búsqueda de agua, alimentos, salud), y se enfatiza la figura de la madre y la ética del cuidado, a la vez que se evidencia el papel de la mujer en la conservación de formas tradicionales de agricultura y gestión urbana.

Las figuras de la keniana Wangari Maathai, premio nobel de la paz, o de la india Vandana Shiva, una de las promotoras de la agro-ecología y la permacultura, son claros exponentes de esta tendencia.

Más allá de las opiniones de mi amigo sobre la conveniencia o no de mezclar el compromiso por la conservación ambiental con otros temas sociales, creo que sí existe una relación, quizá más profunda, entre ecología y feminismo, o mejor entre ecología y feminidad.

Por un lado, la ecología subraya la importancia de la diversidad y la cooperación entre complementarios. No es tan amiga de los enfrentamientos, como de la cooperación. Bajo ese punto de vista, no tiene mucho sentido el interés de algunas ramas del feminismo en que las mujeres se mantengan en permanente oposición a los varones o, peor aún, a que su máxima aspiración sea que hagan las mismas cosas que hacemos los hombres.

Obviamente aquí no me estoy refiriendo a la igualdad de oportunidades o a la promoción profesional y educativa de la mujer, con la que no puedo estar más de acuerdo. Me refiero a una cierta obsesión de algunos feminismos por considerar los valores masculinos, que en algunos casos son más bien antivalores, como algo digno de imitación. Me llama la atención la cantidad de series y películas donde la protagonista se dedica a dar tantos o más puñetazos con sus colegas varones, como si eso la hiciera más digna de encomio.

Como me decía una alumna hace algunos años, ¿no sería más razonable que el feminismo reivindicara que los hombres hagan las mismas cosas que las mujeres? Quizá, en mi opinión, sería todavía mejor que los hombres tengamos los mismos valores nobles que tienen las mujeres, que aprendiéramos de ellas a acoger, a compartir y a cuidar.

En otras palabras, me parece que a la sociedad le vendría mucho mejor ocupar el genio femenino en tareas de mayor impacto social que ser futbolista o bombero, incluyendo muchas actividades que se han realizado tradicionalmente por ellas y que son imprescindibles para que la sociedad sea más humana, como es el cuidado de otras personas.

Además, la contribución de las mujeres en tareas antes solo ocupadas por varones debería también ayudar a que se humanicen más esas labores, aportando una visión distinta, más cercana a la percepción femenina de las cosas.

Seguramente el cuidado ambiental sería una de ellas, pues la mujer -sea por su instinto material, sea por su mayor sensibilidad o su mayor capacidad contemplativa- no me cabe duda que está mas interesada y más involucrada en la conservación de la naturaleza que los varones. Todo sea, obviamente, como afirmación general.

El sexo tiene una gran influencia en los hábitos y la percepción de las personas, nada menos que un cromosoma distinto, pero no determina su carácter, así que todos podemos aprender de lo mejor que nos aportan los demás, hombres y mujeres, aprovechando la biodiversidad cultural que a todos nos enriquece.

Fuente: omnesmag.com