Enrique García-Máiquez
En la actualidad se riñe al que riñe, que es una variante práctica del prohibido prohibir del 68. Yo soy de la generación en la que convenía guardar silencio en casa si un profesor te propinaba un cosqui en el colegio. Y “Más me duele a mí”, nos decía mi madre cuando nos arreaba un sopapo, y yo me tenía que aguantar la risa que me daba eso. Ahora sé a lo que se refería y le agradezco aquel dolor suyo de educarnos.
Reñir se ha puesto difícil por fuera –el tono rousseauniano de la época– y por dentro –el dulce instinto paternal–. Necesitamos perfeccionar la técnica. Ofrezco tres pequeños consejos.
Primero, trabajo en equipo. La complementariedad conyugal también es imprescindible en este campo. No vale que un cónyuge riña y que el otro no. Al que le toca hacer de malo también tiene su corazoncito, y se cansa. Pero tampoco recomiendo reñir ambos a la vez y por lo mismo. Lo mejor es la especialización.
En mi casa, mi padre reñía por minucias y, en cambio, cuando uno hacía una barrabasada abismal, pedía y daba calma. Mi madre contemplaba con una indiferencia olímpica las pequeñas faltas, pero ante las graves se rasgaba las vestiduras. El balanceo era estupendo, porque uno no dejaba de ver todo lo que estaba mal siempre con perspectiva. En mi matrimonio, mi mujer está más centrada en las buenas maneras; y yo, en la moral de combate. El reparto tiene que hablarse y acomodarse a las querencias de cada cónyuge.
“Es mejor prevenir: prerreñir. Si esperamos, la furia nos dominará, y el que riñe debe mantener una reserva de sentido del humor, a medias actoral”
Segundo, no se riñen resultados. El utilitarismo se cuela en todo. No se espera a que se rompa la jarra de agua y tres platos, para sugerirles que no se juega en la mesa. Porque entonces parece que la bronca es por la vajilla y no por su mala educación. No se espera a los suspensos para afearles su pereza. La pereza está mal, aunque la supla la inteligencia y no haya suspensos. Esto, como decía antes, mi padre lo hacía perfecto: te reñía más por sacar un 6.
Y, tercero, no espere a la última gota que desborde el vaso de su paciencia. Reprenda antes. Es mejor prevenir: prerreñir. Si esperamos, la furia nos dominará, y el que riñe debe mantener una reserva de sentido del humor, a medias actoral. Este consejo vale con los amigos y en el trabajo. La última gota siempre es insignificante con respecto a la tormenta que produce y esa distorsión nos desprestigia.
Pero ¿no reñiremos mucho más si no esperamos a la catástrofe ni a la extinción de la paciencia y si, encima, nos repartimos estratégicamente el trabajo? Sí, mucho más y, sobre todo, mucho mejor. Poco podemos hacer por nuestros hijos más valioso que educarles magníficamente en estos tiempos tristes, propicios a la descomposición. “Quien le escatima la vara odia a su hijo”, advierte, en el mismo espíritu, Proverbios 13, 24. No hay que darles con la vara, pero sí hay que darles la vara.
Fuente: revistamision.com