Juan Luis Selma
El mundo necesita una buena dosis de humanidad, de ecología humana, de sentido común
No estoy muy seguro de si tenemos un modelo de persona ideal, un prototipo de hombre o de mujer en quien mirarse, a quien imitar, a quien seguir. Yo, de pequeño, admiraba a algunos; de adolescente quería parecerme a ciertas personas. Entonces no era difícil encontrar un modelo entre los conocidos o entre los famosos. Supongo que tampoco faltarán en estos tiempos, pero dónde podemos encontrarlos.
Vemos que las grandes estrellas suelen terminar estrelladas. Muchos genios del deporte acaban con vidas poco saludables. Entre las grandes fortunas no es corriente encontrar un éxito familiar correlativo. En la realeza hay de todo… En fin, ¿hacia dónde podemos mirar? ¿Hay un norte? ¿Es verdad que todo da igual? ¿Hay ahora prototipos a seguir?
Recientemente he podido tener unas cuantas conversaciones muy interesantes con jóvenes que están terminando el Bachillerato. Es un momento delicado, pues tienen que discernir su futuro profesional. Me ha sorprendido que bastantes quieren ser útiles a los demás, tienen ganas de servir a la sociedad, no piensan solamente en su beneficio y bienestar. Le dan a su futura profesión un sentido vocacional, de misión.
Quieren hacer felices a los suyos y aquellos con los que se relacionarán profesionalmente. Esto es señal de la grandeza del alma humana. Seguramente estos jóvenes han tenido buenos referentes.
También nos podemos preguntar cómo queremos ser. ¿Qué idea tenemos del hombre, de la mujer? A la vez quisiéramos saber si alguien defiende al hombre sabiendo quién es. Cuando llegan las horas bajas, que a todos nos llegan, ¿a qué o a quién me agarro para no hundirme? ¿Soy amado de un modo incondicional? ¿Tengo asegurado el amor, la amistad? Una respuesta positiva a estas cuestiones nos dará seguridad, nos ofrecerá un puerto seguro, un ancla fiable, un agarradero cierto.
Enseña el Concilio Vaticano II: “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: Abba! ¡Padre!”.
Si quitamos a Dios, si nos apartamos del Hombre perfecto: Cristo, perdemos la noción de qué es el hombre. Lo podemos ver en las últimas leyes, tan progresistas que nos retrotraen a las cavernas. Tan confusas que inducen a dudar de lo más obvio. Y el olvido de la identidad lleva a una muerte segura, como la del Minotauro perdido en el Laberinto a manos de Teseo. El ser se constata con la realidad, no con la ambigüedad, con las sensaciones, con los deseos.
El mundo necesita una buena dosis de humanidad, de ecología humana, de sentido común, de realidad. Hay mucho sufrimiento provocado intencionadamente, muchas personas que desconocen el amor, la verdadera amistad, el calor de la familia, la luz y seguridad de la fe. Cuando el ser humano está tan deteriorado, le sucede lo que dice san Pablo: “El hombre animal no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios”.
San Teófilo de Antioquía (siglo II) en polémica con los paganos arguye: “Pues ya, si me dices: Muéstrame a tu Dios, yo te replicaría: Muéstrame tú a tu hombre, y yo te mostraré a mi Dios. Muéstrame, en efecto, unos ojos de tu alma que vean y unos oídos de tu corazón que oigan… Muéstrame, pues, tú a ti mismo: si no eres adúltero, si no eres deshonesto, si no eres invertido, si no eres rapaz, si no eres defraudador, si no te irritas, si no eres envidioso, si no eres arrogante, si no eres altanero, si no riñes, si no amas el dinero, si no desobedeces a tus padres, si no vendes a tus hijos. Porque Dios no se manifiesta a quienes cometen estas acciones, si no es que antes se purifican de toda mancha”.
En el Evangelio vemos la figura de Jesús cansado, sentado junto al pozo de Jacob. Tan humano que está agotado, como cuando se durmió en la barca zarandeada por el temporal. Tan cercano que, olvidando su fatiga, entabla conversación con la Samaritana devolviéndole la dignidad perdida. Para Él ,todos somos importantes, tan queridos que entrega su vida por nosotros.
¡He aquí el hombre! Exclama Pilatos, mostrándolo coronado de espinas, azotado, maltratado. Y es el justo, la verdad, el caritativo, el casto y fiel, el trabajador honrado, el hombre de familia y de amigos. Morirá en la Cruz, es verdad, pero resucitará. Él, el condenado y marginado, nos mostrará la grandeza del hombre, imagen de Dios, que, aunque sea rechazado e incomprendido, nos muestra nuestra grandeza. Nos dice que hay un modo noble y grande de ser hombre, muy humano y muy divino. Él es el Prototipo.
Fuente: eldiadecordoba.es