Alicia Beatriz Montes Ferrer
En el año 2018, Monseñor Braulio Rodríguez, arzobispo de Toledo por entonces, expresaba en un escrito estas palabras que deberíamos repetir hasta la saciedad y por esto considero importante que se recuerden, especialmente que las tengan presente los padres:
“No entiendo cómo padres católicos aceptan tranquilamente que sus hijos sean “educados” (mal educados) en lo fundamental de la vida moral por los que son necesariamente secundarios en la educación de sus hijos, sean el Estado, el Gobierno de España, de la Comunidad Autónoma o de aquellos profesores de colegios e institutos que, sin ningún derecho, violan sin empacho alguno la conciencia de los que les han sido confiados; ya sea en centros de iniciativa pública o privada. La Constitución Española, repito una vez más, en su artículo 27.3 lo muestra con la claridad suficiente (…) No entiendo tampoco que los padres cristianos estén tan adormecidos en este campo de la educación de sus hijos y acepten callados que, de nuevo, un gobierno de nación apruebe una reforma de la Ley de Educación sin contar con nadie, sean partidos políticos, sea Consejo Escolar del Estado y otras organizaciones de padres. Me pregunto si estamos retrocediendo otra vez a tiempos donde gobiernos fascistas o comunistas, en cualquier caso, dictatoriales, legislaban sin tener en cuenta a los ciudadanos”.
Por su puesto no es la única voz en la Iglesia católica que se pronuncia contra la dictadura del género, Benedicto XVI fue uno de los primeros en advertir de lo que se estaba introduciendo en la sociedad. Sin embargo, son pocos los que se atreven a dar la cara en contra del pensamiento único, y raras veces son escuchados sus avisos por la población, concretamente por los padres.
Ni que decir tiene que este asunto de la ideología de género no es sólo de católicos, de hecho, hay padres ateos que tampoco aceptan que estén inmiscuyéndose en el terreno educativo con sus hijos en cuestiones tan sensibles y personales. Pero la realidad es que, para los católicos, es un grave atentado contra nuestra fe por lo que estamos llamados a defender a nuestros hijos de este claro adoctrinamiento. La educación de nuestros hijos es nuestra máxima responsabilidad, no podemos mirar hacia otro lado. En la II Guerra Mundial tenemos conocimiento de los millones de personas que fueron introducidas en las cámaras de gas para morir asfixiadas. Hoy son nuestros hijos los que respiran un aire contaminado con una ideología asesina que les mata poco a poco su propia alma.
Yo no sé qué más hace falta que ocurra para que los padres despierten y se levanten de su cotidiana vida en la que pareciera que es más importante que el hijo esté cubierto de cosas materiales dejando a un margen su interioridad.
El otro día presencié un taller que una compañera organizó en el colegio donde trabajo. El tema iba de las emociones de rabia e ira que nos invaden en ocasiones cuando nos enfadamos y que debemos de aprender a controlar. Se realizó dialogando con los alumnos, dejando oportunidad para que se expresaran abiertamente. Algunos alumnos contaron que en esas situaciones llegaban a pegarse a sí mismos. Este hecho, que podría ser considero aislado y pasar desapercibido, está siendo cada vez más habitual entre los adolescentes. Podemos encontrar en las RRSS incluso técnicas de cómo autolesionarse. La cuestión que nos deberíamos de plantear es ¿qué lleva a un niño a hacerse daño a sí mismo? En muchas ocasiones, esos chavales no aceptan su físico, su forma de ser, algunas circunstancias familiares… pero en lugar de recibir ayuda, lo que encuentran es el modo de despreciarse. Esto, como es evidente, también encuentra salida fácil en la disforia de género, el no aceptarse su cuerpo biológico. Si a estas situaciones le sumamos la información que les puede llegar a los adolescentes de las redes sociales, la televisión y del centro escolar sobre el género, tienen servida en bandeja la solución a su angustia interior. En esos momentos se encuentran solos en un bosque lleno de lobos que les rodean sin nadie que les ayude a salir de esa situación.
Ahora bien, yo me pregunto, ¿son los padres conscientes de que quizás su hijo esté atravesando una etapa difícil? ¿Hablan con ellos, intentan comprender sus preocupaciones o están más preocupados de que asistan a cuantas más actividades extraescolares posibles para quitárselos de en medio un rato? ¿Saben los padres que, según el informe Anual del 2022 de la Fundación ANAR, reciben una media de 13 intervenciones urgentes al día por intentos de suicidio, agresiones sexuales o maltratos físicos en adolescentes, cuando hace 6 años no se llegaba a más de 3 diarias?
¿A qué se debe el silencio abrumador que la sociedad muestra? ¿Acaso no estamos observando cómo están atentando contra la vida de los más indefensos? El vaciamiento de una conciencia moral recta, de principios estables y fundamentales para la vida que percibo a mi alrededor, considero la causa más directa. Vivimos en una sociedad enferma que solo vive encerrada en sí misma, en su propio bienestar, sin importarle lo más mínimo los demás, so pena por algún interés personal.
Han despojado de alma a millones de personas que viven presas de la búsqueda del placer, del dinero y el culto al cuerpo. Creyéndose libres viven más esclavizados que nunca. Les han arrancado la verdad, les han convertido en sus fieles y dóciles esclavos que aplauden las medidas progresistas de unos déspotas sin escrúpulos, que les entierran a ellos, y a toda la sociedad, en un océano de mentiras.
Irene Montero lo ha vuelto a hacer hace unos días, ha vuelto a exclamar a viva voz lo que su gobierno comunista pretende: quitar la patria potestad a los padres de sus hijos. En la presentación de un libro de la activista trans Alana S. Portero, “La mala costumbre”, afirmaba: “La educación sexual es un derecho para todos los niños, niñas y niñes, aunque sus padres no quieran que lo tengan”.
La hipersexualización desde edades tan tempranas está llevando a una sociedad que todo lo pase por la bragueta, a que la pornografía sea el rato de relax de miles de adolescentes y a que el aborto sea el método anticonceptivo de los adolescentes que juegan a tener sexo con el riesgo de poder ser padres a esas edades.
En una localidad de México, hace poco se supo que una niña de 6 años, sí, 6 años, fue obligada a tener sexo con un compañero de clase mientras le grababan con un IPad del colegio, presenciándolo todo un profesor del centro. El caso ha llegado al FBI, pero el daño ya está hecho en esos niños y en cientos de miles más que cada día, encerrados en esas paredes donde los padres dejan a los hijos muchas horas al día, sufren un lavado de cerebro brutal. 200 padres protestaron hasta el punto que incluso tuvieron que cerrar el centro varios días, pero, ¿por qué no somos capaces de movilizar a más padres contra esta crueldad?
Este es un ejemplo de lo que hay fuera de nuestras fronteras, pero por desgracia, podíamos llenar páginas enteras con los casos que ya están saliendo a la luz en España.
Ya he mencionado el artículo 27. 3 de la Constitución Española, que ampara a los padres contra las mentiras que se les explican a los niños mediante la ideología de género. Pero no es el único documento que puede ayudar a luchar en esta batalla en defensa de los menores. Contamos con el art. 26.3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el art. 18.4 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. El art. 2 del Protocolo Adicional Nº1 del Convenio Europeo de Derechos Humanos y el art. 14 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Todos estos documentos tienen efecto jurídico directo y superior en la legislación ordinaria en España.
Actualmente hay dos modos en los que dentro del centro escolar se imparte la visión distorsionada del sexo mediante la idea del género, enseñándoles el poder elegir si ser niña o niño y mostrándoles formas alternativas de practicar el sexo consigo mismo, con otro sexo, con personas de su mismo sexo y con un claro fin que los dirige a tener relaciones con adultos.
Encontramos los ya clásicos talleres, de asociaciones de colectivos LGTBIQ generalmente, externos al centro escolar, y que no suelen tener acreditaciones que les avalen para impartir clases de sexualidad. Y, por otro lado está dentro del currículum, impartido por los propios docentes, en cualquier asignatura o, sobre todo, aprovechando ciertas efemérides, como podrían ser el día contra la violencia de género, el día de la Mujer o el de las familias.
Sea como sea, hay que negarse, hay que ir al centro para mostrar el rechazo, hay que denunciar si hace falta, porque por un hijo, por salvar a un hijo de las garras del Gran Dragón ideológico, un padre hace lo imposible.
Padres, no podéis permanecer impasibles, vuestros hijos os necesitan. No tengáis miedo a dar el paso firme en contra de este atentado contra la dignidad de estos niños, aún inocentes, que quedarán dañados de por vida si no evitáis esta intromisión ideológica.
Merece la pena arriesgar todo por lo que más se ama.
Cada vez más padres se están levantando indignados al ver lo que les están introduciendo en las mentes vulnerables a sus hijos, ante la discriminación y acoso que les están haciendo por pensar diferente, ante los ataques a sus principios y valores, que ellos, como principales responsables de la educación de sus hijos, no están dispuestos a dejarse pisotear.
La libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, así como la de expresión, debe de estar amparada. Los católicos pedimos libertad para poder expresar nuestras creencias religiosas, filosóficas y políticas sin miedo a ser demandados o censurados. No podemos rendirnos ante los tribunales o la opinión pública.
¡Lucha por tus hijos!
Fuente: adelanteespana.com