Emilio Liaño
Cristo está ahora presente físicamente en la Eucaristía, no sólo en la celebración de la Misa, sino más allá. Si el encuentro con Cristo persona es lo central de la fe cristiana, cabría preguntarse por qué, la mayor parte del día, las iglesias están totalmente vacías.
En este artículo nos proponemos reflexionar sobre el cristocentrismo eucarístico, en continuidad con el cristocentrismo que han defendido autores como Ratzinger, según el cual: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Deus Caritas est, n. 1).
Brevemente se puede decir que el cristocentrismo es una visión en la que se afirma el cristianismo como una religión del encuentro con una persona más que una religión del hacer o del obrar. Lo primordial del cristianismo viene a ser el encuentro personal en la fe con el Dios que se hace hombre.
No se puede decir que esta cuestión sea una novedad absoluta, ya que el acento eucarístico del planteamiento cristocéntrico va en la misma dirección de lo enseñado por la Iglesia desde siempre. En este sentido, no es muy original porque la Iglesia ha subrayado insistentemente el valor central de la Eucaristía.
Sin embargo, en la actualidad parece conveniente impulsar un nuevo esfuerzo que facilite un mayor acercamiento a Jesucristo y, especialmente, en la Eucaristía.
El punto de partida: un hecho frecuente
Primero conviene señalar que el cristocentrismo eucarístico no es el fruto de un análisis teórico. La visión puramente reflexiva de la cuestión no permite entenderlo en su verdadera dimensión. En la actualidad es una experiencia común que las iglesias estén vacías en tantos lugares, por lo menos en algunos países con más desarrollo económico y en los que ha habido una fuerte tradición católica.
No se trata de fijarse en la disminución de los fieles en la Misa, hecho que va acompañado de una asistencia regular de tantos otros que ven en la Misa el acto central de su relación con Dios, y lo cual es en sí muy positivo.
El problema no está en la Misa sino fuera de ella.
Desgraciadamente es una experiencia frecuente que en las iglesias, fuera de las celebraciones litúrgicas, no haya prácticamente nadie. Esta escasez de gente ha hecho que las iglesias no sean lugares muy seguros y que, en ocasiones, es mejor que estén cerradas para evitar males mayores.
Este hecho nos tiene que hacer pensar porque puede tener importantes consecuencias.
Si las iglesias fueran solo unos templos que conservan una serie de objetos para el culto, o artísticos, el vacío de las iglesias no tendría demasiada relevancia.
Sin embargo, en las iglesias, además de todos los objetos que en ella se puedan encontrar, también custodian la presencia de Cristo en la Eucaristía.
La Eucaristía no es una cosa más dentro de un templo como pudiera ser una estatua o una pintura. La Eucaristía es el centro del templo y su causa. Hay templos para celebrar la Eucaristía y para que la Eucaristía se reserve para el culto de los hombres.
El encuentro personal con la Eucaristía
Cuando Cristo pisó la tierra hace unos dos mil años, pidió a la gente que lo escuchara y que pusiera su confianza en Él. Si Cristo viniera hoy a la tierra como hombre, como el hombre que habitó en una parte de este mundo, tendríamos la obligación de ir a su encuentro.
Es decir, para quien tiene fe en que Cristo es Dios, su presencia terrenal debería ser una llamada imperiosa para verle en carne y hueso, con su mirada, con sus palabras, gestos, etc.
Bien, pues Cristo está ahora presente físicamente en la Eucaristía, esperándonos con tanto anhelo como cuando vivía sobre la tierra.
El cristocentrismo, por tanto, afirma la necesidad de encontrarse con el Cristo-Dios porque es esa Persona lo que define lo esencial de la religión.
Ahora, además, añadimos que el encuentro con el Cristo-Dios ha de hacerse en la Eucaristía, y no solamente en la celebración de la Misa.
En la Eucaristía tenemos la certeza de que Él se encuentra verdaderamente con su humanidad y su divinidad.
Si Cristo se ha quedado en la Eucaristía es porque quiere estar con nosotros. Por eso no debiera dejarnos indiferentes que nuestras iglesias estén vacías fuera de los actos litúrgicos; es una señal de que Cristo-Eucaristía no tiene mucho valor para nosotros. Tal vez nuestra fe se ha enfriado y solo creemos, con fe efectiva, en la presencia de Cristo en el sacrificio de la Misa, pero no lo que implica su constante presencia real en el Tabernáculo.
El acompañamiento a Jesús-Eucaristía
Hay que aclarar que cuando se habla de acompañar a Jesús en la Eucaristía no se refiere a la necesidad de tener más actos de adoración, exposiciones con el santísimo, etc., cosas que son muy buenas, pero no es a lo que se refiere en este artículo.
La soledad de los Sagrarios tampoco se resuelve por medio de unos pocos que estén siempre en las iglesias de manera que estas nunca estén vacías. La cuestión no va por esos derroteros.
Se trata, al contrario, de la necesidad de que muchos acudan a los sagrarios de sus templos porque es Jesús quien les está esperando con una paciencia sin límites. Se puede decir que la obligación es de toda la comunidad creyente. Quien se piensa excluido de este deber ya manifiesta que tiene poca fe en la Eucaristía.
Cristo se ha quedado en la Eucaristía para que vayamos a Él. Y ¿qué hemos de hacer delante de la Eucaristía? Primero, simplemente estar; segundo hablarle y tercero escucharle.
Cristo, que es un Dios de vivos no de muertos, está vivo con capacidad para escuchar y para hablarnos. ¿Podemos hablar con Jesús en todos los sitios? Por supuesto, pero hemos de hacerlo preferentemente donde Jesús lo prefiere, es decir donde se ha quedado.
Es claro que podemos hablar con una persona amada por teléfono, pero no denotaría amor quien prefiere hablar por teléfono antes que en su presencia física. Pues Cristo prefiere hablar con nosotros cara a cara, físicamente.
Y si nos preguntamos ¿cuántas veces debemos estar con Jesús-Eucaristía?, o ¿cuánto tiempo? Aquí, lógicamente, no cabe una regla fija: depende de las obligaciones familiares, sociales, etc., que el mismo Jesús quiere que cumplamos.
En cualquier caso, es conveniente acudir al Sagrario con una frecuencia diaria. ¿El tiempo? Lo que Dios inspire a cada uno y lo que su generosidad dé de sí. No hay que estar muchas horas delante de Jesús en el Sagrario. No, se trata de estar muchas veces (en muchos días), según nuestras circunstancias y fuerzas, con la finalidad de tener un diálogo con el Señor (en muchos casos, unos minutos bastan).
En el trato eucarístico hay dos dimensiones a tener en cuenta. La primera es permanente y tiene que ver con nuestra relación personal con Jesús. En esta relación es primordial entender que Jesús desea estar con cada uno de nosotros y no le da igual que nosotros nos olvidemos de Él un día y otro.
La segunda dimensión es temporal y está relacionado con el abandono masivo de Jesús en la Eucaristía. Debiera ser un acicate para nosotros tratar de consolar a Jesús en su soledad. Y aquí, aunque la aportación personal pueda parecer insignificante frente a la indiferencia de tantos, hemos de pensar que nuestro trato le alivia porque Jesús no desea el amor de muchos, sino el amor de cada uno, empezando por el nuestro.
Pensemos que los cristianos estamos enraizados en la Iglesia, habitualmente, a través de las parroquias. Pues una tarea que podríamos asumir como creyentes es mirar cómo cuidamos a Jesús-Eucaristía que está presente en el Sagrario de nuestra parroquia. Estar con Dios Eucaristía es la mejor inversión que podemos hacer de nuestro tiempo.
Aunque se ha hablado de obligación o de necesidad, en esta tarea de acompañamiento a la Eucaristía no hay más obligación que la de nuestro amor. Es el amor lo que está en juego, no el cumplimiento de un deber.
El cristocentrismo eucarístico II
El autor reflexiona y propone una serie de nociones con el objetivo de invitar a un mayor acercamiento a la Eucaristía.
Este artículo viene a continuar otro que fue publicado con el título de “Eucaristía: el encuentro personal con Cristo”. Lo cierto es que aunque el título es muy correcto, sin embargo no fue el inicialmente propuesto, el cual era “El Cristocentrismo eucarístico” tal como está titulado el presente. Por ello me propuse escribir un segundo artículo que recogiera la noción desde su título para insistir un poco más en estas ideas.
En el primer texto ya se dijo que tanto el Cristocentrismo como la Eucaristía no son temas nuevos en la Iglesia y que, incluso, han recibido ambas mucha atención por parte de teólogos y de pastores. Sin embargo, no suelen ser tratados de manera conjunta, cosa que me parece que podría ayudar a una mejor comprensión de ambos.
También quiero recordar que algo que estuvo en el origen de estos artículos ha sido la escasa presencia de cristianos en los templos fuera de las celebraciones litúrgicas o de otras prácticas pastorales comunitarias. Con ello no se quiere decir que la asistencia a estos actos sea equivocada, o que no se deban convocar, sino que, además de ellos, también hace falta un acompañamiento más regular a Dios en la Eucaristía que se ha quedado ahí para estar con nosotros.
En esta línea, se insiste nuevamente en estas dos nociones para que nos inviten a un mayor acercamiento a la Eucaristía. Las reflexiones serán breves porque no se trata de apoyar con grandes argumentos, sino solo a modo de llamadas que, en el fondo, es lo que hace Cristo cuando nos busca.
1. Cristocentrismo
El Cristocentrismo, como ya se vio en el anterior artículo, pretende poner en el centro de la religión cristiana a la persona de Cristo. Pero, ¿es que puede ser de otra manera? Por supuesto.
Una manera relativamente fácil de comprender el cristianismo es por medio de las acciones que realizan sus seguidores. Por ejemplo, el cristianismo es la religión en la que tienes que ir a Misa porque ahí se celebra la muerte del Hombre-Dios donde obtuvo la salvación de todo el género humano. A esto le podríamos añadir muchas otras más acciones que pueden tener más o menos importancia.
Otro modo de entender el cristianismo puede ser por el decálogo que obliga a los cristianos. Entonces los cristianos se identificarían por obedecer los mandatos dados por Dios. Todo esto es entendible porque cuando alguien con buena voluntad entra en contacto con el cristianismo suele preguntarse qué hay que hacer para ser cristiano. Entonces se espera una respuesta de tipo normativo.
Sin embargo, ante la pregunta sobre qué es el centro del cristianismo, buscando en el Nuevo Testamento, la respuesta más breve es la de creer en el evangelio. Y, ¿qué es lo que hay creer? Que Cristo, el hombre que dio su vida por nosotros, es Dios. El Cristocentrismo trata de poner esta realidad en el foco de nuestra religión, poniendo orden sobre otros temas que pueden tener su relevancia, pero deben estar siempre en segundo lugar respecto a esta verdad más nuclear.
La religión cristiana es la esperanza en la venida de un mesías salvador que nos trae el perdón y la alegría. La fe nos dice que ese mesías murió y resucitó para nunca más morir. Por tanto Cristo vive, y si un día dio su vida por nosotros, ahora no podemos pensar que Él sea indiferente a nuestras vidas. Cristo vive y quiere estar junto a nosotros, a nuestro lado. Ahora no hay nada que se lo impida salvo nuestra voluntad.
Desgraciadamente, nosotros podemos pensar que Cristo espera algo de nosotros, pero desconocer que lo que espera es a nosotros mismos. Cristo tiene voluntad y tiene entendimiento, y lengua para hablar, y además un corazón que desea un montón de cosas, entre ellas las nuestras. Es una falta de fe pensar que Cristo no se pueda comunicar con nosotros, y más aún pensar que no lo haga. Eso es falso porque Cristo no abandona a ninguna de sus criaturas por las que dio su sangre.
Sí que puede ser cierto que en nuestros días nos cueste más decubrir dónde está Jesús. Esta es una barrera probablemente muy extendida y que nos pueda parecer imponente, pero que no debiéramos temer lo más mínimo porque la superamos en cuanto nos ponemos delante de la presencia de Dios, dirigiéndonos directamente a Él. Pero, ¿es que no siento nada? Tal vez no haya nada que sentir. Si juzgamos nuestra relación con Dios desde el sentimiento, es muy posible que esta esté un poco deteriorada porque entenderá muchas cosas desde donde no se debe. Cristo no busca llenar nuestro sentimiento, sino llegar a nuestro corazón, o lo que es lo mismo, que nosotros lleguemos al Suyo.
Avanzar en esta dirección ayuda a rehacer nuestra relación con Dios. Para ir hacia Dios, necesitamos su gracia que significa en ella misma ser grato a los ojos de Dios. La Virgen María es la llena de gracia. Y esta gracia solo nos la puede dar Dios. Cristo no nos pide que nosotros podamos ir hacia Él, ni que tengamos fuerzas, ni siquiera que tengamos ganas. Simplemente nos pide que vayamos a Él sinceramente, desde el corazón, porque el resto lo pone Él.
Tal vez hacemos un esfuerzo un día, o varios, y luego pensamos que más tarde debe ser más fácil porque ya hemos sido generosos durante un tiempo más o menos largo. Este tipo de pensamientos acaban decayendo porque Cristo quiere que vayamos a Él una y otra vez, y que todo lo demás lo dejemos en su corazón. No digo que ir hacia el corazón de Cristo sea fácil, pero Este es un lugar abierto y acogedor siempre que nos ponemos en movimiento hacia Él. El corazón de Cristo solo se cierra cuando desistimos, y únicamente mientras le dejamos abandonado. Que este ir hacia Cristo no sea fácil también nos indica que debemos ir a Él poco a poco, según lo que den nuestras fuerzas. Cristo no tiene prisa porque tiene por delante toda nuestra vida. Solo nos pide que vayamos a Él con la intención de encontrarle personalmente, de buscar su rostro.
2. Eucarístico
El segundo término es Eucarístico. Cuando vamos descubriendo que Cristo tiene un corazón que nos ama, nos preguntamos dónde Le podemos encontrar y la respuesta es en la Eucaristía.
No podemos olvidar que a Dios lo podemos tratar en todas partes, y a Jesús también. Ciertamente, no necesitamos ninguna circunstancia especial ni tampoco un lugar determinado para dirigirnos a Dios, pero Jesús ha querido quedarse con los hombres hasta el fin de los tiempos, y esto lo ha concretado en una presencia material en la Eucaristía.
Jesús está en los sagrarios esperando a que vayamos, no para ver pasar el tiempo. Jesús en la Eucaristía desea que nos encontremos con Él. Cuando alguien entra en una iglesia, Él anhela que le miremos, que le digamos algo. Puede ocurrir que muchas veces pasemos indiferentes como si el sagrario fuese una piedra más del templo, pero esto no deja indiferente a Su corazón. Jesús, el gran amante, se ha quedado materialmente en la tierra para que nosotros palpemos su amor. Verdaderamente nadie puede decir que hoy Dios se ha olvidado de los hombres porque eso solo significa que no ha comprendido lo que es la Eucaristía.
Por otra parte, la Eucaristía es el gran remedio ante todas nuestras necesidades. Si notamos que estamos tristes, o que la vida no nos va bien, o tantas cosas que nos pueden hacer sufrir, nuestra solución es ir al Sagrario. El Sagrario viene a cumplir un gran deseo de Jesús de estar con nosotros, y también viene a resolver todas nuestras necesidades, las físicas, las morales, las personales, las familiares, las profesionales, etc. El Sagrario es el mejor sitio en el que podemos estar porque es donde Dios se nos dona de la manera más plena, según Su querer.
Tal vez podamos notar que ir al Sagrario es costoso, algo que no nos debe sorprender porque hemos ido dejando que entre cada vez más la indiferencia ante esta realidad divina. Por ello, algunas veces podemos acercarnos al Sagrario y sentir ganas de abandonar su presencia, o de estar pensando en cosas que no tienen nada que ver con Él, distrayendo nuestra mente. Al igual que dijimos antes, hemos de saber que Él solo nos pide que vayamos a su presencia y nos dirijamos a Él. El resto dejémoslo en Sus manos. Nosotros solo tenemos que perseverar en esa intención y rectificarla cuando veamos que se tuerce.
El Sagrario no debiéramos reducirlo al lugar donde vamos a rezar. Eso puede estar bien, pero es insuficiente. El Sagrario es el lugar donde vamos a dirigirnos a Dios, a invocarLe para acceder a Su Presencia. Desde el Cristocentrismo, la Eucaristía es el lugar donde podemos descubrir el rostro del Hombre-Dios. En la Eucaristía, Jesús quiere una verdadera relación de intimidad con nosotros, no simplemente que pasemos el rato rezando unas oraciones. Hay que saber que este descubrir el rostro de Jesús, o tener intimidad con Él, requiere ir una y otra vez con el ánimo de encontrarLe.
Cuando nosotros acudimos al Sagrario con el ánimo sincero de estar junto a Él, Jesús va cambiando nuestro corazón, pero eso sí, poco a poco, según Sus tiempos, no según lo que nos parece a nosotros por el esfuerzo que hemos puesto. Ya exigir a Dios algo no es una buena práctica porque es Él Quien verdaderamente sabe lo que necesitamos. Nosotros fácilmente nos dejamos engañar por tantas menudencias porque somos muy ignorantes respecto de las cosas de Dios. Al Sagrario hay que ir con la intención de dar, sin querer recibir nada a cambio, porque si no, enseguida encontramos demasiados motivos para irnos de allí, no siendo el menor el desasosiego que nos invade. Sin embargo, y esto está al alcance de cualquiera, ir al Sagrario con la sola idea de agradarLe nos cambia la vida.
3. Conclusiones
La conclusión de este artículo es sencilla. Solo se pretende animar a que no dejemos a Jesús arrinconado en las iglesias. Basta con ir lo que podamos, mejor si es todos los días, el tiempo que nos sugiera nuestra generosidad y nuestras fuerzas.
No se trata de estar un día muchas horas, sino de estar muchas veces el tiempo que podamos con quien sabemos que nos ama, y que le encanta que estemos a su lado.
Fuente: omnesmag.com