6/10/23

Evangelio del domingo

Solemnidad del Corpus Christi (Ciclo A). 


Evangelio (Jn 6,51-58)

Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Los judíos se pusieron a discutir entre ellos:

—¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Jesús les dijo:

—En verdad, en verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Igual que el Padre que me envió vive y yo vivo por el Padre, así, aquel que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo, no como el que comieron los padres y murieron: quien come este pan vivirá eternamente.

Comentario

El evangelio de la Solemnidad del Corpus Christi recoge un fragmento del discurso del pan vida pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, después del milagro de la multiplicación de los panes y de los peces. Cuenta san Juan que las palabras de Jesús acerca del futuro misterio de su Cuerpo y de su Sangre provocaron sorpresa y rechazo. Pero la Iglesia no ha dejado de renovar día a día su fe agradecida en la presencia real de Jesús bajo las especies sacramentales; y por eso también lo saca en procesión por las calles, para que todos puedan adorarlo y recibir sus bendiciones.

Jesús se refiere en su discurso al famoso maná que Dios hizo llover en el desierto para los israelitas y que tanto les admiró. Cuenta el libro del éxodo que “al verlo, los hijos de Israel se dijeron entre sí: -¿Man-hu? (que significa: "¿Qué es esto?") Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: -Esto es el pan que el Señor os da como alimento” (Ex 16,15). Es lógico que los cristianos manifestemos también nuestro asombro ante un don mucho más sublime y misterioso como es la Eucaristía, que nos da la vida eterna.

Jesús explica que el maná del desierto prefiguraba el verdadero pan del cielo que Dios iba a dar a los hombres por medio de su Hijo. También el milagro de la multiplicación de los panes quería prefigurar la eucaristía de algún modo, y por eso fue preludio del discurso de Jesús. Pero quienes comieron el maná en el desierto murieron; lo mismo que aquellos que buscaban a Jesús solo por haber saciado sus cuerpos. El Señor invita a desear el verdadero pan del cielo que sacia a las almas de su hambre de Dios y les comunica vida eterna; la vida del propio Jesús resucitado.

Cuando Jesús invitó a comer y beber su propio cuerpo y su sangre, se produjo el abandono dramático de muchos de sus discípulos. Pero la fe en la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Jesús bajo las especies sacramentales es uno de los elementos más característicos del credo cristiano. Además de estar fundamentada en los textos del Nuevo Testamento, como este discurso de Jesús o los relatos de la institución de la eucaristía, ya desde los inicios de la Iglesia se evidencia. Por ejemplo, hacia el año 90 d.C. escribía san Ignacio de Antioquía: “se mantienen alejados de la Eucaristía y de la oración los docetas, por no confesar que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que el Padre en su bondad ha resucitado”[1].

Al comentar el discurso de Jesús, el Papa Francisco invitaba a renovar esta fe eucarística multisecular y a dejarnos transformar por Cristo al recibirlo: “el pan es realmente su Cuerpo donado por nosotros, el vino es realmente su Sangre derramada por nosotros. La Eucaristía es Jesús mismo que se dona por entero a nosotros. Nutrirnos de Él y vivir en Él mediante la Comunión eucarística, si lo hacemos con fe, transforma nuestra vida, la transforma en un don a Dios y a los hermanos. Nutrirnos de ese ‘Pan de vida’ significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, asimilar sus elecciones, sus pensamientos, sus comportamientos. Significa entrar en un dinamismo de amor y convertirse en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario. Lo mismo que hizo Jesús”[2].

“Nuestro Dios ha decidido permanecer en el Sagrario para alimentarnos, para fortalecernos, para divinizarnos, para dar eficacia a nuestra tarea y a nuestro esfuerzo”[3], comentaba san Josemaría. Y añadía: “Si hemos sido renovados con la recepción del Cuerpo del Señor, hemos de manifestarlo con obras. Que nuestros pensamientos sean sinceros: de paz, de entrega, de servicio. Que nuestras palabras sean verdaderas, claras, oportunas; que sepan consolar y ayudar, que sepan, sobre todo, llevar a otros la luz de Dios. Que nuestras acciones sean coherentes, eficaces, acertadas: que tengan ese bonus odor Christi, el buen olor de Cristo, porque recuerden su modo de comportarse y de vivir”

Fuente: opusdei.org