Antonio García-Prieto Segura
“Hoy, cuando diga Misa, le pido por favor que junto con otras intenciones que tenga, ofrezca el Sacrificio Eucarístico por la paz de Ucrania… Que no se convierta en un Gólgota del siglo XXI”.
Tres referencias se concitan en el título de este artículo, inspirado por una de ellas. La guerra de Ucrania, primeramente; después, el comentario que a propósito de esta contienda me hizo un amigo abogado; y finalmente, una declaración del presidente francés Macron en su discurso al Parlamento Europeo, en Estrasburgo, el pasado 19 de enero.
Guerra de Ucrania: no habían pasado 24 horas de la invasión cuando recibí un whatsapp de Íñigo. Sin proponérselo, me había dado el título del artículo aunque he añadido el interrogante, que posiblemente sobra. Escribía así desde Bruselas: “Hoy, cuando diga Misa, le pido por favor que junto con otras intenciones que tenga, ofrezca el Sacrificio Eucarístico por la paz de Ucrania… Que no se convierta en un Gólgota del siglo XXI”. Oportuna referencia al Gólgota que, como lugar de la crucifixión y muerte del Señor, es recurso habitual para calificar situaciones de máximo dolor y sufrimiento.
¿Un nuevo Gólgota la invasión de Ucrania? Sí, pensarán muchos lectores, porque llevamos días y días, sin tregua, contemplando imágenes horrorosas que desgarran el corazón. En mi último artículo ya dejaba entrever este Gólgota, citando palabras de Pascal: "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo". Juan Pablo II las hizo suyas el 12 de marzo de 1994, al referirse a los sufrimientos humanos en la guerra de los Balcanes. El Papa polaco tenía muy presentes innumerables penalidades humanas porque, aparte de haberlas sufrido en su propia carne durante la II Guerra Mundial, las revivió de nuevo en septiembre de 1993, al visitar Lituania. Allí, arrodillado en la Colina de las Cruces rezó y dejó como recuerdo una cruz con un Cristo de bronce.
La historia de esa Colina nació al irse depositando cruces en honor a los lituanos muertos durante la represión de las autoridades zaristas del Imperio Ruso, tras la insurrección de 1831. Al no poder recuperar los cuerpos, sus familiares colocaban una cruz en la cima de la Colina; terminó convirtiéndose en lugar de identidad religiosa, nacional y cultural. Se reafirmó entre 1963 y 1990, durante la época soviética, cuando hubo varios intentos fallidos para destruir aquella memoria viviente. Hoy, con la invasión de Ucrania, se repite la historia sufriente de la humanidad, y quién sabe si no surgirá otra Colina de las Cruces en ese territorio; pero vayamos ya a la tercera referencia que decía.
Un mes antes de la invasión del país eslavo, otro asalto distinto pero silencioso, no menos desgarrador y causante de división, se cernía y podía presagiarse no en las fronteras del Este de Europa, sino en su mismo corazón. En Estrasburgo, Emmanuel Macron, en el acto de inauguración de la Presidencia francesa de turno del Parlamento Europeo, declaró su intención de incluir en la Carta Europea de los Derechos Fundamentales, el mal llamado “derecho al aborto”. Aunque ya figure en las legislaciones de no pocos países de la UE, encoge el corazón una propuesta de semejante envergadura. Es clara incongruencia unir esos dos términos porque resultan contradictorios a la luz de la ciencia jurídica por lo que mira al “derecho”, y a la ciencia médica por lo que atañe al “aborto”.
En su raíz más genuina, el concepto “derecho” proviene del término latino directum y significa lo no torcido, lo conforme a la regla. Se inspira en postulados de justicia y constituye el orden normativo e institucional, regulador de la conducta humana en la sociedad. En síntesis: algo bueno para la vida en sociedad y enraizado en lo que es justo para las personas que la integran. La otra realidad, el “aborto”, en el contexto que estamos tratando, es la interrupción voluntaria de toda vida humana por muy incipiente que sea. No entro, por falta de espacio, en hechos y razones médico-científicas para concluir que esa nueva realidad biológica iniciada en la fecundación y por la que todos hemos pasado, es un ser humano en ciernes; y, en consecuencia, dotado de una dignidad incompatible con disponer de su vida por un falso derecho.
En menos de 48 horas tras el discurso de Macron, la “Federación Europea One uf us” - Iniciativa Ciudadana Europea con casi dos millones de firmas-, le enviaba una Carta calificando de “aberración” su propuesta de incluir el derecho al aborto en la Carta Europea de los Derechos Fundamentales. La misiva lleva como título: “La Unión Europea: la guerra, el aborto y la presidencia francesa”. Entre otras consideraciones dice así:
“Usted señala, y con gran razón, que la Carta de los Derechos Fundamentales de la UE consagra ‘la abolición de la pena de muerte en toda la Unión Europea’. Pero a renglón seguido anima, por incoherencia o desconocimiento, a reconocer como un nuevo derecho fundamental la despreciable y repulsiva práctica del aborto, una acción de violencia mortal ejercida contra nuestros miembros más indefensos –los no nacidos– y contra la mujer.” La Carta contiene otras observaciones de peso y muy bien razonadas; animo a su lectura, que termina así: “No se preocupe y esté seguro, presidente Macron, de que desde NEOS seguiremos atentos para corregir (…) dislates que ataquen a la defensa de la vida y la dignidad de las personas. Porque No Todo Vale / Parce que tout n'est pas égal. À tres bientôt”.
Ucrania: nuevo Gólgota, sin interrogantes. Y ¿consecuencias de Estrasburgo…? Dios quiera que baste ya con el Gólgota de Jerusalén. Que Cristo, fuente de Vida, haga inoperantes tantas insidias contra la vida y dignidad humanas; y nos dé ánimos para afrontar “los Gólgotas” que prepotencias diversas puedan desencadenar. Que su Sacrifico redentor, renovado en la Eucaristía, nos alcance luces para actuar conforme a la razón, e indulgencia y fuerzas para rectificar nuestros desvaríos.