Ramiro Pellitero
“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”.
Durante su viaje pastoral a Hungría, en el encuentro con el mundo universitario y de la cultura (cf. Discurso en la Universidad católica PéterPázmány, 30-IV-2023), el Papa Francisco retomó un argumento frecuente en las enseñanzas de su predecesor, Benedicto XVI (cf. Discurso en la entrega del I premio Ratzinger de teología, 30-VI-2011).
Se trata del contraste entre dos formas de conocimiento. Por un lado, el conocimiento humilde y relacional –humanista y realista– que se abre a la tecnología, la respeta y a la vez la sitúa constantemente en su adecuada perspectiva. Por otro lado, el conocimiento que tiende a dominar y poseer –tecnocrático–, en principio legítimo, pero que en nuestro tiempo conlleva de hecho el riesgo de acabar con el primer tipo de conocimiento, el humanismo. La armonía entre estos dos tipos de conocimientos, pertenece, efectivamente, a la buena salud de nuestras raíces.
Este argumento lo planteaba ya Romano Guardini hace un siglo: “En estos días he comprendido más que nunca que hay dos formas de conocimiento […], una conduce a la inmersión en el objeto y su contexto, por lo que el hombre que quiere saber trata de vivir en él; la otra, al contrario, reúne las cosas, las descompone, las ordena en cajas, adquiere dominio y posesión, las domina» (Cartas desde el Lago de Como. La técnica y el hombre –texto original de 1924-1927–, Brescia 2022, 55).
¿Podrá la vida permanecer viva?"
El primer tipo de conocimiento –observa Francisco– es humilde, observa y se sitúa al servicio de las personas y de la naturaleza creada; el segundo, en cambio, analiza para transformar la vida. Guardini no demoniza la tecnología, pero advierte del peligro de que se convierta en reguladora, sino en gobernante de la vida. Y se preguntaba Guardini: si este tipo de conocimiento prevalece ¿podrá la vida permanecer viva?
“Pensemos –propone el Papa a los universitarios húngaros– en el deseo de poner en el centro de todo no a la persona y sus relaciones, sino al individuo centrado en sus propias necesidades, ávido de ganar y voraz de aferrar la realidad”. No quiere el Papa generar pesimismo, sino ayudar a reflexionar sobre la “arrogancia de ser y de tener”, “que Homero ya veía como amenazante en los albores de la cultura europea y que el paradigma tecnocrático exaspera, con un cierto uso de algoritmos que pueden representar un riesgo más de desestabilización de lo humano”.
Oponerse a la colonización ideológica
Y se refiere Francisco, como otras veces, a la novela “El amor del mundo”, de Robert Benson (escrita en 1907), que describe ya un mundo dominado por la tecnología y el mito de un progreso estandarizado. Y esto, en nombre de un nuevo humanismo, que busca anular las diferencias y suprimir las religiones.
“Este es el drama –observa el Papa, señalando el parecido con nuestra situación–, la colonización ideológica; el hombre, en contacto con las máquinas, se aplana cada vez más, mientras que la vida común se vuelve triste y enrarecida”. En un mundo así “parece obvio descartar a los enfermos y aplicar la eutanasia, así como abolir las lenguas y culturas nacionales para lograr la paz universal, que en realidad se transforma en un persecución basada en la imposición del consenso, tanto que un protagonista afirma que 'el mundo parece a merced de una vitalidad perversa, que todo lo corrompe y confunde'".
Desde ahí vuelve Francisco la mirada a la Universidad y su papel: “el lugar donde nace, crece y madura el pensamiento abierto y sinfónico; no monocorde, no cerrado: abierto y sinfónico. Es el ‘templo’ donde el saber está llamado a liberarse de los estrechos confines del tener y del poseer para convertirse en cultura, es decir, ‘cultivo’ del hombre y sus relaciones fundantes: con lo trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación”, en la línea señalada por el Concilio Vaticano II, cuando invita a cultivar el sentido religioso, moral y social (cf. Const. past. Gaudium et spes, 59).
Ciertamente, advierte el sucesor de Pedro, cuando nos admiramos ante la obra de Dios, la cultura protege nuestra humanidad, favorece la contemplación y forma personas libres de las modas del momento, bien arraigadas, en cambio, en la realidad de las cosas. Y así, “humildes discípulos del saber, sienten que deben ser abiertos y comunicativos, nunca rígidos ni combativos”. El verdadero universitario nunca se siente satisfecho, sino que, movido por una sana inquietud, investiga y explora, sale de sus propias certezas para aventurarse humildemente en el misterio de la vida, sin caer en la rutina; se abre a otras culturas y comparte conocimientos.
Y por este camino retorna Francisco al tema con el que comenzó su discurso, con dos frases. La primera viene de la cultura clásica, que proponía “conócete a ti mismo” (oráculo de Delfos). Esto, propone el Papa, ha de llevarnos a conocer nuestros propios límites y frenar nuestra autosuficiencia. “Y mientras el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidades, y muchas veces es precisamente ahí donde comprende que es dependiente de Dios y está conectado con los demás y con la creación”.
Paradójicamente –observa Francisco– este situarnos en la humildad no nos hace más frágiles y pequeños, sino al contrario: nos hace más realistas y más grandes: Y así, “la cultura surge del asombro de este contraste: nunca satisfecha y siempre en búsqueda, inquieta y comunitaria, disciplinada en su finitud y abierta a lo absoluto”.
La segunda frase es de Jesucristo: "La verdad os hará libres" (Jn 8,32). Con la experiencia de la historia de Hungría, señala el Papa un riesgo que todavía no ha desaparecido: “la transición del comunismo al consumismo”. Esos dos “ismos” comparten una falsa idea de libertad: “la del comunismo fue una ‘libertad’ forzada, limitada desde fuera, decidida por otro; la del consumismo es una ‘libertad’ libertina, hedonista, cerrada en sí misma, que nos hace esclavos del consumo y de las cosas. ¡Y qué fácil es pasar de los límites impuestos a pensar, como en el comunismo, a pensar sin límites, como en el consumismo!”
Estamos, en efecto, ante un salto que podríamos llamar reactivo: “De una libertad restringida a una libertad sin frenos”. Lo que Jesús nos dice, con palabras de Francisco, es: “Lo que libera es la verdad, lo que libera al hombre de sus dependencias y encierros”. Y “la clave para acceder a esa verdad es un saber nunca desconectado del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo”. Esta es una propuesta de Francisco para que la universidad sea una fecunda cantera de humanismo y un laboratorio de esperanza.