El Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy el Evangelio nos presenta la parábola del sembrador (cfr Mt 13,1-23). La de la “siembra” es una imagen muy hermosa, y Jesús la usa para describir el don de su Palabra. Imaginemos una semilla: es pequeña, casi no se ve, pero hace crecer plantas que dan frutos. La Palabra de Dios es así; pensemos en el Evangelio, un pequeño libro, sencillo y al alcance de todos, que produce vida nueva en quien lo acoge. Por tanto, si la Palabra es la semilla, nosotros somos el terreno: podemos recibirla o no. Pero Jesús, “buen sembrador”, no se cansa de sembrarla con generosidad. Conoce nuestro terreno, sabe que las piedras de nuestra inconstancia y las espinas de nuestros vicios (cfr vv. 21-22) pueden sofocar la Palabra, y sin embargo espera, siempre espera que nosotros podamos dar fruto abundante (cfr v. 8).
Así actúa el Señor y así estamos llamados a actuar también nosotros: a sembrar sin cansarnos. ¿Pero cómo se puede hacer esto, sembrar continuamente sin cansarnos? Pongamos algún ejemplo.
En primer lugar, los padres: ellos siembran el bien y la fe en los hijos, y están llamados a hacerlo sin desanimarse aunque a veces estos parecen no entenderlos y no apreciar sus enseñanzas, o si la mentalidad del mundo “rema en contra”. La semilla buena se queda, esto es lo que cuenta, y echará raíces en el momento adecuado. Pero si, cediendo a la desconfianza, renuncian a sembrar y dejan a los hijos a merced de las modas y del móvil, sin dedicarles tiempo, sin educarles, entonces el terreno fértil se llenará de malas hierbas. Padres, ¡no os canséis de sembrar en los hijos!
Miramos después a los jóvenes: también ellos pueden sembrar el Evangelio en los surcos de la vida cotidiana. Por ejemplo, con la oración: es una pequeña semilla que no se ve, pero con la cual se encomienda a Jesús todo lo que se vive, y así Él puede hacerlo madurar. Pero pienso también en el tiempo para dedicar a los otros, a quien lo necesita más: puede parecer perdido, sin embargo es tiempo santo, mientras las satisfacciones aparentes del consumismo y del hedonismo dejan las manos vacías. Y pienso en el estudio: es verdad, es cansado y no es inmediatamente satisfactorio, como cuando se siembra, pero es esencial para construir un futuro mejor para todos.
Hemos visto los padres, hemos visto los jóvenes; ahora vemos los sembradores del Evangelio, muchos buenos sacerdotes, religiosos y laicos comprometidos en el anuncio, que viven y predican la Palabra de Dios a menudo sin registrar éxitos inmediatos. No olvidemos nunca, cuando anunciamos la Palabra, que también donde parece que no sucede nada, en realidad el Espíritu Santo está trabajando y el reino de Dios ya está creciendo, a través y más allá de nuestros esfuerzos. Por eso, ¡adelante con alegría, queridos hermanos y hermanas! Recordemos a las personas que han puesto la semilla de la Palabra de Dios en nuestra vida – cada uno de nosotros piense: “¿cómo empezó mi fe?” -; quizá ha brotado años después de que hayamos encontrado sus ejemplos, ¡pero ha sucedido precisamente gracias a ellos!
A la luz de todo esto podemos preguntarnos: ¿yo siembro el bien? ¿Me preocupo solo por recoger para mí o también de sembrar para los otros? ¿Lanzo algunas semillas del Evangelio en la vida de todos los días: estudio, trabajo, tiempo libre? ¿Me desanimo o, como Jesús, sigo sembrando, también si no veo resultados inmediatos? María, que hoy veneramos como Virgen del Monte Carmelo, nos ayude a ser sembradores generosos y alegres de la Buena Noticia.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas,
os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países.
Saludo a las Hermanas Misioneras de Nuestra Señora de los Apóstoles, reunidas en Roma para su Capítulo General.
Envío de corazón mi saludo a la Comunidad Cenáculo, que desde hace 40 años es lugar de acogida y promoción humana; bendigo a la madre Elvira, al obispo de Saluzzo y a todas las hermandades y a los amigos. ¡Es hermoso lo que hacéis y es hermosos que existáis! ¡Gracias!
Quiero recordar que hace ochenta años, el 19 de julio de 1943, algunos barrios de Roma, especialmente San Lorenzo, fueron bombardeados, y el Papa, el venerable Pío XII, quiso ir en medio del pueblo devastado. Lamentablemente también hoy estas tragedias se repiten. ¿Cómo es posible? ¿Hemos perdido la memoria? El Señor tenga piedad de nosotros y libere a la familia humana del flagelo de la guerra. En particular rezamos por el querido pueblo ucraniano, que sufre tanto.
Deseo saludar y dar las gracias a todas las parroquias que en este periodo realizan actividades de verano con los niños y los jóvenes – también en el Vaticano hay una muy apreciada -. ¡Gracias a los sacerdotes, a las monjas, a los animadores y a las familias! En este contexto dirijo un saludo para la próxima edición del Giffoni Film Festival, donde los protagonistas son los muchachos y los jóvenes.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí: yo lo hago por vosotros. Buen almuerzo y hasta pronto.
Fuente: vatican.va