9/26/23

El trato con los sacerdotes

Alejandro Vázquez-Dodero


Entre los temas de interés de este breve artículo que con cierta periodicidad vengo escribiendo para Omnes, se me ocurría referirme al modo como tratamos a los sacerdotes, y en general a los consagrados.

Es algo que merece atención, la justa, pero la merece. Por ser quienes son, por representar a Quien representan –con mayúscula– pues es al Señor a quien se han consagrado y es a Él a quien quieren mostrar.

Nos referiremos al sacerdote secular, pero cuanto se exponga sería aplicable mutatis mutandis al religioso y, en general, a cualquier persona consagrada.

La condición, sagrada, del sacerdote

El sacerdote debe contar la cercanía, el cariño, la simpatía, de todo el mundo. Debe lograr un trato natural, sencillo, espontáneo. Pero al mismo tiempo debe saber que representa a Jesucristo, que es puente entre Dios y el hombre; y a esa causa, solo a esa, se debe.

Esto precisamente requiere prudencia, requiere evitar cualquier equívoco. Por parte de quien trata con un sacerdote debe haber siempre esa mirada no solo humana, pues, como decimos, tiene esa especial consideración por su condición sagrada. Por supuesto, como decíamos, que hay que mostrar afecto, cercanía, apertura, pero no es posible quedarse solo en eso ni solo en el plano humano.

La pregunta clave a formularse cuando tratamos con un sacerdote sería: “¿buscamos entonces a Cristo?”. Esa actitud dará forma al modo de tratarle, de mirarle, de presentarnos ante él, de quererle. La relación con el sacerdote siempre debe estar enfocada a un apoyo fraternal o guía espiritual, que es eso lo que aquél nos procurará.

Trato informal. ¿Sacerdote, monseñor, padre, cura…?

Ciertamente, según la cultura de que se trate, y según los tiempos, el trato con el sacerdote es uno u otro. Hay donde se le denomina sacerdote, tal cual, por ser su misión el trato de lo sagrado; y donde se le prefiere llamar cura –porque cura las heridas del alma dada su mediación entre Dios y el hombre–; o padre –al ejercer la paternidad espiritual de las almas que atiende–.

¿Y cómo saludarle informalmente? Lo propio sería el uso de términos como apreciado o estimado, según haríamos con cualquier persona que mereciera nuestro respeto y consideración.

En algunas zonas de Europa se acostumbra a usar el “don + nombre”. El uso de “padre + nombre” quizá sea más propio de países anglosajones o latino-americanos. Y ello por más joven que sea el sacerdote.

En el trato informal cabe tutearle, por supuesto, pero por lo anteriormente dicho cada uno debería hacer un ejercicio de consideración y determinar si ello preservaría la naturaleza o finalidad propia del trato con el sacerdote a la que ya hemos hecho mención.

Hay, sin embargo, quien prefiere tratar al sacerdote de usted y con expresiones no tan próximas, sin que ello implique distanciamiento o falta de naturalidad.

Obviamente la manera de presentarnos –que incluye la manera de vestir– y la comunicación gestual, deben tener presente la condición del sacerdote, que, según hemos referido, requiere el respeto que requiere.

En cuanto al trato de las mujeres con los sacerdotes, san Juan Pablo II, en su carta de 1995 a los sacerdotes, se refiere de este modo tan claro y elocuente, suficiente para nuestro propósito:

“Así pues, las dos dimensiones fundamentales de la relación entre la mujer y el sacerdote son las de madre y hermana. Si esta relación se desarrolla de modo sereno y maduro, la mujer no encontrará particulares dificultades en su trato con el sacerdote. Por ejemplo, no las encontrará al confesar las propias culpas en el sacramento de la Penitencia. Mucho menos las encontrará al emprender con los sacerdotes diversas actividades apostólicas. Cada sacerdote tiene pues la gran responsabilidad de desarrollar en sí mismo una auténtica actitud de hermano hacia la mujer, actitud que no admite ambigüedad. En esta perspectiva, el Apóstol recomienda al discípulo Timoteo tratar “a las ancianas, como a madres; a las jóvenes, como a hermanas, con toda pureza” (1 Tm 5, 2).

Se trata, en definitiva, como hemos subrayado ya, de encontrarse cómoda y naturalmente tratando con un sacerdote, sin olvidar jamás cuál es su condición, por representar a Quien representa, y cuál es su misión –única– derivada de su vocacional ministerial.

Trato formal -protocolario- en las comunicaciones escritas

De otro lado, para la comunicación escrita con un sacerdote habrá que acudir a las normas protocolarias –algunas escritas, otras no– y adaptarlas al caso concreto. Las cuales también dependen, como el trato informal, del lugar y del tiempo que se vive.

Si se trata de una carta muy formal, lo propio sería utilizar como saludo “reverendo padre + apellido”, o “estimado reverendo padre”. Pero, aun así, si se conoce suficientemente al sacerdote, puede usarse “estimado padre + apellido”.

Si la comunicación se dirige a un sacerdote de una orden religiosa, conviene añadir las siglas de la orden a la que pertenece –OFM, CJ, etc.– tras el nombre.

Si se dirige a un hermano o hermana, monje o monja, puede usarse la fórmula “hermano + primer nombre y apellido”, añadiendo las iniciales que designan su orden. Y si se trata del abad o superior, “reverendo + primer nombre y apellido”, añadiendo igualmente las letras que designan su orden como abad o superior.

En esos tres supuestos, en cuanto al modo de despedirse por escrito, hay diversas fórmulas, una de las cuales sería “atentamente, en el sagrado nombre de Cristo + el nombre del remitente”.

Al obispo se le trataría con la expresión “su excelencia el reverendo obispo + nombre y apellido + de la localidad o jurisdicción”. Y se le despediría con un “rogándole su bendición, quedo respetuosamente de usted + nombre del remitente”.

Al arzobispo se le dispensa el tratamiento de “su eminencia, el reverendo arzobispo + nombre y apellido, así como el nombre de la ciudad donde fue designado como arzobispo”. Igualmente, se le despediría pidiéndole su bendición.

Al cardenal se le trata de “su eminencia + nombre + cardenal + apellido”, y se le despediría pidiéndole su bendición, como en los anteriores supuestos.

Por último, al Papa se le trata de “su santidad”, “soberano pontífice” o “Papa” sin más. Se le despediría con una fórmula del tipo “tengo el honor de manifestarme a usted, Su Santidad, con el más profundo respeto y como su servidor más obediente y humilde”; aunque si no se es católico lo propio sería decirle un escueto “con el mejor de los deseos para Su Excelencia, quedo de usted + nombre del remitente”.

Fuente: omnesmag.com