Ramiro Pellitero
“La Iglesia debe dejar transparentarse el corazón de Dios: un corazón abierto a todos y para todos”
Frente a otras maneras de entender la sinodalidad (no todas plenamente católicas), el Papa Francisco viene señalando algunos criterios para el camino sinodal que hoy desea la Iglesia recorrer. Un camino que cabría denominar “sinodalidad del Espíritu Santo”, en honor a su protagonista principal.
En este sentido, el obispo de Roma se dirigió concretamente a los participantes en un Encuentro nacional de referentes diocesanos del camino sinodal en Italia (Discurso en el Aula Pablo VI, 25-V-2023). Comenzó diciendo que el proceso sinodal está posibilitando la participación de muchas personas en torno a temas cruciales y añadió que quería proponerles algunos criterios, respondiendo a sus inquietudes.
Caminar juntos y abiertos
En primer lugar, les animó a continuar caminando, bajo la guía del Espíritu Santo, sirviendo al Evangelio con espíritu de gratuidad, de libertad y creatividad, sin dejarse lastrar por estructuras o formalismos.
Segundo, edificar la Iglesia juntos, todos como discípulos misioneros corresponsables de la misión, sin caer en la tentación de reservar la evangelización a algunos agentes pastorales o a pequeños grupos (cf. Evangelii gaudium,120). “Todo bautizado –señala el Papa– está llamado a participar activamente en la vida y en la misión de la Iglesia, a partir de lo específico de su vocación, en relación con los otros y con otros carismas, dados por el Espíritu para el bien de todos”. Un principio (conviene notarlo) que a veces se pasa por alto, pero es importante: todos participamos en la Iglesia y su misión, y lo hacemos no de modo uniforme, sino cada uno según su propia condición, dones y vocación. La sinodalidad, tanto en sentido general (todos caminamos en la Iglesia) como en sentido concreto (participación en los sínodos), debe articularse con la vocación propia de cada uno: cristianos laicos, ministros ordenados, miembros de la vida consagrada.
De hecho, una de las sugerencias del Documento de trabajo (Instrumentum laboris) para la Asamblea sinodal de octubre (donde la mayoría, lógicamente, serán obispos) dice así: "Es necesario dar un nuevo impulso a la especial participación de los laicos en la evangelización en los diversos ámbitos de la vida social, cultural, económica y política, así como potenciar la aportación de los consagrados y consagradas, con sus diversos carismas, dentro de la vida de la Iglesia local".
Tercer criterio: ser una Iglesia abierta a los dones de los que quizá todavía no tienen una voz o son ignorados, o se sienten dejados de lado, quizá por sus problemas y dificultades. Sin embargo, recalca el sucesor de Pedro, “la Iglesia debe dejar transparentarse el corazón de Dios: un corazón abierto a todos y para todos”, como se ve en las palabras de Jesús en Mt, 22, 9: “marchad a los cruces de los caminos y llamad a las bodas a cuantos os encontréis”.
Llamar a todos, ¡a todos!
Es decir –subraya Francisco–, llamar a todos: enfermos y no enfermos, justos y pecadores. “Por eso debemos preguntarnos cuánto espacio hacemos y cuánto escuchamos realmente, en nuestra comunidades, a las voces de los jóvenes, de las mujeres, de los pobres, de aquellos que están decepcionados, los heridos por la vida y los enfadados con la Iglesia”. Y así remarca: “Mientras su presencia sea como una nota esporádica en el conjunto de la vida eclesial, la Iglesia no será sinodal, sino una Iglesia de pocos”. En efecto, y se trata de una llamada a la conciencia de cada uno y de las instituciones eclesiales, teniendo en cuenta que cada una tiene su propio sentido, su propia misión y carisma en complementariedad con los otros. Pero será bueno preguntarse lo que nos pide el Papa.
Más aún. Podemos hacer un paréntesis para ponderar que es llamativa esta insistencia del Papa en que "todos" (de un modo representativo) puedan participar en la sinodalidad. Esto puede verse como un refejo de cómo la misión de la Iglesia ha de llegar, efectivamente a todos, y ahora sin comillas: no como un deseo simbólico, sino como horizonte real de la misión cristiana y como claro signo de autenticidad de lo católico.
En relación con la sinodalidad, esto no implica que todos los fieles hayan de participar con su presencia física en los procesos sinodales, pues no sería posible. Pero sí que deben de poder hacerlo si son convocados y desean participar.
Precisando más, el “todos” de la evangelización tiene dos sentidos. En primer lugar, el sujeto de la misión de la Iglesia son, en efecto, todos los fieles cristianos sobre la base del bautismo y de la iniciación cristiana, cada uno según su condición en la Iglesia y en el mundo, sus dones, ministerios y carismas.
En segundo lugar, el todos se refiere también, ahora en un sentido aún más amplio, a los destinatarios: todas las personas del mundo, sea cual sea su edad y condición social, raza y cultura, jóvenes y mayores y ancianos, sanos y enfermos, ricos y pobres. La buena noticia es de todos (los cristianos) y para todos (los hombres que pueblan la tierra). A todos hemos de llegar de modo generoso e ilimitado, pues “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4). No solo que se salven (a veces por caminos desconocidos para nosotros, si no han encontrado el mensaje cristiano), sino también que lleguen al conocimiento de Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6), Cristo, que es en si mismo la esencia del cristianismo.
Sigamos con el discurso del Papa. Retomando argumentos que ha utilizado en otras ocasiones, se refiere al obstáculo de a la auto-referencialidad como enfermedad de ciertas comunidades cristianas (mi parroquia, mi grupo, mi asociación…). La califica como “teología del espejo” o “neo-clericalismo a la defensiva”, tanto en clérigos como en laicos. Estaría siendo generado por una actitud temerosa, de queja ante un mundo que “ya no comprende”, en el que “los jóvenes están perdidos” y se impone el deseo de subrayar la propia influencia.
Para combatir este obstáculo, el sucesor de Pedro propone un cuarto criterio, compuesto de varias actitudes: la alegría, la humildad y la creatividad, la conciencia de que todos somos vulnerables y necesitamos unos de otros. Propone “caminar buscando generar vida, multiplicar la alegría, no apagar los fuegos que el Espíritu enciende en los corazones (…), dejarnos iluminar a nuestra vez por el resplandor de sus conciencias que buscan la verdad”.
Quinto y último criterio, nos desafía Francisco a “ser una Iglesia ‘inquieta’ con las inquietudes de nuestro tiempo”: a dejarnos interrogar por ellas, llevarlas ante Dios, sumergirlas en la Pascua de Cristo… rechazando la gran tentación del miedo. Es necesario –insiste– mostrar nuestra vulnerabilidad y al mismo tiempo nuestra necesidad de redención. Y para eso: escuchar los testimonios, salir al encuentro de todos para anunciarles la alegría del Evangelio, confiando en el Espíritu Santo que es “el protagonista del proceso sinodal”.
De ahí que concluya, convencido, el Papa: el Sínodo no lo hacemos nosotros; “el Sínodo irá adelante si nosotros nos abrimos a Él que es el protagonista”. Y respecto al miedo, añade: “No hay que tener miedo cuando surgen desórdenes provocados por el Espíritu; sino tener miedo cuando son provocados por nuestro egoísmo o por el espíritu del mal”.
Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com