Ignacio Sánchez Cámara
- La degradación de Europa tiene una causa moral y, en definitiva, religiosa. El ateísmo la ha anegado y entregado al más atroz materialismo
Las elecciones recientes son fundamentales para España. De su resultado depende que todo siga igual o que el final del Gobierno se acerque un poco más. También lo son para Europa, acosada por el extremismo y la discordia. Pero nada de esto es lo más importante. Nunca lo es la política. El mal de Europa no deriva de errores políticos. Es radical, esencial. Las elecciones de hoy ni siquiera rozan su verdadero problema.
La degradación de Europa tiene una causa moral y, en definitiva, religiosa. El ateísmo la ha anegado y entregado al más atroz materialismo. Caminamos hacia la autodestrucción, y no por la mengua de nacimientos, sino por la escasez de auténticas personas. Hemos abandonado nuestra responsabilidad hacia los principios espirituales. Y apelar al sacrificio casi da risa. La personalidad se pierde en el egocentrismo y el consumismo. Lo expresó de manera sublime e inmejorable Andrei Tarkovski, al reivindicar la idea cristiana del entregarse a sí mismo: «Si lo tomamos en sus últimas consecuencias, deberíamos decir que una persona que no sienta (aunque sea en términos muy modestos) la capacidad de entregarse por una persona o una cosa ha dejado de ser persona. Está a punto de cambiar su vida por la de un robot, que funciona mecánicamente». Es preciso liberar las energías de la espiritualidad humana mediante un enorme trabajo interior. No basta la libertad. Añade: «Las experiencias en el mundo occidental nos proporcionan un valioso material. Con todas las indudables libertades democráticas en Occidente, a nadie se le oculta la terrible crisis espiritual de sus ciudadanos 'libres'». Por eso nos asfixian la mediocridad, el egoísmo, el materialismo y la decadencia. Esto es, el ateísmo. El problema de Europa es la mala educación. Habría que fundar algo así como una Universidad (o, al menos, una Facultad) inútil dedicada a las cosas del espíritu, basada en el lema de Humboldt: soledad y libertad. No hace falta nada más. Y dejar que la Universidad actual siga dando tumbos, con los ojos vendados, a ciegas, acertando a veces como por casualidad.
Todo esto tiene, naturalmente, remedio. Difícil, pero lo tiene. La ciencia más reciente ya no es una aliada del ateísmo y el materialismo. Antes se decía que la ciencia no necesitaba a Dios. Más aun, que lo negaba. Hoy dice, como mínimo, que el materialismo es incapaz de explicar el universo. La ciencia muestra la verosimilitud de la existencia de Dios. Como ha señalado Rémi Brague, el ateísmo tiene un carácter autodestructivo. Conduce a la negación del sentido de la existencia humana y abre la puerta a nuestra aniquilación. El hombre pone en duda, o niega abiertamente, su propia legitimidad.
Los errores tienen consecuencias y los errores esenciales, consecuencias esenciales. Lo bueno del error es que, aunque dure siglos, termina por fracasar. Es cuestión de tiempo. El espíritu siempre se resiste a ser devorado. La materia no puede vencerlo. Como recuerda Tarkovski, no es casualidad que, en los dos milenios de historia del cristianismo, el arte siempre se haya desarrollado en la cercanía de las ideas y principios religiosos. El progresismo es, en general, falso, pero encierra una involuntaria verdad, pues a pesar de que la humanidad no progresa (suponiendo que sepamos qué significa eso) necesariamente, sí es cierto que, antes o después, al mal le aguarda la bancarrota. Y el hombre volverá a comprender que el verdadero sentido de la vida se encuentra en el amor y el sacrificio, y que el sacrificio consiste en la entrega de uno mismo a una persona o a una cosa. El espíritu no tiene prisa. Por lo demás, podemos esperar el resultado de las elecciones sin sobresaltos graves. Nada de esto está hoy en juego.
Fuente: eldebate.com