Llucià Pou Sabaté |
Edith Stein, de nombre religioso Teresa Benedicta de la Cruz (Breslavia, 12 de octubre de 1891-Auschwitz, 9 de agosto de 1942), fue una filósofa, mística, religiosa carmelita descalza, mártir y santa alemana de origen judío. Feminista y estudiosa de la mujer. Pasó por una etapa de ateísmo, fue la primera doctora en filosofía en Alemania. Trabajó con Edmund Husserl, fundador de la fenomenología. Después de una evolución intelectual y espiritual se convirtió al catolicismo en 1921. Enseñó y dio conferencias en Alemania, desarrolló una teología de la mujer y un análisis de la filosofía de santo Tomás de Aquino y de la fenomenología. Su tesis doctoral fue sobre el problema de la empatía, que definía como «una experiencia sui generis, la experiencia de estados de conciencia de otros, en general (...) la experiencia que un yo en general tiene de otro yo semejante a este». Se convirtió enseguida en la asistente de Husserl, estudia su pensamiento como también el de Heidegger, pero no comparte la visión que tienen. Empatía para ella es como el don de la intuición y del rigor que permite captar lo que el otro vive en sí mismo: puede permitir a la persona humana, considerada como un universo en sí misma, enriquecerse y aprender a conocerse mediante el contacto con los demás. Dice: “por la empatía puedo vivir los valores y descubrir los estratos correspondientes a mi persona, que no han tenido todavía la ocasión de ser desvelados por lo que he experimentado de forma original. Quien no haya visto el peligro encerrarse en sí mismo, puede mediante la situación del otro por la empatía, darse cuenta de que él mismo es cobarde o valiente. Sin embargo, esto que contradice mi propia estructura de las experiencias, no lo puedo «llenar», pero puedo representármelo de forma vacía, abstracta”. Es la apertura a los demás, que permite de esta forma conocer mejor la realidad, que no está solamente en el “yo”, sino abriendo así la puerta a un mayor conocimiento de las cosas, porque si no «nos encerramos en la prisión de nuestras particularidades». Entró en la Orden de las Carmelitas descalzas, con disgusto de su madre, judía practicante (luego aceptó su decisión). Detenida por la Gestapo, fue deportada el 2 de agosto de 1942 e internada en el campo de exterminio nazi de Auschwitz, en el territorio polaco ocupado, donde sería asesinada siete días después.
Fue beatificada en 1987 y canonizada en 1998 por el papa Juan Pablo II, que también la nombró copatrona de Europa el 1999, junto con Brígida de Suecia y Catalina de Siena, junto a los tres que ya eran copatronos Benito de Nursia, Cirilo y Metodio.
Estaba persuadida de que «estamos en la tierra para estar al servicio de la humanidad (...) Para hacerlo de la mejor manera posible debemos hacer aquello por lo que nos inclinamos», ella sintió que Jesús le decía, como dice el libro de Oseas: “Yo la llevaré al desierto y le hablaré a su corazón. Desde allí, ella responderá como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto… Yo te desposaré para siempre, te desposaré en la justicia y el derecho, en el amor y la misericordia; te desposaré en la fidelidad, y tú conocerás al Señor”.
Su camino a la fe cristiana tuvo elementos intelectuales y vitales como la lectura de las Confesiones de san Agustín, como anécdotas: en la catedral de Fráncfort, una mujer que venía del mercado para hacer una corta oración, como una visita. Stein lo explicaba así: «Para mí fue algo bastante nuevo. En las sinagogas y templos que yo conocía, íbamos allí para la celebración de un oficio. Aquí, en medio de los asuntos diarios, alguien entró en una iglesia como para un intercambio confidencial. Esto no lo podré olvidar jamás». Pauline Reinach, que enviudó por la muerte de su marido en guerra, fue monja benedictina, y encontró consuelo y ánimo en Jesús. y «la causa decisiva de su conversión al cristianismo fue la manera en que su amiga aceptó por la fuerza del misterio de la cruz el sacrificio que se le impuso debido a la muerte de su marido». Leyó luego la autobiografía de santa Teresa de Jesús, como una revelación para ella, y quiso ser carmelita con el nombre de Teresa. Le interesaron también las obras del cardenal Newman: «ponerse en contacto cercano, como el que da la traducción, con un espíritu como el de Newman es maravilloso para mí. Toda su vida ha sido una constante búsqueda de la verdad en la religión». Tradujo también obras de Santo Tomás de Aquino al alemán, que la ayudó a ver que cuando “una persona se siente atraída hacia Dios, más se tiene que salir de sí misma para ir al mundo llevando el amor divino». Y Georges Bernanos se inspiró en unos diálogos suyos para escribir más tarde Diálogos de carmelitas.
Durante la ceremonia de ingreso a carmelita, Stein afirmó: «cuando llegó mi turno para renovar mis votos, sentí que mi madre estaba cerca de mí, he experimentado claramente que estaba cerca de mí». Edith Stein se enteró unos días más tarde que su madre había muerto en aquel mismo momento, lo que para ella fue un profundo consuelo. Su hermana Rosa —también convertida al catolicismo— llegó al mismo Carmelo de Echt y profesó como terciaria carmelita. Pudo acompañar a Stein casi hasta la muerte.
Estudió la mística de san Juan de la Cruz, y el Pseudo Dionisio Areopagita, una de las fuentes del pensamiento del santo carmelita, y plasmó eso en su libro Scientia Crucis (La ciencia de la cruz). Hizo una síntesis del pensamiento del Carmelo español con su propio estudio sobre la persona humana, la libertad y la interioridad; síntesis de su trayectoria intelectual y espiritual. Desarrolló una teología de la cruz: «... la verdad enterrada en el alma como un grano de trigo que empuja a sus raíces y crece. Marca el alma con una impronta especial que determina su conducta, hasta tal punto que tanto que el alma irradia a su alrededor y da a conocer mediante su comportamiento». Lo cuenta en su libro La ciencia de la cruz siguiendo la doctrina de san Juan de la Cruz en La noche oscura del alma: para entrar en «la riqueza de la sabiduría de Dios, es necesario entrar por la puerta: esta puerta es la cruz y es estrecha». Esta puerta hace que el alma entre, «si fue purificada previamente por un fuego de sufrimientos internos y externos y de acuerdo con los planes de la sabiduría divina. Nadie puede en esta vida entrar en este conocimiento, siempre limitado, de estos misterios, sin haber sufrido mucho».
No había una teología propia para la mujer, y seguramente Juan Pablo II en la carta apostólica Mulieris Dignitatem pudo recibir la influencia por el análisis de Edith Stein, reflejado en su obra La femme, donde dice sobre la mujer: «el objetivo que consiste en el desarrollo de habilidades profesionales, objetivo al que es bueno aspirar con el interés de un saludable desarrollo de la personalidad individual, que también se corresponden con las demandas sociales que requieren la integración de las fuerzas femeninas en la vida del pueblo y del Estado». Promovía que «una auténtica profesión femenina es una profesión que permite que el alma femenina florezca plenamente».
Su origen judío le llevó a subrayar que Cristo fue un judío practicante, como sus discípulos de los primeros tiempos. Se sentía judía, y decía: «Cristo rezaba a la manera de un judío piadoso, fiel a la Ley». Y hay un rico pasado y presente de la liturgia judía, riqueza que prefigura la riqueza de la liturgia católica. Para Edith Stein, el bautismo cristiano no era una forma de romper con su legado judío, y dijo: "yo había renunciado a la práctica de la religión judía desde la edad de catorce años. Mi regreso a Dios me permitió sentirme judía de nuevo". Murió en los campos de exterminio como hija de Israel y bendecida por la Cruz.
Su corazón miraba a la eternidad: “No deseo otra cosa sino que se cumpla en mí la voluntad de Dios. De El depende que me quede aquí el tiempo que quiera, y lo que acaecerá después... No tengo por qué preocuparme, sino orar mucho para permanecer fiel en cualquier situación”. Su sentido de misión le hacía ver que todo tenía un sentido escondido, para bien de todos: "Estoy segura de que el Señor ha aceptado mi vida por todos.,. Ester había sido escogida de entre su pueblo precisamente para interceder ante el rey por ese mismo pueblo suyo. Yo soy una pequeña Ester pobre e impotente, pero el Rey que me ha escogido es infinitamente grande y misericordioso. Y éste es un gran consuelo". Fuente: diariosigloxxi.com |