El servicio de la fe al conocimiento, insustituible
Discurso de Benedicto XVI a universitarios europeos
Señor cardenal, venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, ¡queridos hermanos y hermanas!
Gracias de corazón por vuestra visita, que se produce en el día de la fiesta de san Benito, patrono de Europa, con motivo del primer Encuentro Europeo de Estudiantes Universitarios, promovido por la Comisión Catequesis-Escuela-Universidad del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE). A cada uno de los que estáis aquí presentes, mi más cordial bienvenida. Saludo, en primer lugar, al obispo Marek Jedraszewski, vicepresidente de la Comisión, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo de un modo especial al cardenal vicario Agostino Vallini y le manifiesto toda mi gratitud por el precioso servicio que la pastoral universitaria de Roma presta a la Iglesia en Europa. Y no puedo dejar de elogiar a monseñor Lorenzo Leuzzi, infatigable animador de la oficina diocesana. Saludo también con profundo reconocimiento al profesor Renato Lauro, rector de la Universidad de Roma Tor Vergata. Y sobre os todo a vosotros, queridos jóvenes, dirijo mi saludo: ¡Bienvenidos a la casa de Pedro! Vosotros pertenecéis a 31 naciones, y os habéis estado preparando para asumir, en la Europa del tercer milenio, importantes funciones y tareas. Sed siempre conscientes de vuestro potencial y, al mismo tiempo, de vuestra responsabilidad.
¿Qué espera la Iglesia de vosotros? Es el mismo tema sobre el que estáis reflexionando para sugerir la respuesta oportuna: "Nuevos discípulos de Emaús. Como cristianos en la Universidad". Tras el encuentro europeo de profesores celebrado hace dos años, también vosotros, estudiantes, os reunís ahora para ofrecer a las Conferencias Episcopales de Europa vuestra disponibilidad para proseguir en el camino de elaboración cultural que san Benito intuyó como necesario para la maduración humana y cristiana de las poblaciones de Europa. Esto puede realizarse si vosotros, como los discípulos de Emaús, encontráis al Señor resucitado en la experiencia eclesial concreta, y particularmente en la celebración eucarística. "En cada Misa, de hecho --recordé a vuestros compañeros hace un año durante la Jornada Mundial de la Juventud en Sydney--, el Espíritu Santo desciende nuevamente, invocado en la solemne oración de la Iglesia, no sólo para transformar nuestros dones del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, sino también para transformar nuestra vida, para hacer de nosotros, con su fuerza, un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo". Vuestro compromiso misionero en el ámbito universitario consiste, por tanto, en testimoniar el encuentro personal que habéis tenido con Jesucristo, Verdad que ilumina el camino de cada hombre. Y es del encuentro con Él de donde mana esa "novedad del corazón" capaz de dar una orientación nueva a la existencia personal; y sólo así se convierte en fermento y levadura de una sociedad vivificada por el amor evangélico.
Como es comprensible, también la acción pastoral universitaria debe al mismo tiempo expresarse en toda su validez teológica y espiritual, ayudando a los jóvenes de manera que la comunión con Cristo les conduzca a percibir el misterio más profundo del hombre y de la historia. Y, precisamente por su específica acción evangelizadora, la comunidad eclesial comprometida en esa acción misionera, por ejemplo la capellanía universitaria, puede ser el lugar de la formación de creyentes maduros, hombres y mujeres conscientes de ser amados por Dios y llamados, en Cristo, a convertirse en animadores de la pastoral universitaria. En la Universidad, la presencia cristiana se hace cada vez más exigente y al mismo tiempo fascinante, porque la fe está llamada, como en los siglos pasados, a prestar su insustituible servicio al conocimiento que, en la sociedad contemporánea, es el verdadero motor del desarrollo. Del conocimiento, enriquecido con la aportación de la fe, depende la capacidad de un pueblo de saber mirar al futuro con esperanza, superando las tentaciones de una visión puramente materialista de nuestra esencia y de la historia.
Queridos jóvenes, vosotros sois el futuro de Europa. Inmersos en estos años de estudio en el mundo del conocimiento, estáis llamados a invertir vuestros mejores recursos, no sólo intelectuales, para consolidar vuestra personalidad y para contribuir al bien común. Trabajar para el desarrollo del conocimiento es la vocación específica de la Universidad, y requiere cualidades morales y espirituales cada vez más elevadas frente a la vastedad y la complejidad del saber que la humanidad tiene a su disposición. La nueva síntesis cultural, que en estos momentos se está elaborando en Europa y en el mundo globalizado, tiene necesidad de la aportación de intelectuales capaces de volver a proponer en las aulas académicas el mensaje sobre Dios, o mejor dicho, de hacer renacer ese deseo del hombre de buscar a Dios --"quarere Deum"-- al que me he referido en otras ocasiones.
Mientras agradezco a todos los que trabajan en el campo de la pastoral universitaria, bajo la guía de los organismos del Consejo de Conferencias Episcopales de Europa, auspicio que prosiga el fructífero camino iniciado hace algunos años por el que expreso mi más profundo aprecio y aliento. Estoy seguro de que vuestro encuentro de estos días en Roma podrá indicar ulteriores etapas por recorrer para una planificación más orgánica, que favorezca la participación y la comunión entre las diversas experiencias que ya funcionan en tantos países. Vosotros, queridos jóvenes, contribuid, junto a vuestros profesores, a crear laboratorios de la fe y de la cultura, compartiendo la fatiga del estudio y de la investigación con todos los amigos que os encontréis en la Universidad. Amad a vuestras Universidades, que son palestras de virtud y de servicio. La Iglesia en Europa confía mucho en el compromiso apostólico de todos vosotros, consciente de los desafíos y de las dificultades, pero también de tantos potenciales de la acción pastoral en el ámbito universitario. Por mi parte, os aseguro el apoyo de la oración, y sé que yo también puedo contar con vuestro entusiasmo, vuestro testimonio y sobre todo vuestra amistad, que hoy me habéis manifestado y que os agradezco de corazón. Que San Benito, patrono de Europa y mi patrono personal en el pontificado, y sobre todo que la Virgen María, que vosotros invocáis como Sede de la Sabiduría, acompañen y guíen vuestros pasos. A todos, mi bendición.