7/13/09

Esperanza y realismo


Por Giovanni Maria Vian, director de "L'Osservatore Romano"



Realismo y esperanza, a pesar de la crisis económica mundial. En brevísima síntesis, o mejor, según una primera lectura sumaria de un texto tan importante y rico como ha sido larga su elaboración, eso es la tercera encíclica de Benedicto XVI. Continúa una tradición de documentos papales iniciada en 1891 con la célebre Rerum novarum de León XIII y luego desarrollada con vigor en 1931 por las dos encíclicas de Pío XI sucesivas a la gran depresión económica y financiera que se había manifestado dos años antes: la Quadragesimo anno y la casi desconocida Nova impendet sobre la gravedad de la crisis y sobre la locura de la carrera de armamentos, que ya entonces puso de manifiesto una percepción certera de un problema todavía actual, hasta llegar a las enseñanzas sociales de Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. En esta serie se inserta la Caritas in veritate, subrayando, también en este ámbito, la continuidad entre la tradición anterior y la sucesiva al Vaticano ii. Remitiéndose de modo particular a las encíclicas de su predecesor y sobre todo a las dos últimas del Papa Montini, que cuarenta días antes de su muerte Pablo VI recordó como especialmente expresivas de su pontificado: la Populorum progressio, punto de referencia continuo y casi sobreentendido de este documento de Benedicto XVI, y la Humanae vitae, cuya lectura social también se recoge explícitamente, como hace cuarenta años sucedió sobre todo en el tercer mundo frente al aluvión de críticas, incluso dentro de la Iglesia, que en las ricas sociedades occidentales se desencadenaron sobre la encíclica de Pablo VI y parecía que la iban a arrollar. Lo que sostiene toda la estructura de la Caritas in veritate, dirigida de modo desacostumbrado a los católicos y "a todos los hombres de buena voluntad", es la relación entre los dos términos del título, unidos con tanta fuerza que de esa relación deriva la posibilidad de un desarrollo integral de la persona y de la humanidad, el cual sólo queda asegurado por la "caridad en la verdad", es decir, por el amor de Cristo. Lo muestra claramente la introducción. Dentro de este marco teológico, la encíclica traza una summa socialis vigilante y actualizada, que desmiente -si fuera necesario aún- la imagen de un Papa sólo teólogo encerrado en sus aposentos y, en cambio, confirma que Benedicto XVI está atento, como teólogo y pastor, a la realidad contemporánea en todos sus aspectos. Así pues, en el texto destaca a primera vista la atención a los fenómenos de la globalización y la tecnocracia, de por sí neutros, pero sujetos a degeneraciones a causa -"en términos de fe", aclara el Papa- del pecado de los orígenes. Sin embargo, una mirada menos fugaz capta la confianza en la posibilidad de un desarrollo realmente humano, que ya Pablo VI veía encerrado en el plan de la divina Providencia, y signo, de algún modo, del camino progresivo de la ciudad del hombre hacia la de Dios. Por tanto, la actitud de Benedicto XVI no puede tacharse a priori de pesimista, como algunos quisieran, pero tampoco se puede definir un optimismo ingenuo e irresponsable, porque se funda más bien en la confianza típicamente católica en una razón abierta a la presencia de lo divino. Así, las esferas económica y técnica pertenecen a la actividad humana y no se deben demonizar, pero tampoco hay que dejarlas sin regulación, porque deben estar vinculadas al bien común, es decir, gobernadas desde el punto de vista ético. Para limitarse a un solo ejemplo, el mero fenómeno de la globalización de por sí no hace a los hombres hermanos; por eso es evidente que son necesarias reglas y lógicas que la regulen. Así pues, si la dimensión económica puede -más aún, debe- ser humana, y si el momento histórico es propicio para abandonar ideologías que, sobre todo en el siglo pasado, sólo dejaron ruinas tras de sí, entonces realmente ha llegado el momento de aprovechar la ocasión que brinda la crisis mundial para salir de ella todos juntos: los creyentes juntamente con las mujeres y los hombres de buena voluntad. En efecto, a todos escribe el Papa que es necesario vivir como una familia, bajo la mirada del Creador.