La Santa Sede pide un modelo de desarrollo centrado en la persona
Intervención de monseñor Tomasi ante el Consejo Económico y Social en Ginebra el pasado día 9
Señora presidenta:
1. La comunidad internacional está luchando por encontrar soluciones a la crisis económica y financiera que la codicia y la falta de responsabilidad ética han provocado. Mientras los analistas debaten sobre las causas de la crisis, las consecuencias sociales de la nueva pobreza, la pérdida de puestos de trabajo, la malnutrición y el hundimiento del desarrollo, todos ello afecta a los grupos más vulnerables de la población y por lo tanto, requiere respuestas rápidas y eficaces. La Delegación de la Santa Sede aprecia el hecho de que el foco de atención, en este encuentro de alto nivel, se dirija muy oportunamente a las "Tendencias nacionales y globales actuales y su impacto en el desarrollo social, incluida la salud pública". La crisis económica mundial continúa sin superarse. Y viene exacerbada por la emergencia de un hasta ahora desconocido virus de la gripe, A-H1N1, actualmente reconocida de proporciones pandémicas con un impacto futuro que no puede preverse con mucha certeza, y por la crisis de la seguridad alimentaria mundial, que pone en peligro la vida de millones de personas, especialmente a los más pobres del mundo, muchos de los cuales ya sufren de malnutrición aguda y crónica. Estos ejemplos muestran una vez más el vínculo entre la pobreza y la salud y su desproporcionado peso sobre los países en desarrollo e incluso para los pobres en los países desarrollados. Frente a tales desafíos globales urgentes, el futuro está hipotecado de tal forma que los jóvenes corren el riesgo de heredar un sistema económico severamente comprometido, una sociedad sin cohesión, y un planeta dañado en su sostenibilidad como hogar para toda la familia humana.
2. La Delegación de la Santa Sede observa con profunda preocupación las predicciones del Banco Mundial de que, durante 2009, entre 53 y 65 millones de personas más de las previstas se verán atrapadas en la pobreza extrema, y que el número de personas crónicamente hambrientas superará los mil millones, 800 millones de los cuales viven en zonas rurales, áreas donde la atención sanitaria es más débil y donde las iniciativas innovadoras de atención de salud son urgentes. Podemos concluir razonablemente que un número significativo de los extremadamente pobres y hambrientos serán las personas con más riesgo de contraer ambas, las enfermedades transmisibles y crónicas, y las enfermedades no transmisibles. Además, si tienen que hacer frente a los recortes de la ayuda internacional o si existe un mayor número de personas en busca de atención, los ya de por sí frágiles sistemas de salud pública en los países en vías de desarrollo no serán capaces de responder adecuadamente a las necesidades de salud de sus ciudadanos más vulnerables. Al abordar este problema, incluso más que una expresión de solidaridad, es una cuestión de justicia el superar la tentación de reducir los servicios públicos para obtener un beneficio a corto plazo contra los costes humanos a largo plazo. En la misma línea, la ayuda para el desarrollo debe ser mantenida e incluso aumentada como un factor decisivo para la renovación de la economía y para conducirnos fuera de la crisis.
Señora presidenta:
3. Otro obstáculo clave para el logro de los objetivos internacionalmente marcados en cuanto a salud pública lo constituyen las desigualdades que existen entre ambos países y dentro de los países, y entre grupos raciales y étnicos. Trágicamente, las mujeres siguen en muchas regiones recibiendo una atención sanitaria de peor calidad. Esta situación es bien conocida por las personas e instituciones que trabajan sobre el terreno. La Iglesia católica patrocina 5.378 hospitales, 18.088 dispensarios de salud, 15.448 hogares para ancianos y discapacitados, y otros programas de atención de salud en todo el mundo, pero especialmente en las zonas más aisladas y marginadas y entre personas que rara vez tienen acceso a los servicios sanitarios en los planes de salud gubernamentales a nivel nacional, provincial o de distrito. En este sentido, se presta especial atención a África, donde la Iglesia católica se ha comprometido a seguir al lado de los más pobres en este continente con el fin de defender la dignidad inherente a todas las personas.
4. Hay un reconocimiento cada vez mayor de que una pluralidad de actores, en el respeto del principio de subsidiariedad, contribuye a la aplicación del derecho humano a la atención primaria de salud. Entre las organizaciones de la sociedad civil que aseguran la atención de la salud dentro de distintos sistemas nacionales, los programas patrocinados por la Iglesia católica y otras organizaciones religiosas destacan como apuestas clave. Los funcionarios de la OMS han reconocido que esas organizaciones "proporcionan una parte sustancial de la atención en los países en desarrollo, a menudo llegando a las poblaciones vulnerables que viven en condiciones adversas" (Kevin DeCock: "Las organizaciones confesionales desempeñan un papel importante en el tratamiento del VIH/Sida en el África Subsahariana", según aparece en el comunicado de prensa de la Organización Mundial de la Salud, 9 de febrero de 2007, Washington). Sin embargo, a pesar de su excelente y documentado éxito en el ámbito de la prestación de cuidados a enfermos de Sida y en atención primaria de salud, las organizaciones religiosas no reciben una parte equitativa en los recursos destinados a apoyar a nivel mundial, nacional y local, iniciativas de salud.
5. El mero seguimiento cuantitativo de los flujos de ayuda y la multiplicación de iniciativas de salud global, por sí solas pueden no ser suficiente para asegurar la "Salud para Todos". El acceso a la atención primaria de la salud y a medicamentos básicos asequibles es vital para mejorar la salud mundial y para fomentar una respuesta globalizada compartida a las necesidades básicas de todos. En un mundo cada vez más interdependiente, tampoco la enfermedad y los virus tienen fronteras, y por lo tanto, una mayor cooperación mundial no sólo se convierte en una necesidad práctica, sino lo que es más importante, un imperativo ético de la solidaridad. Sin embargo, debemos ser guiados por la mejor tradición sanitaria que respeta y promueve el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural para todos, independientemente de raza, discapacidad, nacionalidad, religión, sexo y situación socioeconómica. El fracaso en colocar la promoción de la vida humana en el centro de las decisiones médicas se traduce en una sociedad en la que el derecho absoluto de una persona a la atención básica de salud y la vida se verían limitados por la capacidad económica, por la percepción de la calidad de vida y otras decisiones subjetivas que sacrifican la vida y la salud a cambio de ventajas sociales, económicas y políticas a corto plazo. 5. En conclusión, señora presidenta, la Delegación de la Santa Sede desea llamar la atención sobre la necesidad de algo más que soluciones financieras a los desafíos planteados por la crisis económica a los esfuerzos mundiales destinados a asegurar el acceso universal a la atención sanitaria. En su nueva encíclica el Papa Benedicto XVI afirma: "La actividad económica no puede resolver todos los problemas sociales ampliando sin más la lógica mercantil. Debe estar ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política" ("Caritas in veritate", n. 36).
Es necesario un enfoque ético al desarrollo, lo que implica un nuevo modelo de desarrollo global centrado en la persona humana, más que en el beneficio, y que incluya las necesidades y aspiraciones de toda la familia humana.