La misión del Papa, “confirmar a los hermanos”
Ángelus del domingo 6 en Viterbo
¡Queridos hermanos y hermanas!
Al término de esta solemne Celebración eucarística, doy gracias una vez más al Señor por haberme dado la alegría de realizar esta visita pastoral a vuestra comunidad diocesana. He venido entre vosotros para animaros y confirmaros en la fidelidad a Cristo, como bien indica también el tema que habéis elegido: “Confirma a tus hermanos” (Lc 22,31). Estas palabras las dirigió Jesús al apóstol Pedro durante la Última Cena, confiándole el deber de ser aquí en la tierra el Pastor de toda su Iglesia.
Desde hace muchos siglos vuestra diócesisse distingue por su singular vínculo de afecto y comunión con el Sucesor de Pedro. He podido darme cuenta de ello visitando el Palacio de los Papas, y en particular, la Sala del Cónclave. En el vasto territorio de la antigua Tuscia nació san León Magno, que hizo un gran servicio a la verdad en la caridad, a través de un asiduo ejercicio de la palabra, del que dan testimonio sus Sermones y sus Cartas. En Blera nació el papa Sabiniano, sucesor de san Gregorio Magno; en Canino nació Pablo III. Viterbo fue elegida durante toda la segunda parte del siglo XIII como residencia de los Pontífices Romanos; aquí fueron elegidos cinco de mis predecesores, y cuatro de ello están enterrados en ella; más de cincuenta la han visitado -el último el Siervo de Dios Juan Pablo II hace 25 años. Estas cifras revisten un significado histórico, pero de ellas quisiera acentuar sobre todo su valor espiritual. Viterbo fue con justicia llamada “Ciudad de los Papas”, y esto constituye para vosotros un ulterior estímulo para vivir y dar testimonio de la fe cristiana, la misma fe por la que dieron la vida los santos mártires Valentino e Hilario, custodiados en la Iglesia catedral, los primeros de una larga estela de santos, mártires y beatos de vuestra tierra.
“Confirma a tus hermanos”: esta invitación del Señor la advierto hoy dirigida a mí con una intensidad singular. Rezad, queridos hermanos y hermanas, para que pueda llevar a cabo siempre con fidelidad y amor la misión de Pastor de todo el rebaño de Cristo (cfr Jn 21,15 ss). Por mi parte, aseguro un constante recuerdo al Señor por vuestra comunidda diocesana, para que sus diversas articulaciones – de las que he podido admirar una representación simbólica en las nuevas puertas de la catedral – tiendan a una vez myor unidad y comunión fraterna, condiciones indispensables para ofrecer al mundo un testimonio eficaz del Evangelio. Confiaré estas intenciones esta tarde a la Virgen María, visitando el Santuario de la Madonna della Quercia. Ahora, con la oración que recuerda su “sí” al anuncio del Ángel, le pedimos que sostenga nuestra fe cada vez más fuerte y gozosa.
Al término de esta solemne Celebración eucarística, doy gracias una vez más al Señor por haberme dado la alegría de realizar esta visita pastoral a vuestra comunidad diocesana. He venido entre vosotros para animaros y confirmaros en la fidelidad a Cristo, como bien indica también el tema que habéis elegido: “Confirma a tus hermanos” (Lc 22,31). Estas palabras las dirigió Jesús al apóstol Pedro durante la Última Cena, confiándole el deber de ser aquí en la tierra el Pastor de toda su Iglesia.
Desde hace muchos siglos vuestra diócesisse distingue por su singular vínculo de afecto y comunión con el Sucesor de Pedro. He podido darme cuenta de ello visitando el Palacio de los Papas, y en particular, la Sala del Cónclave. En el vasto territorio de la antigua Tuscia nació san León Magno, que hizo un gran servicio a la verdad en la caridad, a través de un asiduo ejercicio de la palabra, del que dan testimonio sus Sermones y sus Cartas. En Blera nació el papa Sabiniano, sucesor de san Gregorio Magno; en Canino nació Pablo III. Viterbo fue elegida durante toda la segunda parte del siglo XIII como residencia de los Pontífices Romanos; aquí fueron elegidos cinco de mis predecesores, y cuatro de ello están enterrados en ella; más de cincuenta la han visitado -el último el Siervo de Dios Juan Pablo II hace 25 años. Estas cifras revisten un significado histórico, pero de ellas quisiera acentuar sobre todo su valor espiritual. Viterbo fue con justicia llamada “Ciudad de los Papas”, y esto constituye para vosotros un ulterior estímulo para vivir y dar testimonio de la fe cristiana, la misma fe por la que dieron la vida los santos mártires Valentino e Hilario, custodiados en la Iglesia catedral, los primeros de una larga estela de santos, mártires y beatos de vuestra tierra.
“Confirma a tus hermanos”: esta invitación del Señor la advierto hoy dirigida a mí con una intensidad singular. Rezad, queridos hermanos y hermanas, para que pueda llevar a cabo siempre con fidelidad y amor la misión de Pastor de todo el rebaño de Cristo (cfr Jn 21,15 ss). Por mi parte, aseguro un constante recuerdo al Señor por vuestra comunidda diocesana, para que sus diversas articulaciones – de las que he podido admirar una representación simbólica en las nuevas puertas de la catedral – tiendan a una vez myor unidad y comunión fraterna, condiciones indispensables para ofrecer al mundo un testimonio eficaz del Evangelio. Confiaré estas intenciones esta tarde a la Virgen María, visitando el Santuario de la Madonna della Quercia. Ahora, con la oración que recuerda su “sí” al anuncio del Ángel, le pedimos que sostenga nuestra fe cada vez más fuerte y gozosa.