“Marginar el cristianismo” es “amputar nuestro continente”
Audiencia del Papa a los representantes del Banco de Desarrollo del Consejo de Europa
Señor Gobernador y Señores Presidentes, Señoras y Señores Embajadores, Señoras y Señores Administradores, Queridos amigos:
La 45ª reunión ordinaria del Banco de Desarrollo del Consejo de Europa os ha conducido a Roma y tengo el placer de recibiros esta mañana en el Palacio Apostólico al término de vuestro encuentro.
Le agradezco, Señor Gobernador, sus palabras que destacan la importancia que la Santa Sede da al Banco de Desarrollo del Consejo de Europa, de la que es miembro desde 1973. En 1956, el Consejo de Europa fundó una banca que tenía una vocación exclusivamente social, para tener un instrumento cualificado a fin de promover su propia política de solidaridad. Esta banca se ha ocupado, desde sus inicios, de los problemas relativos a los refugiados, y después ha extendido sus competencias a todo el ámbito de la cohesión social. La Santa Sede no puede más que mirar con interés una estructura que apoya a través de sus préstamos proyectos sociales, que se preocupa del desarrollo, que responde a situaciones de urgencia y que quiere contribuir a la mejora de las condiciones de vida de las personas en necesidad.
Los acontecimientos políticos que se desarrollaron en Europa a finales del siglo pasado, le han permitido respirar finalmente con sus dos pulmones, por volver a utilizar la expresión de mi venerado predecesor. Todos sabemos que todavía queda un largo camino por recorrer para hacer efectiva esta realidad. Los intercambios económicos y financieros entre el este y el oeste europeos ciertamente se han desarrollado, pero ¿ha habido un progreso humano real? ¿La liberación de ideologías totalitarias no se ha utilizado unilateralmente para el mero progreso económico en detrimento de un desarrollo más humano respetando la dignidad y la nobleza del hombre y no ha ignorado, a veces, riquezas espirituales que han modelado la identidad europea? Las intervenciones del Banco en favor de los países de la Europa del este, del centro y del sureste permitirán, estoy seguro, corregir los desequilibrios en favor de un proceso basado en la justicia y la solidaridad. Éstos son indispensables para el presente y el futuro de Europa.
Igual que yo, ustedes saben que hoy en día el mundo y Europa atraviesan un momento particularmente grave de crisis económica y financiera. Este momento no debe conducir a limitaciones basadas únicamente en un análisis estrictamente financiero. Debe, al contrario, permitir al Banco de Desarrollo mostrar su originalidad reforzando la integración social, la gestión medioambiental y el desarrollo de infraestructuras públicas de vocación social. Aliento vivamente el trabajo de la Banca en este sentido y en el de la solidaridad. Ella será también así fiel a su vocación.
Frente a los desafíos actuales que el mundo y Europa deben afrontar, he querido atraer la atención en mi última Encíclica, Caritas in veritate, sobre la Doctrina social de la Iglesia y sobre su aportación positiva a la construcción de la persona humana y de la sociedad. La Iglesia ve, como continuación de Cristo, el amor a Dios y al prójimo, como un potente motor capaz de ofrecer una auténtica energía que podrá irrigar al conjunto del entorno social, jurídico, cultural, político y económico. He querido destacar que la relación que existe entre el amor y la verdad es, si se vive bien, una fuerza dinámica que regenera el conjunto de las relaciones interpersonales y que ofrece una novedad real en la reorientación de la vida económica y financiera que ella renueva, al servicio del hombre y de su dignidad para las que existen. La economía y las finanzas no existen para ellas mismas, no son más que una herramienta, un medio. Su fin es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Éste es el único capital que conviene salvar. Y en este capital, se encuentra la dimensión espiritual de la persona humana. El cristianismo ha permitido a Europa comprender lo que es la libertad, la responsabilidad y la ética que impregnan sus leyes y sus estructuras sociales. Marginar el cristianismo -también por la exclusión de los símbolos que lo manifiestan- contribuiría a amputar nuestro continente de la fuente fundamental que lo nutre sin descanso y que contribuye a su verdadera identidad. Efectivamente, el cristianismo está en la fuente de los “valores espirituales y morales que son el patrimonio común de los pueblos europeos”, valores a los que los Estados miembros del Consejo de Europa han manifestado su adhesión inquebrantable en el Preámbulo del Estatuto del Consejo de Europa. Esta adhesión, que se reafirmó en la Declaración de Varsovia de 2005 arraiga y garantiza la vitalidad de los principios en los que se basa la vida política y social europea, y en particular la actividad del Consejo de Europa.
En este contexto, el Banco de Desarrollo es ciertamente una institución financiera, una herramienta económica, por tanto. Sin embargo, su creación se quiso para responder a exigencias que sobrepasan lo financiero y lo económico. Tiene una razón de existir que es social. Está, por tanto, llamada a ser plenamente aquello para lo que ha sido querida: un instrumento técnico que permite la solidaridad. Esto debe vivirse en la fraternidad. La fraternidad es generosa, no calcula. Quizás habría que aplicar más estos criterios en las elecciones internas del Banco y en su acción externa. La fraternidad permite espacios de gratuidad que, si bien son indispensables, son difícilmente concebibles o posibles de alcanzar cuando el único fin que se busca es la eficacia y el beneficio. Todos sabemos también que este dualismo no es un determinismo absoluto e insuperable ya que puede superarse. Para ello, la novedad consistiría en introducir una lógica que hiciera de la persona humana, y más particularmente de las familias y de los que están en grave necesidad, el centro y el objetivo de la economía.
Existe en Europa un rico pasado que ha visto desarrollarse experiencias de economía basadas en la fraternidad. Existen empresas que tienen un fin social o mutualista. Éstas han tenido que sufrir las leyes del mercado, pero desean volver a encontrar la fuerza de la generosidad de los orígenes. Me parece también que el Banco de Desarrollo del Consejo de Europa desea, para vivir realmente la solidaridad, responder al ideal de fraternidad que acabo de mencionar, y explorar espacios en los que la fraternidad y la lógica del don puedan expresarse. Estos son ideales que tienen raíces cristianas y que han presidido, con el deseo de paz, el nacimiento del Consejo de Europa.
La medalla que ha venido a ofrecerme, Señor Gobernador, y que le agradezco, me permitirá recordar este encuentro. Os garantizo, queridos amigos, mi oración y os animo a continuar vuestro trabajo con valentía y lucidez para cumplir el importante deber que os ha sido confiado, el de contribuir al bien de nuestra querida Europa. Que Dios os bendiga a todos. Muchas gracias.
Le agradezco, Señor Gobernador, sus palabras que destacan la importancia que la Santa Sede da al Banco de Desarrollo del Consejo de Europa, de la que es miembro desde 1973. En 1956, el Consejo de Europa fundó una banca que tenía una vocación exclusivamente social, para tener un instrumento cualificado a fin de promover su propia política de solidaridad. Esta banca se ha ocupado, desde sus inicios, de los problemas relativos a los refugiados, y después ha extendido sus competencias a todo el ámbito de la cohesión social. La Santa Sede no puede más que mirar con interés una estructura que apoya a través de sus préstamos proyectos sociales, que se preocupa del desarrollo, que responde a situaciones de urgencia y que quiere contribuir a la mejora de las condiciones de vida de las personas en necesidad.
Los acontecimientos políticos que se desarrollaron en Europa a finales del siglo pasado, le han permitido respirar finalmente con sus dos pulmones, por volver a utilizar la expresión de mi venerado predecesor. Todos sabemos que todavía queda un largo camino por recorrer para hacer efectiva esta realidad. Los intercambios económicos y financieros entre el este y el oeste europeos ciertamente se han desarrollado, pero ¿ha habido un progreso humano real? ¿La liberación de ideologías totalitarias no se ha utilizado unilateralmente para el mero progreso económico en detrimento de un desarrollo más humano respetando la dignidad y la nobleza del hombre y no ha ignorado, a veces, riquezas espirituales que han modelado la identidad europea? Las intervenciones del Banco en favor de los países de la Europa del este, del centro y del sureste permitirán, estoy seguro, corregir los desequilibrios en favor de un proceso basado en la justicia y la solidaridad. Éstos son indispensables para el presente y el futuro de Europa.
Igual que yo, ustedes saben que hoy en día el mundo y Europa atraviesan un momento particularmente grave de crisis económica y financiera. Este momento no debe conducir a limitaciones basadas únicamente en un análisis estrictamente financiero. Debe, al contrario, permitir al Banco de Desarrollo mostrar su originalidad reforzando la integración social, la gestión medioambiental y el desarrollo de infraestructuras públicas de vocación social. Aliento vivamente el trabajo de la Banca en este sentido y en el de la solidaridad. Ella será también así fiel a su vocación.
Frente a los desafíos actuales que el mundo y Europa deben afrontar, he querido atraer la atención en mi última Encíclica, Caritas in veritate, sobre la Doctrina social de la Iglesia y sobre su aportación positiva a la construcción de la persona humana y de la sociedad. La Iglesia ve, como continuación de Cristo, el amor a Dios y al prójimo, como un potente motor capaz de ofrecer una auténtica energía que podrá irrigar al conjunto del entorno social, jurídico, cultural, político y económico. He querido destacar que la relación que existe entre el amor y la verdad es, si se vive bien, una fuerza dinámica que regenera el conjunto de las relaciones interpersonales y que ofrece una novedad real en la reorientación de la vida económica y financiera que ella renueva, al servicio del hombre y de su dignidad para las que existen. La economía y las finanzas no existen para ellas mismas, no son más que una herramienta, un medio. Su fin es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Éste es el único capital que conviene salvar. Y en este capital, se encuentra la dimensión espiritual de la persona humana. El cristianismo ha permitido a Europa comprender lo que es la libertad, la responsabilidad y la ética que impregnan sus leyes y sus estructuras sociales. Marginar el cristianismo -también por la exclusión de los símbolos que lo manifiestan- contribuiría a amputar nuestro continente de la fuente fundamental que lo nutre sin descanso y que contribuye a su verdadera identidad. Efectivamente, el cristianismo está en la fuente de los “valores espirituales y morales que son el patrimonio común de los pueblos europeos”, valores a los que los Estados miembros del Consejo de Europa han manifestado su adhesión inquebrantable en el Preámbulo del Estatuto del Consejo de Europa. Esta adhesión, que se reafirmó en la Declaración de Varsovia de 2005 arraiga y garantiza la vitalidad de los principios en los que se basa la vida política y social europea, y en particular la actividad del Consejo de Europa.
En este contexto, el Banco de Desarrollo es ciertamente una institución financiera, una herramienta económica, por tanto. Sin embargo, su creación se quiso para responder a exigencias que sobrepasan lo financiero y lo económico. Tiene una razón de existir que es social. Está, por tanto, llamada a ser plenamente aquello para lo que ha sido querida: un instrumento técnico que permite la solidaridad. Esto debe vivirse en la fraternidad. La fraternidad es generosa, no calcula. Quizás habría que aplicar más estos criterios en las elecciones internas del Banco y en su acción externa. La fraternidad permite espacios de gratuidad que, si bien son indispensables, son difícilmente concebibles o posibles de alcanzar cuando el único fin que se busca es la eficacia y el beneficio. Todos sabemos también que este dualismo no es un determinismo absoluto e insuperable ya que puede superarse. Para ello, la novedad consistiría en introducir una lógica que hiciera de la persona humana, y más particularmente de las familias y de los que están en grave necesidad, el centro y el objetivo de la economía.
Existe en Europa un rico pasado que ha visto desarrollarse experiencias de economía basadas en la fraternidad. Existen empresas que tienen un fin social o mutualista. Éstas han tenido que sufrir las leyes del mercado, pero desean volver a encontrar la fuerza de la generosidad de los orígenes. Me parece también que el Banco de Desarrollo del Consejo de Europa desea, para vivir realmente la solidaridad, responder al ideal de fraternidad que acabo de mencionar, y explorar espacios en los que la fraternidad y la lógica del don puedan expresarse. Estos son ideales que tienen raíces cristianas y que han presidido, con el deseo de paz, el nacimiento del Consejo de Europa.
La medalla que ha venido a ofrecerme, Señor Gobernador, y que le agradezco, me permitirá recordar este encuentro. Os garantizo, queridos amigos, mi oración y os animo a continuar vuestro trabajo con valentía y lucidez para cumplir el importante deber que os ha sido confiado, el de contribuir al bien de nuestra querida Europa. Que Dios os bendiga a todos. Muchas gracias.