3/31/11

VATICANO II, NI RUPTURA NI CONTINUIDAD A ULTRANZA


Presentados en la Lateranense tres nuevos libros de investigación sobre el Concilio

A las puertas de los cincuenta años del Concilio Vaticano II se realizó hoy en la Pontificia Universidad Lateranense, un encuentro promovido por el Centros de Estudios sobre el Vaticano II, con el título “Hacia el 50 aniversario de la apertura del Concilio. Desde Pío XII a Juan Pablo II”.
En el ateneo romano fueron presentados tres libros realizados por el Centro de Estudios: ‘La herencia del magisterio de Pio XII’; 'La Iglesia Croata' y el Concilio Vaticano II; y ‘Juan Pablo II y en Concilio. Un desafío y un deber’.
El rector magnífico de la pontificia universidad, monseñor Enrico Dal Covo, precisó que “estos tres libros contribuirán a un ulterior estudio, y se insertan en lo que es el empeño del centro de estudios en el Laterano”.
O sea el de “favorecer una nueva síntesis interpretativa del Concilio Ecuménico Vaticano II, que pueda superar las parálisis de interpretación o hermeneutica parcial, sea de una parte desequilibrada totalmente sobre la discontinuidad, sea de la otra parte, la que insiste en manera única y unilateral en la continuidad”.
Por lo tanto explicó el obispo “se trata de recuperar con un paciente trabajo histórico de documentación todos los elementos para poder ir más allá de dicha parálisis”.
Los conferencistas fueron el director del Centro de Estudios, Philippe Chenaux; monseñor Bernard Arudura, presidente del Pontificio Comité de Ciencias Históricas; monseñor Jure Bogdam, rector del Pontificio Colegio Croata de San Jerónimo; Gilfredo Marengo, docente del Instituto Juan Pablo II, y fue leído un texto del vicedecano de la Facultad de teología de la Lateranense, Lubomir Zak.
Philippe Chenaux indicó que “los tres libros más allá de los documentos del Concilio Vaticano II, profundizan las fuentes locales como los textos de los padres y teólogos que participaron y conservaron los materiales”.
Esto porque los históricos han pensado muchas veces al Concilio como un evento, “pero no se lo puede reducir a los dieciseis documentos aprobados” y por lo tanto se trata de “reconstruir un evento histórico considerando que existe un espíritu del Concilio”.
La importancia de Pío XII
Cheneaux recordó que “leer el Concilio como una ruptura con el pasado” es equivocado como “la hermeneutica de la continuidad” hechos que se encuentran en la “diferencia ente la escuela belga” y aquella apegada solamente “a la letra de los documentos”.
Además porque desde el punto de vista histórico el Concilio “marca el final de la época de la Contrarreforma sin negar la continuidad” no tanto “porque han cambiado los hombres sino el juicio sobre ellos”, dijo.
La pregunta entonces es “¿cómo conciliar estas visiones? Retomando la investigación histórica y evitando la instrumentalización de la historia misma del Concilio” y la visión monopolística según la cual es necesario ir más allá de los documentos porque éstos “habrían sido fruto de un compromiso entre las diversas corrientes”.
Monseñor Ardura por su parte profundizó el segundo volumen presentado, en el cual se estudia la relación con los países del Este europeo en el Vaticano II, recordando los cambios históricos, la civilización cristiana, la II Guerra Mundial, el comunismo, y el período post guerra. Evento que llevan a Pío XII a interesarse en la cuestión política y en la armonía entre fe y cultura.
“Pio XII autoriza en Francia la creación de los curas obreros – indica Ardura – experiencia suspendida en 1954 tras el informe del nuncio de París, Roncalli”, pero posteriormente autoriza la experiencia con la creación de la prelatura de la Mision de Francia”
En el recorrido histórico entra también el tema de la evangelización y de la invitación a los fieles a ser heraldos del evangelio; la Lumen Gentium, y la aparición de conceptos históricos innovadores para la época y sin los cuales hoy no se podría pensar a las relaciones humanas. 
Con Pío XII, indica Ardura “se verifica un cambio de mentalidad”. Los  laicos son invitados primero a colaborar y después a participar “hasta reconocerles una particular misión en la Iglesia y en el mundo”.
Y concluyó citando a Benedicto XVI sobre la “gran amplitud y la alta calidad del magisterio de Pío XII.
Iglesia del Este
En vicedecano de la facultad de teología, Lubomir Zak, indicó en el texto que fue leído, el aporte de la Iglesia del este europeo, en particular la de Croacia y algunas pistas. Entre ellas la situación política extrema que vivían y que a pesar de ello lograron participar al Concilio. 
Como a pesar de las almas progresista y conservadora existentes promovieron las enseñanzas del Vaticano II de manera ejemplar.
El vicedecano recordó en el texto, que después del Concilio se verificó una renovación y como reducir el Vaticano II a una rotura con el pasado “era un vulgar error”.
El volumen indica además como “con una concepción positivista e ideológica no es posible una interpretación objetiva del Concilio ni una interpretación eclesialmente compartida de sus profundas intuiciones” porque “el Concilio fue un don del Espíritu”.
Monseñor Jure Bogdan, por su parte recordó la participación al Concilio de la Iglesia del este europeo y del inicio de la Ostpolitik vaticana; la situación de Hungría, Checoslovaquia, Polonia y el diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo. 
Las presiones hasta el final de los años 50 contra la Iglesia y los seminarios mayores y menores y contra la jerarquía eclesiástica. Y como intentaron infiltrar la Iglesia a través del caballo de troya de las asociaciones profesionales de sacerdotes controladas por las autoridades comunistas.
El libro cuenta como al Vaticano II participaron 28 obispos, la mayoría de Croacia y de sus intervenciones en las sesiones del Concilio. También sobre la influencia del Vaticano II en los países vecinos y la voluntad de contribuir a la renovación conciliar.
El profesor Marengo presentó su volumen, precisando que el método buscado fue el de “tener juntos dos registros manteniendo la distinción cuando habla el Papa y cuando Karol Wojtyla, pero al mismo tiempo de nutrir la interpretación de los actos magisteriales y los textos anteriores que son de la misma persona y son raíces sobre las cuales el magisterio se enraíza y toma su linfa”.
Y como palabras tales como “evento, nueva pentecostés, renovación real de la Iglesia” son claves y explican de que manera Juan Pablo II vivió y vio el Concilio”. Para el papa polaco “más que una enseñanza que deber permanecer en la vida de la Iglesia, el Concilio es la novedad que él llama la escuela del Espíritu Santo”. 
Por ello en el sínodo de 1985 quiso hacer conocer a los  cardenales que no habían participado al Concilio, el espíritu del evento”.
Los textos integrales de los conferencistas serán publicados en breve en la web de la Universidad Lateranense. 

3/30/11

“QUIEN REZA SE SALVA”, SAN ALFONSO MARÍA LIGORIO



El Papa hoy en la Audiencia General


Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera presentaros la figura de un santo Doctor de la Iglesia al que debemos mucho, ya que fue un insigne teólogo moralista y un maestro de vida espiritual para todos, sobre todo para la gente humilde. Es el autor de la letra y de la música de uno de los villancicos navideños más famosos de Italia: Tu scendi dalle stelle, además de otras muchas cosas.
Perteneciente a una familia napolitana noble y rica, Alfonso María de Ligorio nació en 1696. Dotado de grandes cualidades intelectuales, con tan solo 16 años se graduó en derecho civil y canónico. Era el abogado más brillante del foro de Nápoles: durante ocho años ganó todas las causas que defendió. Sin embargo, su alma tenía sed de Dios y estaba deseosa de la perfección, así el Señor le hizo comprender que era otra la vocación a la que lo llamaba. De hecho, en 1723, indignado por la corrupción y la injusticia que viciaban el ambiente que lo rodeaba, abandonó su profesión -y con ella la riqueza y el éxito- y decide convertirse en sacerdote, a pesar de la oposición paterna. Tuvo maestros excelentes que lo introdujeron en el estudio de las Sagradas Escrituras, de la Historia de la Iglesia y de la mística. Adquirió una amplia cultura teológica, que comenzó a dar fruto cuando, algunos años después, comienza su labor de escritor. Fue ordenado sacerdote en 1726 y se entregó, para el ejercicio de su ministerio, a la Congregación diocesana de las Misiones Apostólicas. Alfonso inició la evangelización y la catequesis entre los estratos más bajos de la sociedad napolitana, a la que gustaba predicar, y a la que instruía en las verdades fundamentales de la fe. No pocas de estas personas, pobres y modestas, a las que se dirigió, a menudo se dedicaban a los vicios y realizaban acciones criminales. Con paciencia les enseñaba a rezar, animándolas a mejorar su modo de vivir. Alfonso obtuvo resultados excelentes: en el barrio más miserable de la ciudad se multiplicaban los grupos de personas que, al caer la tarde, se reunían en las casas privadas y en los talleres, para rezar y meditar la Palabra de Dios, bajo la guía de un catequista formado por Alfonso y por otros sacerdotes, que visitaban regularmente a estos grupos de fieles. Cuando, por deseo expreso del arzobispo de Nápoles, estas reuniones comenzaron a celebrarse en las capillas de la ciudad, estas tomaron el nombre de “capillas nocturnas”. Esto fue una verdadera y propia fuente de educación moral, de saneamiento social, de ayuda recíproca entre los pobres: esto puso fin a robos, duelos, prostitución hasta casi desaparecer.
Aunque si el contexto social y religioso de la época de san Alfonso era muy distinto del nuestro, las
“capillas nocturnas” son un modelo de acción misionera en el que nos podemos inspirar también hoy para “una nueva evangelización”, particularmente de los más pobres, y para construir una convivencia humana más justa, fraterna y solidaria. A los sacerdotes se les ha confiado un deber de ministerio espiritual, mientras que los laicos bien formados pueden ser eficaces animadores cristianos, auténtica levadura evangélica en el seno de la sociedad.
Después de haber pensado irse para evangelizar a los pueblos paganos, Alfonso, a la edad de 35 años, entró en contacto con los agricultores y pastores de las regiones interiores del Reino de Nápoles, y estupefacto por su ignorancia religiosa y el estado de abandono en el que estaban, decidió dejar la capital y dedicarse a estas personas, que eran pobres espiritual y materialmente. En 1732 fundó la Congregación religiosa del Santísimo Redentor, que puso bajo la tutela del obispo Tommaso Falcoia, y de la que se convirtió en el superior. Estos religiosos, dirigidos por Alfonso, fueron auténticos misioneros itinerantes, que llegaron incluso a los pueblos más remotos, exhortando a la conversión y a la perseverancia en la vida cristiana sobre todo por medio de la oración. Todavía hoy, los redentoristas, esparcidos por tantos países del mundo, con nuevas formas de apostolado, continúan esta misión de evangelización. Pienso en ellos con reconocimiento, exhortándoles a ser siempre fieles al ejemplo de su Santo Fundador.
Estimado por su bondad y por su celo pastoral, en 1762 Alfonso fue nombrado obispo deSant'Agata dei Goti, ministerio que, dejó en 1775 por causa de las enfermedades que sufría, por concesión del Papa Pío VI. El mismo Pontífice, en 1787, exclamó, al recibir la noticia de su muerte, que se produjo con mucho sufrimiento, exclamó: “¡Era un santo!”. Y no se equivocaba: Alfonso fue canonizado en 1839, y en 1871 es declarado Doctor de la Iglesia. Este título se le concede por muchas razones. Antes que nada, porque propuso una rica enseñanza de teología moral, que expresa adecuadamente la doctrina católica hasta el punto de ser proclamado por el Papa Pío XII como “Patrón de todos los confesores y moralistas”. En su época, se difundió una interpretación muy rigurosa de la vida moral, quizás por la mentalidad jansenista, que antes que alimentar la confianza y esperanza en la misericordia de Dios, fomentaba el miedo y presentaba un rostro de Dios adusto y severo, muy lejano al revelado por Jesús. San Alfonso, sobre todo en su obra principal titulada Teología Moral, propone una síntesis equilibrada y convincente entre las exigencias de la ley de Dios, esculpida en nuestros corazones, revelada plenamente por Cristo y interpretada con autoridad por la Iglesia, y los dinamismos de la conciencia y de la libertad del hombre, que en la adhesión a la verdad y al bien, permiten la maduración y la realización de la persona. A los pastores de almas y a los confesores, Alfonso recomendaba ser fieles a la doctrina moral católica, asumiendo al mismo tiempo, una actitud caritativa, comprensiva, dulce para que los penitentes se sintiesen acompañados, sostenidos, animados en su camino de fe y de vida cristiana. San Alfonso no se cansaba nunca de repetir que los sacerdotes son un signo visible de la infinita misericordia de Dios, que perdona e ilumina la mente y el corazón del pecador para que se convierta y cambie de vida. En nuestra época, en la que son claros los signos de pérdida de la conciencia moral y -es necesario reconocerlo- de una cierta falta de estima hacia el Sacramento de la Confesión, la enseñanza de san Alfonso es todavía de gran actualidad.
Junto a las obras de teología, san Alfonso compuso muchos otros escritos, destinados a la formación religiosa del pueblo. Es estilo es simple y agradable. Leídas y traducidas en numerosas lenguas, las obras de san Alfonso han contribuido a plasmarla espiritualidad popular de los últimos dos siglos. Algunas de estas son textos que aportan grandes beneficios todavía hoy, comoMáximas EternasLas Glorias de MaríaPráctica de amor a Jesucristo, obra -esta última- que representa la síntesis de su pensamiento y de su obra maestra. Insiste mucho en la necesidad de la oración, que permite abrirse a la Gracia divina para cumplir cotidianamente la voluntad de Dios y conseguir la propia santificación. Con respecto a la oración escribe: “Dios no niega a nadie la gracia de la oración, con la que se obtiene la ayuda para vencer toda concupiscencia y toda tentación. Y digo, replico y replicaré siempre, durante toda mi vida, que toda nuestra salvación está en el rezar”. De aquí su famoso axioma: “Quien reza se salva” “Del gran Medio de la Oración y opúsculos afines”. Obras Ascéticas II, Roma 1962, p. 171). Me viene a la mente, a este propósito, la exhortación de mi predecesor, el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II: “nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas 'escuelas de oración'”... “Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral” (Carta Apostólica Novo Millenio ineunte, 33 y 34).
Entre las formas de oración aconsejadas fervientemente por san Alfonso, destaca la visita al Santísimo Sacramento o, como diríamos hoy, la adoración, breve o prolongada, personal o comunitaria, ante la Eucaristía. “Ciertamente -escribe Alfonso- entre todas las devociones esta de adorar a Jesús sacramentado es justo después de los sacramentos, la más querida por Dios y la más útil para nosotros... ¡Oh, qué bella delicia estar delante de una altar con fe.. presentando nuestras necesidades, como hace un amigo a otro con el que se tiene total confianza!” (“Visitas al Santísimo Sacramento, a María Santísima y a San José correspondientes a cada día del mes”.Introducción). La espiritualidad alfonsiana es, de hecho, eminentemente cristológica, centrada en Cristo y en su Evangelio. La meditación del misterio de la Encarnación y de la Pasión del Señor son frecuentemente objeto de su predicación. En estos eventos, la Redención es ofrecida a todos los hombres “copiosamente”. Y justo porque es cristológica, la piedad alfonsiana es también exquisitamente mariana. Muy devoto de María, Alfonso ilustra su papel en la historia de la salvación: socia de la Redención y mediadora de gracia, Madre, Abogada y Reina. Además, san Alfonso afirma que la devoción a María nos confortará en el momento de nuestra muerte. Estaba convencido que la meditación sobre nuestro destino eterno, sobre nuestra llamada a participar para siempre en la beatitud de Dios, así como la posibilidad trágica de la condenación, contribuye a vivir con serenidad y compromiso, y a afrontar la realidad de la muerte conservando siempre la confianza en la bondad de Dios.
San Alfonso María de Ligorio es un ejemplo de pastor celoso, que ha conquistado las almas predicando el Evangelio y administrando los Sacramentos, combinado con un modo de hacer basado en una bondad humilde y suave, que nacía de la intensa relación con Dios, que es la Bondad infinita. Tuvo una visión realista y optimista de los recursos del bien que el Señor da a cada hombre y dio importancia a los afectos y a los sentimientos del corazón, además de la mente, para poder amar a Dios y al prójimo.
En conclusión, quisiera recordar que nuestro santo, análogamente a San Francisco de Sales -del que hablé hace alguna semana- insiste en decir que la santidad es accesible a todos los cristianos: “El religioso por religioso, el seglar por seglar, el sacerdote por sacerdote, el casado por casado, el comerciante por comerciante, el soldado por soldado, y así hablando en todos los estados”(Práctica de amor a Jesucristo. Obras ascéticas I, Roma 1933, p. 79). Agradezcamos al Señor que, con su Providencia, suscita santos y doctores en lugares y tiempos diversos, que hablan el mismo lenguaje para invitarnos a crecer en la fe y a vivir con amor y con alegría nuestro ser cristianos en las sencillas acciones de cada día, para caminar en el camino de la santidad, en el camino hacia Dios y hacia la verdadera alegría. Gracias.

3/29/11

Mensaje del Papa al encuentro de pastoral familiar del CELAM


Al venerado hermano Cardenal Ennio Antonelli, Presidente del Consejo Pontificio para la Familia:

Me complace saludar cordialmente a Vuestra Eminencia, así como a los demás señores cardenales, obispos y sacerdotes que participan en el encuentro de responsables de las Comisiones Episcopales de Familia y Vida de América Latina y el Caribe, que tiene lugar en Bogotá.
Como ha reiterado la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, la familia es el valor más querido por los pueblos de esas nobles tierras. Por este motivo, la pastoral familiar tiene un puesto destacado en la acción evangelizadora de cada una de las distintas Iglesias particulares, promoviendo la cultura de la vida y trabajando para que los derechos de las familias sean reconocidos y respetados.
Se constata con dolor, sin embargo, cómo los hogares sufren cada vez más situaciones adversas provocadas por los rápidos cambios culturales, por la inestabilidad social, por los flujos migratorios, por la pobreza, por programas de educación que banalizan la sexualidad y por falsas ideologías. No podemos quedar indiferentes ante estos retos. En el Evangelio encontramos luz para responder a ellos sin desanimarnos. Cristo con su gracia nos impulsa a trabajar con diligencia y entusiasmo para acompañar a cada uno de los miembros de las familias en el descubrimiento del proyecto de amor que Dios tiene sobre la persona humana. Ningún esfuerzo, por tanto, será inútil para fomentar cuanto contribuya a que cada familia, fundada en la unión indisoluble entre un hombre y una mujer, lleve a cabo su misión de ser célula viva de la sociedad, semillero de virtudes, escuela de convivencia constructiva y pacífica, instrumento de concordia y ámbito privilegiado en el que, de forma gozosa y responsable, la vida humana sea acogida y protegida, desde su inicio hasta su fin natural. Vale la pena también continuar animando a los padres en su derecho y obligación fundamental de educar a las nuevas generaciones en la fe y en los valores que dignifican la existencia humana.
No dudo que la misión continental promovida en Aparecida, y que tantas esperanzas está despertando por doquier, sirva para avivar en los amados países latinoamericanos y del Caribe la pastoral matrimonial y familiar. La Iglesia cuenta con los hogares cristianos, llamándolos a ser un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado e invitándolos a tomar conciencia de su valiosa misión en el mundo.
Aliento, pues, a todos los participantes en esta significativa reunión a desarrollar en sus reflexiones las grandes líneas pastorales marcadas por los episcopados congregados en Aparecida, favoreciendo así que la familia pueda vivir un profundo encuentro con Cristo a través de la escucha de su Palabra, la oración, la vida sacramental y el ejercicio de la caridad. De este modo, se le ayudará a poner en práctica una sólida espiritualidad que propicie en todos sus miembros una decidida aspiración a la santidad, sin miedo a mostrar la belleza de los altos ideales y las exigencias éticas y morales de la vida en Cristo. Para promover esto, es necesario incrementar la formación de todos aquellos que, de una u otra forma, se dedican a la evangelización de las familias. Así mismo, es importante trazar caminos de colaboración con todos los hombres y mujeres de buena voluntad para seguir tutelando intensamente la vida humana, el matrimonio y la familia en toda la región.
Concluyo expresando mi afecto y solidaridad a todas las familias de América Latina y el Caribe, en particular a aquellas que se hallan en situaciones de dificultad. A la vez que encomiendo a la poderosa protección de la Santísima Virgen María los frutos de esta loable iniciativa, les imparto de corazón la implorada Bendición Apostólica, que extiendo complacido a cuantos están comprometidos en la evangelización y promoción del bien de las familias.
Vaticano, 28 de marzo de 2011
BENEDICTUS PP. XVI
“La seguridad de las centrales no podrá ser absoluta nunca”

Padre Federico Lombardi en “Octava Dies”



“Las imágenes de la tragedia japonesa continúan, desde hace días, interrogándonos y turbándonos – observó el portavoz vaticano –. En Primer lugar nos han recordado los suceso dramáticos del tsunami del Océano Índico de hace seis años, que también provocó un número alarmante de víctimas, todavía más: un mar de sufrimiento y de dolor que pide nuestra compasión, nuestra solidaridad, nuestra oración”.
El 11 de marzo, un violento terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter, golpeó el nordeste de Japón, con epicentro frente a las costas de Sendai, provocando después un tsunami con olas de hasta 10 metros de altura, que devastó hasta 650 km de costa. Desde entonces, además, se han sucedido más de 150 réplicas de asentamiento.
Según lo relatado por la Oficina de la ONU para los Asuntos Humanitarios las víctimas confirmadas son 6.539, más de 11.000 están desaparecidas, y 25.000 continúan todavía aisladas en las zonas nordorientales que son las que más han sufrido el maremoto. Y mientras más de medio millón de personas han perdido la casa y se encuentran acogidas en las estructuras facilitadas por el Gobierno, las temperaturas han bajado drásticamente en las áreas que han sufrido más, rozando los cero grados centígrados en áreas de Iwate, Miyagi y Fukushima.
“En pocos días – continuó el padre Lombardi – la atención del mundo ya no se centra en la ola destructora sino que lo hace en el desastre de la central nuclear”.
El 14 de marzo, explotó, de hecho, el edificio que contenía el segundo reactor de la central nuclear de Fukushima, como ya había sucedido al primer reactor el día después del terremoto, aunque si el envoltorio que protege el combustible permaneció intacto.
El 15 de marzo, sin embargo, después de una explosión en el reactor número 4, el nivel de radiación alrededor de la central subió peligrosamente, mientras que se registró también una elevación del nivel de radioactividad en Tokyo. La falta de electricidad, de hecho, ha impedido el encendido del sistema de enfriamiento, de manera que la temperatura comenzó a subir vertiginosamente y las cápsulas de circonio que revestían las barras de uranio comenzaron a fundirse y a dejar salir gas radioactivo e hidrógeno.
El pasado sábado, sin embargo, el responsable de la Agencia Internacional para la Energía Atómica en Viena, Graham Andrews, no excluyendo todos los factores de riesgo afirmó que “la situación se está desarrollando en la dirección justa”.
“Los japoneses – destacó el padre Lombardi – han demostrado que han aprendido a afrontar con previsión los riesgos de los terremotos de un modo admirable, construyendo edificios capaces de resistir los temblores más fuertes. En otros países temblores similares habrían causado un número incalculable de muertos”.
“Y sin embargo, también el progreso técnico japonés ha demostrado en esta ocasión, un punto débil, de alguna manera inesperado – destacó después –. Ha bastado que una de las más de 50 centrales nucleares japonesas fuese seriamente dañada por el terremoto, para que se originase una nueva ola – esta vez de miedo, por otra insidiosa fuente de muertes –, que está cubriendo todo el mundo, más que la ola destructiva del maremoto”.
“La energía nuclear es un recurso natural inmenso, que el hombre trata de poner a su servicio, pero si pierde el control, se vuelve contra él – comentó el jesuita –. Y nadie sabe mejor que los japoneses cuales son los efectos de la energía liberada del corazón de la materia dirigida contra el hombre”.
“La seguridad de las centrales y la custodia de los residuos radioactivos no podrá ser nunca absoluta – evidenció a continuación –. Es justo y adecuado volver a reflexionar sobre el correcto uso del poder tecnológico, sobre sus riesgos, sobre su precio humano. El Papa lo recomienda a menudo”.
“Hoy en la central enloquecida, un grupo de héroes está dando generosamente la vida para la salvación de muchos. Como los bomberos del 11 de septiembre – concluyó –. Como entonces, el amor solidario por los demás, incluso arriesgando la propia vida, es la verdadera luz en la oscuridad de la tragedia. Indica la dirección en la que buscar. Es la misma dirección del camino con Jesús hacia la Pascua”.

3/28/11

 “Si la fe de la Iglesia se debilita, el exorcismo pierde eficacia”

Curso sobre el exorcismo en el “Regina Apostolorum”

 El padre François Dermin, presidente nacional del Grupo Investigación e Información Religiosa (GRIS en sus siglas en italiano), prior del convento de Santo Domigo de Bolonia y profesor de teología moral, italiano con orígenes canadiense es uno de los profesores del curso de exorcismo que realizará esta semana el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma.
Se trata de curso de una semana que sin embargo, no transforma en exorcista a quien lo frecuenta, pues para ello es necesario el permiso del obispo y un camino de formación práctica que no siempre es fácil de realizar debido a la falta de exorcistas con experiencia.
A pesar de que la existencia o no del demonio, las posesiones y el satanismo son cuestiones de cada vez mayor interés, el presidente del GRIS explicó a ZENIT que sobre el demonio en materia teológica se sabe lo mismo de lo que se sabía antes, aunque ahora es más fácil distinguir las enfermedades de los casos de presencia del maligno. En este caso el punto central es el discernimiento del exorcista que se puede apoyar incluso en consultas con médicos especialistas.
- ¿Por qué un curso de exorcismo?
François Dermin: En realidad es un curso sobre el exorcismo que sirve para hacer conocer mejor este ministerio a los sacerdotes, pero también en el ámbito médico y psicológico. Los destinatarios no son necesariamente futuros exorcistas, entre otras cosas porque no basta un curso para volverse exorcistas y porque se necesita un mandato explícito del obispo.
Se trata de contribuir a traer a flote un ministerio que muchas veces fue relegado sea en Italia que en el mundo, por lo tanto queremos hacer conocer la necesidad y la actualidad de este tipo de curso.
- Muchos de los participantes a este sexto curso son sacerdotes. Hay un desemboque práctico o es simplemente algo teórico?
François Dermin: Hay que reconocer que es más teórico que práctico. Incluso las personas que obtengan el permiso del obispo es aconsejable que se acerquen a un exorcista con experiencia para instruirse en la práctica del ministerio.
- ¿Hoy se sabe más sobre el demonio de lo que se sabía por ejemplo en la Edad Media?
François Dermin: Desde el punto de vista teológico no se sabe más de lo que se sabía en dicha época. Grandes doctores de la Iglesia como Santo Tomás, San Buenaventura y San Agustín y también otros muchos santos han hablado del demonio de manera profunda, también especulativa, filosófica y teológica.  
Podemos saber más en cambio sobre algunas enfermedades que en el pasado eran consideradas manifestaciones de acción diabólica pero que son solamente enfermedades. Por ejemplo en el pasado a la epilepsia se la relacionaba con una forma de posesión diabólica, cuando en realidad es una enfermedad que hay que curar.
- ¿Cómo se distingue un caso de posesión, infestación o una manifestación diabólica de una enfermedad?
François Dermin: Ésta es para mí una de las principales dificultades del exorcista, pues deberá discernir y ésto es una parte central del ministerio exorcístico. Porque hay personas que creen de estar a la merced de una acción del demonio, no necesariamente poseídas pero perseguidas, humilladas, obsesionadas o cosas de este tipo.
Entonces hay que entender si se trata de personas que sufren alucinaciones o cosas de este tipo. En estos casos hay que hablar con ellos, y cuando es necesario se debe recurrir a médicos y psiquiatras. Por ejemplo cuando ejercía como exorcista en mi diócesis, mi equipo estaba integrado por otros dos sacerdotes y dos psiquiatras, a los que acudía en caso de dudas.
El discernimiento no siempre es inmediato. Hablando con las personas o sobre ellas, uno se da cuenta si hay algunas reacciones --no necesariamente espectaculares como en el caso de las posesiones-- pero reacciones particulares como sucesión de calor y frío, desmayos o – disculpe – se ponen a eructar o cosas de este tipo. El discernimiento se hace también con la oración. Hay que acordarse que el exorcismo es una obra sobrenatural en la cual el principal personaje es Dios.
- Jesús hizo exorcismos. 
François Dermin: Juan Pablo II decía que uno de los principales ministerios de Jesús fue el del exorcismo. No por casualidad realizó tantos. Si bien en la Biblia y en los Evangelios no siempre resulta clara la distinción entre una curación y una liberación. El uno de las partes dice que una persona estaba enferma y que cuando intervino Jesús fue liberada, o viceversa.
Al exorcismo muchas veces se lo asocia casi exclusivamente a la posesión, si bien muchas veces el exorcista tiene que vérselas con personas que en cambio son víctimas de otras formas de persecución diabólica. Infestaciones de casas donde se sienten ruidos, muebles que se desplazan o se rompen, etc.
Además existen casos de posesiones en que las personas escuchan voces dentro de si. Esto sucede muchas veces cuando se hace espiritismo. Claramente hay que controlar que no se trate de casos de esquizofrenia.
La liberación se realiza también a través de un camino espiritual. La persona tiene que cambiar de vida, frecuentar los sacramentos etc.
- ¿La persona que obtiene el permiso del obispo tiene que tener particulares cualidades?
François Dermin: En el derecho del exorcismo, se habla también de cualidades morales, espirituales y en cierto sentido culturales. Es necesario por ejemplo conocer un mínimo de psicología.
- ¿Cuáles son las cosas peligrosas para una persona normal?
François Dermin: Buena parte de las personas que se dirigen a un exorcista lo hacen después de haber participado en una sesión directa, voluntaria de ocultismo, formas de magia, espiritismo, etc.
Entretanto las manifestaciones del maligno pueden suceder sin que haya ningún compromiso por parte del sujeto con el ocultismo y estas personas pueden ser víctimas de males que les son hechos. Y aquí entramos en algo misterioso que se llama maleficio. Habría mucho que hablar. 
Cuando inicié el ministerio de exorcista estaba un poco perplejo sobre los maleficios, pero tuve que cambiar de idea.
- ¿La mejor protección en estos casos?
François Dermin: La vida cristiana y de oración. Pero no hay protecciones absolutas. Por ejemplo existieron santos que mismo por un breve período sufrieron ésto. Pienso en san Juan Calabria, en santa Gemma Galgani y en santos que fueron tremendamente atormentados por el demonio.
- ¿Un exorcismo es suficiente o un proceso?
François Dermin: Aquí estamos tocando una tecla muy delicada. He escuchado testimonios de exorcistas de hace cuarenta o cincuenta años atrás, quienes indicaban que entonces bastaba un sólo exorcismo para liberar a una persona. Hoy pueden durar meses y a veces años. Y es necesario reflexionar por qué sucede esto.
Alguien podría pensar que se debe a una sociedad que se alejó de Dios, en cierto sentido que ha apostatado.
Aquí en cambio le indico una opinión absolutamente personal: el exorcista no hace una oración personal sino que reza en nombre de la Iglesia. Y si la fe se vuelve débil en el interior de la Iglesia no excluyo que ésto contribuya a disminuir la eficacia del mismo exorcismo.
- ¿Cual es la relación entre las fórmulas del exorcismo y la fe?
François Dermin: Las fórmulas sin la fe no valen nada. Pero no es solamente la fe del exorcista sino al fe de la Iglesia. Aquí cuando digo Iglesia no me refiero a la Iglesia institucional que siempre ha creído y enseñado la realidad sobre el demonio y la posibilidad concreta de persecución por parte del mismo. Hablo en cambio de los hombres de Iglesia. No todos los sacerdotes e incluso obispos creen en estas cosas. Entiendo que es un tema muy delicado.
- ¿No la Iglesia gloriosa, pero la militante?
François Dermin: La Iglesia aquí en la tierra puede ser tentada también con la secularización. Es el racionalismo. Se corre el riesgo de debilitar la fe sobre la existencia del demonio. 
- La iconografía católica o la falta de la misma tiene alguna influencia o no tiene nada que ver? 
François Dermin: No, si nuestra sociedad se seculariza y reniega de su propia fe es obvio que le deja más espacio al demonio que es el enemigo de la Encarnación. 
- ¿El sacerdote que ejercita el ministerio del exorcismo tiene que adquirir experiencia?
François Dermin: Nunca se acaba de aprender y la experiencia enriquece siempre y es fundamental. El problema de los exorcistas actuales es que se han vuelto tales sin un maestro que les enseñara. Por mi parte tuve poca experiencia práctica y en cierto sentido tuve que arreglarme cometiendo incluso algunos errores. La experiencia se adquiere poco a poco. Lo ideal sería tener maestros en este campo.
No siempre encontramos explicación a todo, entretanto debemos creer que Dios está presente, que actúa, que estamos de la parte del vencedor y que el demonio quiere molestar al hombre, alejarlo de Dios o incluso destruirlo. Y que Dios otorga a la Iglesia los medios para combatir victoriosamente al demonio.

CURSO SOBRE EL FUERO INTERNO

AUDIENCIA DEL PAPA A LOS PARTICIPANTES 


Queridos amigos:
Estoy muy contento de dirigir a cada uno de vosotros mi más cordial bienvenida. Saludo al cardenal Fortunato Baldelli, Penitenciario Mayor, y le agradezco las corteses palabras que me ha dirigido. Saludo al Regente de la Penitenciaria, monseñor Gianfranco Girotti, al personal, los colaboradores y a todos los participantes del Curso sobre el Fuero Interno, que se ha convertido en una cita tradicional y una importante ocasión para profundizar en los temas relacionados con el Sacramento de la Penitencia.
Deseo detenerme con vosotros sobre un aspecto que quizás no se ha considerado suficientemente, pero que es de gran relevancia espiritual y pastoral: el valor pedagógico de la Confesión sacramental. Si es verdad que siempre es necesario salvaguardar la objetividad de los efectos del Sacramento y su correcta celebración según las normas del Rito de la Penitencia, no está fuera de lugar la reflexión sobre cuanto pueda esto educar la fe, sea del ministro, sea del penitente. La fiel y generosa disponibilidad de los sacerdotes en la escucha de las confesiones, sobre el ejemplo de los grandes Santos de la historia, desde San Juan María Vianney hasta san Juan Bosco, desde san Josemaría Escrivá a san Pío de Pietralcina, desde san Giuseppe Cafasso a san Leopoldo Mandić, nos indica a todos nosotros como el confesionario puede ser un “lugar”real de santificación.
¿De qué modo educa el Sacramento de la Penitencia? ¿En qué sentido tiene su celebración, un valor pedagógico, antes que nada para los ministros? Podríamos comenzar desde el reconocimiento de que la misión sacerdotal constituye un punto de observación único y privilegiado, del cual, cotidianamente, se da la contemplación del esplendor de la Misericordia divina. Cuantas veces en la celebración del Sacramento de la Penitencia, el sacerdote asiste a verdaderos y propios milagros de conversión, que, renovando “el encuentro con un acontecimiento, con una Persona” (Enc. Deus Caritas est, nº1), refuerzan su misma fe. En el fondo, confesar significa asistir a tantas “professiones fidei” cuantos son los penitentes, y contemplar la acción de Dios misericordioso en la historia, tocar con la mano los efectos salvíficos de la Cruz y de la Resurrección de Cristo, en todo tiempo y para cada hombre. No raramente nos colocamos ante verdaderos y propios dramas existenciales y espirituales, que no encuentran respuesta en las palabras de los hombres, pero que son abrazados y asumidos por el Amor divino, que perdona y transforma: “ Aunque vuestros pecados sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve” (Is 1,18).
Conocer y, en cierto modo, visitar el abismo del corazón humano, incluso en los aspectos oscuros, si por un lado pone a prueba la humanidad y la fe del mismo sacerdote, por el otro lado alimenta en él la certeza de que la última palabra sobre el mal del hombre y de la historia es de Dios, y de su Misericordia, capaz de hacer nuevas todas las cosas (cfr Ap 21,5). Cuanto puede aprender el sacerdote de penitentes ejemplares de su vida espiritual, de la seriedad con la que conducen su examen de conciencia, de la transparencia en el reconocimiento del propio pecado y por la docilidad hacia la enseñanza de la Iglesia y las indicaciones del confesor. ¡De la administración del Sacramento de la Penitencia podemos recibir profundas lecciones de humildad y de fe! Es una llamada muy fuerte para todo sacerdote a la conciencia de la propia identidad. ¡Nunca, sólo por la fuerza de nuestra humanidad, podremos escuchar las confesiones de los hermanos!. Si estos se acercan a nosotros es sólo porque somos sacerdotes, configurados en Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, y capaces de actuar en su Nombre y en su Persona, de hacer realmente presente a Dios que perdona, renueva y transforma. La celebración del Sacramento de la Penitencia tiene un valor pedagógico para el sacerdote, con respecto a su fe, a la verdad y pobreza de su persona y alimenta en él su conciencia de la identidad sacramental.
¿Cuál es el valor pedagógico del Sacramento de la Penitencia para los penitentes? Debemos comenzar diciendo que esto depende, antes que nada, de la acción de la Gracia y de los efectos objetivos del Sacramento en el alama del fiel. Ciertamente la Reconciliación sacramental es uno de los momentos en los que la libertad personal y la conciencia de uno mismo están llamadas a expresarse en un modo particularmente evidente. Y quizás también por esto, en una época de relativismo y, por consiguiente, de una conciencia atenuada del propio ser, se debilita también la práctica sacramental. El examen de conciencia tiene un importante valor pedagógico: educa a mirar con sinceridad la propia existencia, a confrontarla con la verdad del Evangelio y a valorarla con parámetros no sólo humanos, sino tomados de la Revelación divina. La confrontación con los Mandamientos y con las Bienaventuranzas y, sobre todo, con el Precepto del amor, constituye la primera gran “escuela penitencial”.
En nuestro tiempo caracterizado por el ruido, la distracción, la soledad, el coloquio del penitente con el confesor puede ser una de las pocas, sino la única ocasión de ser escuchado de verdad y en profundidad. Queridos sacerdotes, no dejéis de darle el espacio adecuado al ejercicio del ministerio de la Penitencia en el confesionario: ser acogidos y escuchados constituye también un signo humano de la acogida y de la bondad de Dios hacia sus hijos. La confesión íntegra de los pecados, además, educa al penitente a la humildad, al reconocimiento de la propia fragilidad y, al mismo tiempo, a la conciencia de la necesidad del perdón de Dios y a la confianza de que la Gracia divina puede transformar la vida. Del mismo modo, escuchar las advertencias y de los consejos del confesor es importante para el juicio sobre los actos, para el camino espiritual y para la curación interior del penitente. ¡No olvidemos cuantas conversiones y cuantas existencias realmente santas comenzaron en un confesionario! La acogida de la penitencia, la escucha de las palabras “Yo te absuelvo de tus pecados” representan, finalmente, una escuela verdadera de amor y de esperanza, que guía a la plena confianza en el Dios Amor revelado en Jesucristo, a la responsabilidad y al compromiso de la conversión continua.
Queridos sacerdotes, que experimentar nosotros primero la Misericordia divina y ser humildes instrumentos de ella, nos eduque a una siempre fiel celebración del Sacramento de la Penitencia y a una profunda gratitud hacia Dios, que “nos ha confiado el ministerio de la reconciliación (1Cor 5,18). A la Beata Virgen María, Mater misericordiae Refugium peccatorum, confío los frutos de vuestro Curso sobre el Fuero Interno y el ministerio de todos los Confesores, mientras que con gran afecto os bendigo.

3/27/11

“SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS...”


El Papa hoy durante el Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:
Este tercer domingo de Cuaresma se caracteriza por el famoso diálogo de Jesús con la mujer samaritana, narrado por el evangelista Juan. La mujer se dirigía todos los días a sacar agua de un antiguo pozo, que se remontaba a tiempos del patriarca Jacob, y ese día se encontró con Jesús, sentado, "fatigado del camino" (Juan 4, 6). San Agustín comenta: "Hay un motivo en el cansancio de Jesús... La fuerza de Cristo te ha creado, la debilidad de Cristo te ha regenerado... Con la fuerza nos ha creado, con su debilidad vino a buscarnos" (In Ioannis Evangelium, 15, 2). El cansancio de Jesús, signo de su auténtica humanidad, puede ser visto como un preludio de su pasión, con la que Él llevó a cumplimiento la obra de nuestra redención. En particular, en el encuentro con la Samaritana, en el pozo, sale el tema de la "sed" de Cristo, que culmina con el grito en la cruz: "Tengo sed" (Juan 19, 28). Ciertamente esta sed, como el cansancio, tiene un fundamento físico. Pero Jesús, como sigue diciendo Agustín, "tenía sed de la fe de esa mujer" (In Ioannis Evangelium, 15, 11), al igual que de la fe de todos nosotros. Dios Padre le envió para saciar nuestra sed de vida eterna, dándonos su amor, pero para ofrecernos este don Jesús pide nuestra fe. La omnipotencia del Amor respeta siempre la libertad del hombre; toca a su corazón y espera con paciencia su respuesta.
En el encuentro con la Samaritana, destaca en primer lugar el símbolo del agua, que hace clara alusión al sacramento del Bautismo, manantial de vida nueva para la fe en la Gracia de Dios. Este Evangelio, de hecho, como recordé en la catequesis del Miércoles de Ceniza, forma parte del antiguo camino de preparación de los catecúmenos a la iniciación cristiana, que tenía lugar en la gran Vigilia de la noche de Pascua. "El que beba del agua que yo le daré --dice Jesús--, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna" (Juan 4,14). Este agua representa al Espíritu Santo, el "don" por excelencia que Jesús vino a traer de parte de Dios Padre. Quien renace en el agua y el Espíritu Santo, es decir, en el Bautismo, entra en una relación real con Dios, una relación filial, y puede adorarle "en espíritu y verdad" (Juan 4,23.24), como sigue revelando Jesús a la mujer samaritana. Gracias al encuentro con Jesucristo y al don del Espíritu Santo, la fe del hombre llega a su cumplimiento, como respuesta a la plenitud de la revelación de Dios.
Cada uno de nosotros puede ponerse en el lugar de la mujer samaritana: Jesús nos espera, especialmente en este tiempo de Cuaresma.

La asociación "Opus Sanctorum Angelorum"


 "L'Osservatore Romano", aclara la espiritualidad de la asociación



La Congregación para la doctrina de la fe envió a los presidentes de las Conferencias episcopales el 2 de octubre de 2010 una carta circular acerca de la asociación «Opus Angelorum», carta que pos­teriormente fue publicada en L'Osservatore Roma­no el 21 de noviembre de 2010, p. 10. En dicha carta la Congregación informa en concreto sobre la aprobación del «Estatuto del Opus Sanctorum Angelorum» por parte de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica y la aprobación de la «fórmula de una consagración a los santos ángeles para el Opus Angelorum» por parte de la Congregación para la doctrina de la fe. Por ello parece oportuno expli­car brevemente la espiritualidad de esta Obra de los santos Ángeles, que tal como hoy se presenta es «una asociación pública de la Iglesia en armonía con la doctrina tradicional y las normas de la au­toridad suprema. Difunde entre los fieles la devo­ción a los santos ángeles, exhorta a rezar por los sacerdotes y promueve el amor a la Pasión de Cristo y su unión con ella» (carta de la CDF).
¿Cuál es, por tanto, la espiritualidad de esta asociación? ¿Y cuál ha sido su camino hasta el momento presente al que se refiere la carta de la Congregación para la doctrina de la fe? El Opus Sanctorum Angelorum nació en Innsbruck, Austria, en el año 1949. La señora Gabriele Bitterlich, es­posa y madre de tres hijos, estuvo en el origen de este movimiento. Desde ese año, 1949, fue cre­ciendo en ella una conciencia personal cada vez más clara de que el Señor Jesucristo quería que las personas venerasen e invocasen más a los san­tos ángeles y se abriesen a su poderosa ayuda. Sin embargo, como auténtica cristiana, se puso siem­pre bajo la autoridad de la Iglesia. En aquellos años, esta autoridad fue el obispo de Innsbruck, monseñor Paulus Rusch, con el cual estuvo siem­pre en contacto. A partir de 1961, el Opus Angelo­rum se fue extendiendo en diversos países del mundo. Por lo que desde el año de 1977 ha sido la autoridad suprema de la Iglesia la que ha ido examinando las doctrinas y las prácticas particula­res del Opus Angelorum.
Que el movimiento haya sido aprobado signifi­ca que la Iglesia ha reconocido la validez funda­mental de la intuición fundadora de la señora Bit­terlich, aunque por otra parte también ha consta­tado, entre sus numerosos escritos, varias doctri­nas y concretamente «teorías... acerca del mundo de los ángeles, sus nombres personales, sus gru­pos y funciones», «que son ajenas a la Sagrada Escritura y a la Tradición», las cuales «no pueden servir como base para la espiritualidad y actividadde asociaciones aprobadas por la Iglesia» (1). De­bido a que el Opus Angelorum ha obedecido a la Iglesia y ha abandonado aquellas doctrinas y sus consecuencias prácticas, actualmente se presenta a todos los efectos como un movimiento eclesial que está llamado a colaborar con el propio caris­ma en la misión evangelizadora y salvadora de la Iglesia.
El fundamento de su espiritualidad es, por lo tanto, la Palabra de Dios, que se encuentra en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, que son auténticamente interpretadas porel Magisterio de la Iglesia. En el Catecismo de la Iglesia católica se encuentra una síntesis de la doc­trina del Magisterio sobre el mundo angélico (cf. CIC 328-336, 350-352).
Se lee allí en primer lugar que «la existencia de seres espirituales, no corporales, que la Sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una ver­dad de fe» (CIC 328). «Con todo su ser, los ánge­les son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Pa­dre que está en los cielos" (Mt 18, 10), son "agen­tes de sus órdenes, atentos a la voz de su palabra"(Sal 103, 20)» (CIC 329); «son criaturas personales e inmortales» (CIC 330).
Jesucristo no es solamente el centro de los hombres sino también de los ángeles: «Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen... Le pertenecen porque fueron crea­dos por y para él... Le pertenecen más aún por­que los ha hecho mensajeros de su designio de salvación» (CIC 331). «Desde la creación y a lo largo de toda la historia de la salvación, los en­contramos, anunciando de lejos o de cerca esa sal­vación y sirviendo al designio divino de su reali­zación» (CIC 332). Es decir, este servicio angélico abarca la misma vida del Verbo encarnado y a la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo sobre la tierra.«De la Encarnación a la Ascensión, la vida del Verbo encarnado está rodeada de la adoración ydel servicio de los ángeles... Protegen la infancia de Jesús, le sirven en el desierto, lo reconfortan en la agonía cuando él habría podido ser salvado por ellos de la mano de sus enemigos como en otro tiempo Israel. Son también los ángeles quie­nes "evangelizan" (Lc 2, 10) anunciando la buenanueva de la Encarnación y de la Resurrección de Cristo. Con ocasión de la segunda venida de Cristo, anunciada por los ángeles, estos estarán presentes al servicio del juicio del Señor» (CIC 333).
«De aquí que toda la vida de la Iglesia se be­neficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles» (CIC 334). «En su liturgia, la Iglesia seune a los ángeles para adorar al Dios tres veces santo; invoca su asistencia..., y celebra más parti­cularmente la memoria de ciertos ángeles (san Miguel, san Gabriel, san Rafael, los ángeles cus­todios)» (CIC 335).
Así, «desde su comienzo hasta la muerte, la vi­da humana está rodeada de su custodia y de su intercesión. "Cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vi­da" (san Basilio, Eun. 3, 1). Desde esta tierra, la vida cristiana partici­pa, por la fe, en la sociedad biena­venturada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios» (CIC 336). Con razón, por lo tanto, «la Iglesia venera a los ángeles que la ayudan en su peregrinar terrestre» (CIC 352).
Lo específico de la asociación Opus Sanctorum consiste en el hecho de que sus miembros llevan la devo­ción a los santos ángeles hasta aquel desarrollo pleno que se expresa y se concreta en una «consagración a los santos ángeles», tal como se ha constatado a lo largo de la historia de la Iglesia con las devocio­nes al Sacratísimo Corazón de Jesús y al Inmacu­lado Corazón de María (consagración al Corazón de Jesús y de su Madre).
Se entra en la Obra de los santos Ángeles me­diante la consagración al ángel de la guarda. La consagración a los santos ángeles la hacen aquellos miembros que quieren comprometerse más activa­mente con los fines espirituales del movimiento. Esta consagración se entiende como una alianza del fiel con los santos ángeles, es decir, como un acto consciente y explícito que reconoce y toma en serio su misión y función en la economía de la salvación. Así como otras muchas espiritualidades tienen sus propias expresiones típicas, por ejem­plo el «Totus tuus» del Papa Juan Pablo II, así también la espiritualidad de la consagración a los santos ángeles en el Opus Angelorum se podría ca­racterizar con las palabras «cum sanctis angelis», o sea, «con los santos ángeles»o «en comunión con los santos ángeles».
Precisamente, una «convivencia» de los fieles con los santos ángeles como verdaderos amigos (2) es posible en la fe y en la caridad teologal, y así también una íntima c o l a b o ra c i ó n espiritual con ellos para los fines del plan salvador de Dios en relación con todas las criaturas (3), ya que su coo­peración está garantizada en todas nuestras bue­nas obras (4).
Esta convivencia y colaboración espiritual de los fieles con los santos ángeles, que como se in­dica en el mencionado Estatuto, es lo propio de la «esencia» del Opus Angelorum, exige natural­mente no sólo la fe y el amor a los santos ángeles -y en primer lugar al propio ángel de la guarda-, sino también una prudente aplicación de los crite­rios del «discernimiento de los espíritus». A este propósito, encontramos la siguiente explicaciónen el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica(5): «Como en la visión de la escala de Jacob, "los ángeles de Dios subían y bajaban por aquella escalera" (Gn 28, 12), los ángeles son dinámicos e incansables mensajeros que unen el cielo con la tierra. Entre Dios y la humanidad no hay silencioe incomunicabilidad, sino diálogo continuo y co­municación incesante. Y los hombres, destinata­rios de esta comunicación, deben afinar su sensi­bilidad espiritual para escuchar y comprender este lenguaje de los ángeles, que sugieren palabras buenas, sentimientos santos, acciones misericor­diosas, comportamientos caritativos y relaciones edificantes».
El Opus Angelorum se fundamenta en la pronti­tud incondicional para servir a Dios con la ayudade los santos ángeles y tiene como finalidad la re­novación de la vida espiritual en la Iglesia, ayuda­dos por ellos en las así llamadas «direcciones (o dimensiones) fundamentales» de adoración, con­templación, expiación y misión (apostolado).
La ayuda de los ángeles y la unión de los hom­bres con ellos permiten que los hombres vivan mejor su fe y la puedan testimoniar con más fuer­za y convicción. Efectivamente, los santos ángeles contemplan continuamente el rostro de Dios (cf.Mt 18, 10) y viven en constante adoración. De un modo particularmente eficaz los ángeles pueden iluminar, por tanto, a aquellos que se abren cons­cientemente a su acción, los cuales son ayudados por ellos a contemplar en la fe los divinos miste­rios: el mismo Dios y sus obras -theologia oiko­nomia (6)-, a crecer así en el conocimiento y en el amor de Dios, a permanecer en su presencia y realizar una adoración particularmente reve­rente y amorosa, dedi­cándose a la mayor glorificación de Dios. La  a d o ra c i ó n, especialmente, la adoración eucarística ocupa, por lo tanto, el primer lu­gar en el Opus Angelo­rum.
Del mismo modo que Nuestro Señor Je­sucristo fue fortificado por el Padre celestial a través de un ángel para poder soportar la pasión redentora (cf. Lc 22, 43), así también los miem­bros del Opus Angelorum confían en la ayuda de los santos ángeles para seguir a Cristo con caridad expiatoria para la santificación y salvación de las almas, especialmente por los sacerdotes. Por ello,en el Opus Angelorum también se tiene el ejercicio piadoso de la «Passio Domini», es decir, un tiem­po de oración semanal (el jueves por la noche yel viernes por la tarde), en el que los miembros se unen espiritualmente al Redentor en el misterio de su pasión salvadora. Cristo crucificado y resu­citado es, de hecho, el centro de los hombres y de los santos ángeles.
Con la aprobación del Opus Ss. Angelorum, la Iglesia ha bendecido un movimiento que se carac­teriza, es cierto, por una devoción peculiar a los santos ángeles, pero también y esencialmente -se­gún las propias características de los santos ánge­les- por una orientación absoluta hacia Dios y su servicio, hacia Cristo redentor, la cruz, la Eucaris­tía, para la gloria de Dios y la salvación de las al­mas. En realidad, la conciencia viva de la presen­cia y de la misteriosa y potente ayuda de los san­tos ángeles, siervos y mensajeros divinos, es capazde dar impulso a los fieles para que se dediquen con confianza a la primera y esencial misión de la Iglesia: la salvación de las almas para gloria de Dios.

(1) Cf. decreto Litteris diei de la Congregaciónpara la doctrina de la fe, del 6 de junio de 1992. 
(2) Cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theolo­giae II-II, q. 25., a. 10; q. 23, a. 1, ad 1.
(3) Cf. Ef 1, 9-10; Col 1, 15-20; Jn 12, 32; 17, 21­23; Ap 10, 7; 19, 6-9. 
(4) Cf. CIC 350: «"Ad omnia bona nostra coo­perantur angeli": Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos (santo Tomás de Aqui­no, Summa Theologiae I, 114, 3, ad 3)».
(5) P. 210: comentario a un cuadro de Jan vanEyck, reproducido en la página precedente.
(6) Cf. CIC 236.

“LAS DOS CARAS DEL AMOR: EROS Y AGAPE”


Primera predicación de Cuaresma P. Raniero Cantalamessa

1. Las dos caras del amor
Con las predicaciones de esta Cuaresma quisiera seguir en el esfuerzo, comenzado en Adviento, de llevar una pequeña contribución de cara a la reevangelización del occidente secularizado, que constituye en este momento la preocupación principal de toda la Iglesia y en particular del Santo Padre Benedicto XVI.
Hay un ámbito en el que la secularización actúa de modo particularmente difundido y nefasto, y es el ámbito del amor. La secularización del amor consiste en separar el amor humano, en todas sus formas, de Dios, reduciéndolo a algo puramente “profano”, donde Dios está “de más” e incluso molesta.
Pero el tema del amor no es importante solo para la evangelización, es decir, en la relación con el mundo; lo es también, y ante todo, para la vida interna de la Iglesia, para la santificación de sus miembros. Es la perspectiva en la que se coloca la encíclica Deus caritas est del Santo Padre Benedicto XVI y en la que nos colocamos también nosotros en estas reflexiones.
El amor sufre una nefasta separación, no sólo en la mentalidad del mundo secularizado, sino también en el lado opuesto, entre los creyentes y en particular entre las almas consagradas. Simplificando al máximo, podríamos formular así la situación: en el mundo encontramos un erossin agape; entre los creyentes encontramos a menudo un agape sin eros.
El eros sin agape es un amor romántico, muy a menudo pasional, hasta la violencia. Un amor de conquista que reduce fatalmente el otro a objeto del propio placer e ignora toda dimensión de sacrificio, de fidelidad y de donación de sí. No es necesario insistir en la descripción de este amor porque se trata de una realidad que tenemos a diario ante los ojos, de la que se hace propaganda martilleante por parte de novelas, películas, series televisivas, internet, revistas llamadas “rosa”. Es lo que el lenguaje común entiende, actualmente, con la palabra “amor”.
Más útil para nosotros es comprender qué se entiende por agape sin eros. En música existe una distinción que nos puede ayudar a hacernos una idea: la que existe entre el jazz caliente y el jazz frío. Leí en alguna parte esta caracterización de los dos géneros, aunque no es la única posible. El jazz caliente (hot) es el jazz apasionado, ardiente, expresivo, hecho de impulsos, de sentimientos, y por tanto de cabriolas e improvisaciones originales. El jazz frío (cool) es el que se hace cuando se pasa al profesionalismo: los sentimientos se vuelven repetitivos, la inspiración se sustituye por la técnica, la espontaneidad por el virtuosismo.
Siguiendo esta distinción, el agape sin eros nos parece como un “amor frío”, un amar “con la cabeza”, sin participación de todo el ser, más por imposición de la voluntad que por impulso íntimo del corazón. Un ajustarse a un molde preconstituido, en lugar de crear uno propio e irrepetible, como irrepetible es todo ser humano ante Dios. Los actos de amor dirigidos a Dios se parecen a aquellos de ciertos enamorados inexpertos que escriben a la amada cartas copiadas de un prontuario.
Si el amor mundano es un cuerpo sin alma, el amor religioso practicado así es un alma sin cuerpo. El ser humano no es un ángel, es decir, un puro espíritu; es alma y cuerpo sustancialmente unidos: todo lo que hace, incluyendo amar, debe reflejar esta estructura suya. Si la parte ligada al tiempo y a la corporeidad es sistemáticamente negada o reprimida, el resultado será doble: o se sigue adelante de forma faticosa, por sentido del deber, por defensa de la propia imagen, o bien se buscan compensaciones más o menos lícitas, hasta los dolorosísimos casos que están afligiendo a la Iglesia. En el fondo de muchas desviaciones morales de almas consagradas, no puede ignorarse, hay una concepción distorsionada y deformada del amor.
Tenemos por tanto un motivo doble y una doble urgencia de redescubrir el amor en su unidad originaria. El amor verdadero e íntegro es una perla escondida entre dos valvas, que son el erosy el agape. No se pueden separar estas dos dimensiones del amor sin destruirlo, como no se pueden separar entre el hidrógeno y el oxígeno sin privarnos con ello mismo del agua.
2. La tesis de la incompatibilidad entre los dos amores
La reconciliación más importante entre las dos dimensiones del amor es esa práctica que tiene lugar en la vida de las personas, pero precisamente para que esta sea posible es necesario comenzar con reconciliar entre sí eros y agape también teóricamente, en la doctrina. Esto nos permitirá entre otras cosas conocer finalmente qué se entiende con estos dos términos tan a menudo usados y malentendidos.
La importancia de la cuestión nace del hecho de que existe una obra que hizo popular en todo el mundo cristiano la tesis opuesta de la inconciliabilidad de las dos formas de amor. Se trata del libro del teólogo luterano sueco Anders Nygren, titulado “Eros y agape” [1]. Podemos resumir su pensamiento en estos términos. Eros e agape designan dos movimientos opuestos: el primero indica ascensión y subida del hombre a Dios y a lo divino como al propio bien y al propio origen; la otra, el ágape, indica el descendimiento de Dios al hombre con la encarnación y la cruz de Cristo, y por tanto la salvación ofrecida al hombre sin mérito y sin respuesta por su parte, que no sea la sola fe. El Nuevo Testamento hizo una elección precisa, usando, para expresar el amor, el término agape y rechazando sistemáticamente el término eros.
San Pablo es el que con más pureza recogió y formuló esta doctrina del amor. Después de él, siempre según la tesis de Nygren, esta antítesis radical fue perdiéndose casi en seguida para dar lugar a intentos de síntesis. Apenas el cristianismo entra en contacto cultural con el mundo griego y la visión platónica, ya con Orígenes, hay una revaloración del eros, come movimiento ascensional del alma hacia el bien y hacia lo divino, como atracción universal ejercida por la belleza y por lo divino. En esta línea, el Pseudo Dionisio Areopagita escribirá que “Dios eseros[2], sustituyendo este término al de agape en la célebre frase de Juan (1 Jn 4,10).
En occidente una síntesis análoga la realiza Agustín con su doctrina de la caritas entendida como doctrina del amor descendente y gratuito de Dios por el hombre (¡nadie ha hablado de la “gracia” de manera más fuerte que él!), pero también como anhelo del hombre al bien y a Dios. Suya es la afirmación: “Nos has hecho para ti, oh Dios, y nuestro corazón está inquieto hasta que no reposa en ti”[3]; suya es también la imagen del amor como de un peso que atrae al alma, como por la fuerza de la gravedad, hacia Dios, como al lugar del propio descanso y del propio placer [4]. Todo esto, para Nygren, inserta un elemento de amor de sí, del propio bien, y por tanto de egoísmo, que destruye la pura gratuidad de la gracia; es una recaída en la ilusión pagana de hacer consistir la salvación en una ascención a Dios, en lugar de en el gratuito e inmotivado descenso de Dios hacia nosotros.
Prisioneros de esta síntesis imposible entre eros y agape, entre amor de Dios y amor propio, siguen siendo, según Nygren, san Bernardo cuando define el grado supremo del amor de Dios como un “amar a Dios por sí mismo” y un “amar a sí mismo por Dios” [5], san Buenaventura con su ascensional “Itinerario de la mente en Dios”, como también santo Tomás de Aquino que define el amor de Dios efundido en el corazón del bautizado (cf. Rm 5,5) como “el amor con el que Dios nos ama y con el que hace que nosotros le amemos” (amor quo ipse nos diligit et quo ipse nos dilectores sui facit”) [6]. Esto de hecho vendría a decir que el hombre, amado por Dios, puede a su vez amar a Dios, darle algo suyo, lo que destruiría la absoluta gratuidad del amor de Dios. En el plano existencial la misma desviación según Nygren, se tiene con la mística católica. El amor de los místicos, con su fortísima carga de eros, no es otro, para él, que un amor sensual sublimado, un intento establecer con Dios una relación de presuntuosa reciprocidad en amor.
Quien rompió la ambigüedad y devolvió a la luz la neta antítesis paulina fue, según el autor, Lutero. Fundando la justificación en la sola fe, él no excluyó la caridad del momento fundacional de la vida cristiana, como le recrimina la teología católica; más bien liberó a la caridad, elagape, del elemento espurio del eros. A la fórmula de la “sola fe”, con exclusión de las obras, correspondería, en Lutero, la fórmula del “solo agape”, con exclusión del eros.
No me corresponde aquí establecer si el autor interpretó correctamente en este punto el pensamiento de Lutero que – hay que decirlo – nunca planteó el problema en términos de confrontación entre eros y agape, como hizo en cambio entre fe y obras. Es significativo, con todo, el hecho de que también Karl Barth, en un capítulo de su “Dogmática eclesial”, llega al mismo resultado que Nygren de una confrontación incurable entre eros y agape: “Donde entra en escena el amor cristiano – escribe –, comienza inmediatamente el conflicto con el otro amor y este conflicto no tiene fin”[7]. Yo digo que si esto no es luteranismo, es sin embargo ciertamente teología dialéctica, teología del aut-aut, de la antítesis, no de la síntesis.
El resultado de esta operación es la radical mundanización y secularización del eros. Mientras de hecho una cierta teología excluía el eros del agape, la cultura secular era muy feliz, por su parte, de excluir el agape del eros, es decir, toda referencia a Dios y a la gracia del amor humano. Freud proporcionó a ello una justificación teórica, reduciendo el amor a eros y el eros alibido, a pura pulsión sexual que lucha contra toda represión e inhibición. Es el estadio al que se recude hoy el amor en muchas manifestaciones de la vida y de la cultura, sobre todo en el mundo del espectáculo.
Hace dos años me encontraba en Madrid. En los periódicos no se hacía otra cosa que hablar de una cierta exposición de arte que se celebraba en la ciudad, titulada “Las lágrimas del eros”. Era una exposición de obras artísticas con trasfondo erótico – cuadros, dibujos, esculturas – que pretendía sacar a la luz el indisoluble vínculo que existe, en la experiencia del hombre moderno, entre eros y thanatos, entre amor y muerte. A la misma constatación se llega, leyendo la recopilación de poesías “Las flores del mal” de Baudelaire o “Una temporada en el infierno” de Rimbaud. El amor que por su naturaleza debería llevar a la vida, lleva en cambio a la muerte.
3. Vuelta a la síntesis
Si no podemos cambiar de golpe la idea de amor que tiene el mundo, podemos sin embargo corregir la visión teológica que, sin quererlo, la favorece y legitima. Es lo que ha hecho de manera ejemplar el Santo Padre Benedicto XVI con la encíclica Deus caritas est. Él reafirma la síntesis católica tradicional expresándola en términos modernos. “Eros e agape, se lee – amor ascendente y amor descendente – nunca llegan a separarse completamente […]. la fe bíblica no construye un mundo paralelo o contrapuesto al fenómeno humano originario del amor, sino que asume a todo el hombre, interviniendo en su búsqueda de amor para purificarla, abriéndole al mismo tiempo nuevas dimensiones” (nr. 7-8). Eros y agape están unidos a la fuente misma del amor que es Dios: “Él ama - continua el texto de la encíclica - y este amor suyo puede ser calificado sin duda como eros que, no obstante, es también totalmente agapé. ” (nr. 9).
Se entiende la acogida insólitamente favorable que este documento pontificio encontró también en los ambientes laicos más abiertos y responsables. Ésta da una esperanza al mundo. Corrige la imagen de una fe que toca tangencialmente el mundo, sin penetrar dentro de él, con la imagen evangélica de la levadura que hace fermentar la masa; sustituye la idea de un reino de Dios venido a “juzgar” al mundo, con la de un reino de Dios venido a “salvar” al mundo, empezando por el eros que es su fuerza dominante.
A la visión tradicional, propia tanto de la teología católica como de la ortodoxa, se puede aportar, creo, una confirmación también desde el punto de vista de la exégesis. Los que sostienen la tesi de la incompatibilidad entre eros y agape se basan en el hecho de que el Nuevo Testamento evita cuidadosamente – y, al parecer, intencionalmente – el término eros, usando en su lugar siempre y sólo agape (aparte de algún uso raro del término philia, que indica el amor de amistad).
El hecho es cierto, pero no son ciertas las conclusiones que se sacan de él. Se supone que los autores del NT estaban al corriente del sentido que el término eros tenía en el lenguaje común –el eros, por así decirlo, “vulgar” – como el sentido elevado y filosófico que tenía, por ejemplo, en Platón, el llamado eros “noble”. En la acepción popular, eros indicaba más o menos lo que indica también hoy cuando se habla de erotismo o de películas eróticas, es decir, la satisfacción del instinto sexual, una degradación más que un enaltecimiento. En la acepción noble éste indicaba el amor por la belleza, la fuerza que mantiene unido el mundo y que empuja a todos los seres a la unidad, es decir, ese movimiento de ascensión hacia lo divino que los teólogos dialécticos consideran incompatible con el movimiento descendente de lo divino hacia el hombre.
Es difícil sostener que los autores del Nuevo Testamento, dirigiéndose a personas sencillas y de ninguna cultura, pretendiesen ponerles en guardia contra el eros de Platón. Estos evitaron el término eros por el mismo motivo por el que un predicador evita hoy el término erótico o, si lo usa, lo hace sólo en sentido negativo. El motivo es que, entonces como ahora, la palabra evoca el amor en su expresión más egoísta y sensual [8]. La sospecha de los primeros cristianos hacia el eros se agravaba ulteriormente por el papel que éste desempeñaba en los desenfrenados cultos dionisíacos.
Apenas el cristianismo entra en contacto y en dialogo con la cultura griega de la época, cae inmediatamente, lo hemos visto ya, toda exclusión respecto al eros. Éste era usado a menudo, en los autores griegos, como sinónimo de agape y empleado para indicar el amor de Dios por el hombre, como también el amor del hombre por Dios, el amor por las virtudes y por todo lo bello. Basta, para convencerse de ello, una simple mirada al “Léxico Patrístico Griego” de Lampe[9]. El de Nygren y de Barth es por tanto un sistema construido sobre una falsa aplicación del argumento llamado ex silentio.
4. Un eros para los consagrados
La redención del eros ayuda antes que nada a los enamorados humanos y a los esposos cristianos, mostrando la belleza y la dignidad del amor que les une. Ayuda a los jóvenes a experimentar las fascinación del otro sexo, no como algo turbio, vivido lejos de Dios, sino como un don del Creador para su alegría si se vive en el orden que Él quiere. A esta función positiva del eros se refiere también el Papa en su encíclica, cuando habla del camino de purificación de eros que lleva de la atracción momentánea al “para siempre” del matrimonio (nr. 4-5).
Pero la redención del eros nos debe ayudar también a nosotros consagrados, hombres y mujeres. He destacado al principio el peligro que corren las almas religiosas, que es aquel de un amor frío, que no desciende desde la mente hasta el corazón. Un sol invernal que ilumina pero que no calienta. Si eros significa empuje, deseo, atracción, no debemos tener miedo a los sentimientos, ni menospreciarlos o reprimirlos. Cuando se trata del amor de Dios -escribió Guillermo de St.Thierry- el sentimiento de afecto (affectio) es también gracia, no es, de hecho, la naturaleza la que puede infundir un sentimiento tal [10].
Los salmos están llenos de este anhelo del corazón de Dios: “A ti Señor, levanto mi alma ...”, “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”. “Por tanto, presta atención -dice el autor de la 'Nube del no saber'- a este maravillosos trabajo de la gracia en tu alma. Esto no es otra cosa que un impulso espontáneo que surgen sin avisar y que señala directamente a Dios, como una centella que se libera del fuego... Golpea esta nube densa del no saber con la flecha afilada del deseo de amor y no te muevas de allí, pase lo que pase”[11]. Es suficiente, para realizar esto, un pensamiento, un movimiento del corazón, una jaculatoria.
Pero todo esto no nos basta y Dios lo sabe mejor que nosotros. Nosotros somos criaturas, vivimos en el tiempo y en un cuerpo; necesitamos una pantalla sobre la que proyectar nuestro amor que no sea sólo “la nube del no saber”, es decir el velo de oscuridad tras el cual se esconde el Dios que nadie ha visto nunca y que habita una luz inaccesible...
La respuesta que se da a esta pregunta, la conocemos bien: ¡por esto Dios nos ha dado la posibilidad de amar! “Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros...  El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?” (1Jn 4, 12.20). Pero debemos estar atentos para no obviar un eslabón fundamental. Antes que el hermano que se ve hay otro que también se ve y se toca: es el Dios hecho carne, ¡es Jesucristo!. Entre Dios y el prójimo está el Dios hecho carne que ha reunido los dos extremos en un sola persona. Es en él donde se encuentra el fundamento del mismo amor al prójimo: “A mi me lo hicisteis”.
¿Qué significa todo esto para el amor de Dios? Que el objeto primario de nuestro eros, de nuestra búsqueda, deseo, atracción, pasión, debe ser Cristo. “Al Salvador se le ha predestinado el amor humano desde el principio, como su modelo y fin, un cofre tan grande y tan amplio que pudiese acoger a Dios […]. El deseo del alma va únicamente hacia Cristo. Aquí está el lugar de su reposo, porque sólo él el el bien , la verdad, y todo lo que inspira amor”[12]. Esto no significa restringir el horizonte del amor cristiano de Dios a Cristo; significa amar a Dios en la manera en la que Él quiere ser amado. “ya que él mismo os ama, porque vosotros me amáis” (Jn 16,27). No se trata de un amor mediado, casi por poder, porque quien ama a Jesús “es como si” amase al Padre. No, Jesús es un mediador inmediato; amándole a Él se ama, ipso facto, también al Padre. “El que me ha visto, ha visto al Padre”, quien me ama a mí, ama al Padre.
Es verdad que tampoco se ve a Cristo, pero está, está resucitado, está a nuestro lado, más de lo que un esposo enamorado está al lado de su esposa. Aquí está el punto crucial: pensar en Cristo no como en una persona del pasado, sino como el Señor resucitado y vivo, con el que puedo hablar, que puedo besar si quiero, convencido de que mi beso no termina en el papel o en la madera de un crucifijo, sino sobre un rostro o unos labios de carne viva (aunque espiritualizada), felices de recibir mi beso.
La belleza y la plenitud de la vida consagrada depende de la calidad de nuestro amor por Cristo. Sólo éste es capaz de defender de los bandazos del corazón. Jesús es el hombre perfecto; en él se encuentran, en un grado infinitamente superior, todas esas cualidades y atenciones que un hombre busca en una mujer y una mujer en un hombre. Su amor no nos sustrae necesariamente de la llamada de las criaturas y en particular de la atracción del otro sexo (esta forma parte de nuestra naturaleza, que él ha creado y que no quiere destruir); pero nos da la fuerza de vencer estas atracciones con una atracción más fuerte. “Casto – escribe san Juan Clímaco – es aquel que expulsa al eros con el Eros[13].
¿Destruye quizás, todo esto, la gratuidad del agape, pretendiendo dar a Dios algo a cambio de su corazón? ¿Anula la gracia? En absoluto, al contrario la exalta. ¿Qué damos, de hecho, de esta forma a Dios sino lo que hemos recibido de él? “Nosotros amamos porque Dios nos amó primero” (1 Jn 4, 19). El amor que damos a Cristo es su mismo amor por nosotros que le devolvemos, como hace el eco con la voz.
¿Dónde está entonces la novedad y la belleza de este amor que llamamos eros? El eco devuelve a Dios su mismo amor, pero enriquecido, colorado o perfumado por nuestra libertad. Y es todo lo que él quiere. Nuestra libertad lo resarce de todo. No solo, sino, cosa inaudita, escribe Cabasilas, “recibiendo de nosotros el don del amor a cambio de todo lo que nos ha dado, se considera deudor nuestro”[14]. La tesis que contrapone eros y agape se basa en otra bien conocida contraposición, entre gracia y libertad, es más, en la negación misma de la libertad en el hombre decaído (sobre el “siervo arbitrio”).
Yo he intentado imaginar, Venerables Padres y hermanos, qué diría Jesús resucitado si, como hacía en la vida terrena cuando entraba el sábado en una sinagoga, ahora viniese a sentarse aquí en mi lugar y nos explicase en persona cuál es el amor que él desea de nosotros. Quiero compartir con vosotros, con sencillez, lo que creo que diría; nos servirá para hacer nuestro examen de conciencia sobre el amor:
El amor ardiente:
Es ponerme siempre en el primer lugar.
Es buscar agradarme en todo momento.
Es confrontar tus deseos con mi deseo.
Es vivir ante tí como amigo, confidente, esposo y ser feliz por ello.
Es estar inquieto si piensas estar un poco lejos de mi.
Es estar lleno de felicidad cuando estoy contigo.
Es estar dispuesto a grandes sacrificios con tal de no perderme.
Es preferir vivir pobre y desconocido conmigo, más que rico y famoso sin mí.
Es hablarme como al amigo más querido en todo momento posible.
Es confiarte a mí mirando a tu futuro.
Es desear perderte en mí como meta de tu existencia
Si os parece también a vosotros, como me parece a mi, estar lejísimos de esta visión, no nos desanimemos. Tenemos a uno que puede ayudarnos a alcanzarlo si se lo pedimos. Repitamos con fe al Espíritu Santo: Veni, Sancte Spiritus, reple tuorum corda fidelium et tui amoris in eis ignem accende: Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
[1] Edición original sueca, Estocolmo 1930, trad. ital. Eros e agapeLa nozione cristiana dell’amore e le sue trasformazioni, Bolonia, Il Mulino, 1971
[2] Pseudo- Dionisio Areopagita, Los nombres divinos, IV,12 (PG, 3, 709 ss.)
[3] S. Agustín, Confesiones I, 1.
[4] Comentario al evangelio de Juan, 26, 4-5.
[5] Cf. S. Bernardo, De diligendo Deo, IX,26 –X,27.
[6] S. Tomás de Aquino, Comentario a la Carta a los Romanos, cap. V, lec.1, n. 392-293; cf. S. Agustín, Comentario a la Primera Crata de Juan, 9, 9.
[7] K. Barth, Dogmática eclesial, IV, 2, 832-852; trad. ital. K. Barth, Dommatica ecclesiale,  antología dirigida por H. Gollwitzer, Bolonia, Il Mulino 1968, pp. 199-225.
[8] El sentido que los primeros cristianos dieron a la palabra eros se deduce claramente del conocido texto de S. Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, 7,2: “Mi amor (eros) ha sido crucificado y ya no hay en mí fuego de pasión … no me atraen el alimento de corrupción y los placeres de esta vida”. “Mi eros” no indica aquí a Jesús crucificado, sino “el amor por mí mismo”, el apego a los placeres terrenos, en la línea del paulino “He sido crucificado con Cristo, no soy yo quien vive” (Gal 2, 19 s.).
[9] Cf. G.W.H. Lampe, A Patristic Greek Lexicon, Oxford 1961, pp.550.
[10] Guillermo de St. Thierry, Meditaciones, XII, 29 (SCh  324, p. 210).
[11] Anonimo, La nube della non conoscenza, Ed. Áncora, Milán, 1981, pp. 136.140.
[12] N. Cabasilas, Vida en Cristo,  II,9 (PG  88, 560-561)
[13] S. Juan Clímaco, La escala del paraíso, XV,98 (PG 88,880).
[14] N. Cabasilas, Vida en Cristo, VI, 4 .