3/01/11

¿Cómo es la voluntad de Dios? 


Marcos Eduardo Melo dos Santos

El cristiano sabe, por la razón y especialmente por la Revelación, que el universo, siendo ordenado, no puede haber sido creado por acaso o por un destino ciego, como si alguien lanzase letras desde lo alto de un edificio y en el suelo se formasen frases ordenadas, constituyendo un libro. La creación es mucho más que una obra escrita. Está ordenada con leyes perfectísimas.
Dios ordenó la existencia de todas las leyes de la naturaleza, así como de todos los pasos de la Historia y todos los dramas de la vida de cada hombre. Por esta razón el libro de la Sabiduría pregunta: "¿cómo podría algo subsistir, si Él no lo hubiese querido?" (Sb 11,25), y el salmista responde: "Todo lo que Dios quiso, Él lo hizo" (Sl 113, 11).

¿La voluntad de Dios puede cambiar?

Constan en el antiguo Testamento, algunas acciones de Dios descritas de forma humana y que podrían dar a entender que Dios cambió de voluntad. Así, en el Diluvio Dios se habría "arrepentido de crear al hombre" (Gn 6, 7) o incluso "enojado" contra Israel que hace poco liberara de la esclavitud (Dt 9, 20).
En este sentido, innúmeras son las intervenciones de Dios en la Historia. Un Dios que permite el sufrimiento de Job, pero que después lo llena de bienes aún mayores. Para liberar al Pueblo Electo de la esclavitud hace portentos admirables en el Mar Rojo, pero no duda en castigar el pecado de idolatría de los hijos de Israel. Este y diversos otros pasajes de la Biblia pueden dar a entender al lector que Dios cambió de parecer, pero es necesario hacer una distinción, que procede y se asemeja al modo humano de querer.
El cambio de voluntad en el hombre deriva del hecho de percibir algún aspecto más aprovechable en una actitud u objeto, que antes no se había percibido. En este sentido, la voluntad de Dios es inmutable, pues el Ser Omnisciente conoce todas las cosas y no se engaña en sus previsiones, como nosotros humanos. Muy diferente de nosotros, Él no quiere algo contrario a lo que había antes deseado. De esta forma, en razón de su omnisciencia la voluntad de Dios es absolutamente inmutable, por eso enseña la Escritura: "Dios no es hijo de hombre para cambiar" (Nm 23, 19).
Por otro lado, las circunstancias pueden hacer que nosotros cambiemos de voluntad. De forma semejante, Dios puede querer que algo cambie. Así como queremos el bien del prójimo, o la mejoría de las condiciones de vida en la sociedad, Dios quiere que el pecador se convierta y que los buenos sean aún mejores. En este sentido, la voluntad de Dios no es contraria a lo que era, por tanto, no cambió, pero sí quiere la alteración de ciertas cosas, como por ejemplo, que el mal sea restringido y el bien perfeccionado.
 El hombre puede tener una voluntad muy firme de obtener algo, pero sin conseguirlo. Esto no sucede con Dios; su voluntad es siempre eficaz. Entretanto, algún espíritu crítico podría levantar una objeción:
Afirma San Pablo: "Dios quiere que todos se salven y alcancen la vida eterna" (1 Tim 2, 4). Ahora, muchas personas fueron condenadas al infierno, el cual también es eterno. Si la voluntad del Altísimo es que todos se salven, ¿por qué los reprobados están en aquel lugar de tormento? ¿La voluntad salvadora de Dios en este punto no es eficaz?
Santo Tomás responde esta objeción de modo brillante. Así como queremos que todos los hombres vivan bien y libremente, pero que los criminales, por justicia, paguen los delitos cometidos para el beneficio de sus almas y la salud de la sociedad, del mismo modo lo desea el Creador.
Dios posee voluntades antecedentes, que se aplican a la generalidad de los hombres. Una de ellas proviene de la misericordia de Dios que, al crear la humanidad, desea la salvación de todos los hombres. Sin embargo, la justicia de Dios quiere que el pecado cometido sea punido; es una voluntad consecuente del mal practicado. La pena es una consecuencia del pecado, pues Dios no querría punir si no hubiese el mal moral.
El Altísimo quiere de hecho que el pecador se salve, y por eso proporciona todos los medios para salvarlo - aunque sea un pagano que jamás tuvo contacto con la verdad del Evangelio. Dios desea de tal manera la salvación de cada hombre que para eso se encarnó, murió en la Cruz, fundó la Iglesia y nos dio a Su propia Madre como amorosa mediadora.
Entretanto, aplicando de forma equivocada su libertad, el hombre, en vez de practicar el bien, a veces prefiere seguir las sendas del mal. Y, si no se arrepiente de sus pecados, será precipitado en el infierno. De esta forma, si la voluntad antecedente de Dios de que esa alma se salvase no fue cumplida, Su voluntad consecuente, en el sentido de que todo pecado sea punido, es realizada. Por tanto, la voluntad divina es siempre eficaz: o la antecedente, de la misericordia, o la consecuente, de la justicia que es cumplida