“La seguridad de las centrales no podrá ser absoluta nunca”
Padre Federico Lombardi en “Octava Dies”
“Las imágenes de la tragedia japonesa continúan, desde hace días, interrogándonos y turbándonos – observó el portavoz vaticano –. En Primer lugar nos han recordado los suceso dramáticos del tsunami del Océano Índico de hace seis años, que también provocó un número alarmante de víctimas, todavía más: un mar de sufrimiento y de dolor que pide nuestra compasión, nuestra solidaridad, nuestra oración”.
El 11 de marzo, un violento terremoto de magnitud 9 en la escala de Richter, golpeó el nordeste de Japón, con epicentro frente a las costas de Sendai, provocando después un tsunami con olas de hasta 10 metros de altura, que devastó hasta 650 km de costa. Desde entonces, además, se han sucedido más de 150 réplicas de asentamiento.
Según lo relatado por la Oficina de la ONU para los Asuntos Humanitarios las víctimas confirmadas son 6.539, más de 11.000 están desaparecidas, y 25.000 continúan todavía aisladas en las zonas nordorientales que son las que más han sufrido el maremoto. Y mientras más de medio millón de personas han perdido la casa y se encuentran acogidas en las estructuras facilitadas por el Gobierno, las temperaturas han bajado drásticamente en las áreas que han sufrido más, rozando los cero grados centígrados en áreas de Iwate, Miyagi y Fukushima.
“En pocos días – continuó el padre Lombardi – la atención del mundo ya no se centra en la ola destructora sino que lo hace en el desastre de la central nuclear”.
El 14 de marzo, explotó, de hecho, el edificio que contenía el segundo reactor de la central nuclear de Fukushima, como ya había sucedido al primer reactor el día después del terremoto, aunque si el envoltorio que protege el combustible permaneció intacto.
El 15 de marzo, sin embargo, después de una explosión en el reactor número 4, el nivel de radiación alrededor de la central subió peligrosamente, mientras que se registró también una elevación del nivel de radioactividad en Tokyo. La falta de electricidad, de hecho, ha impedido el encendido del sistema de enfriamiento, de manera que la temperatura comenzó a subir vertiginosamente y las cápsulas de circonio que revestían las barras de uranio comenzaron a fundirse y a dejar salir gas radioactivo e hidrógeno.
El pasado sábado, sin embargo, el responsable de la Agencia Internacional para la Energía Atómica en Viena, Graham Andrews, no excluyendo todos los factores de riesgo afirmó que “la situación se está desarrollando en la dirección justa”.
“Los japoneses – destacó el padre Lombardi – han demostrado que han aprendido a afrontar con previsión los riesgos de los terremotos de un modo admirable, construyendo edificios capaces de resistir los temblores más fuertes. En otros países temblores similares habrían causado un número incalculable de muertos”.
“Y sin embargo, también el progreso técnico japonés ha demostrado en esta ocasión, un punto débil, de alguna manera inesperado – destacó después –. Ha bastado que una de las más de 50 centrales nucleares japonesas fuese seriamente dañada por el terremoto, para que se originase una nueva ola – esta vez de miedo, por otra insidiosa fuente de muertes –, que está cubriendo todo el mundo, más que la ola destructiva del maremoto”.
“La energía nuclear es un recurso natural inmenso, que el hombre trata de poner a su servicio, pero si pierde el control, se vuelve contra él – comentó el jesuita –. Y nadie sabe mejor que los japoneses cuales son los efectos de la energía liberada del corazón de la materia dirigida contra el hombre”.
“La seguridad de las centrales y la custodia de los residuos radioactivos no podrá ser nunca absoluta – evidenció a continuación –. Es justo y adecuado volver a reflexionar sobre el correcto uso del poder tecnológico, sobre sus riesgos, sobre su precio humano. El Papa lo recomienda a menudo”.
“Hoy en la central enloquecida, un grupo de héroes está dando generosamente la vida para la salvación de muchos. Como los bomberos del 11 de septiembre – concluyó –. Como entonces, el amor solidario por los demás, incluso arriesgando la propia vida, es la verdadera luz en la oscuridad de la tragedia. Indica la dirección en la que buscar. Es la misma dirección del camino con Jesús hacia la Pascua”.