DISCURSO DEL PAPA EN LA ASAMBLEA PARA EL CONGRESO DE AQUILEIA
Señor cardenal patriarca, venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
En el magnífico marco de esta histórica Basílica que de modo solemne nos acoge, os dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, que representáis a las quince diócesis del Trivéneto. Estoy muy contento de encontraros mientras os preparáis a celebrar, el año que viene, el segundo Congreso eclesial de Aquileia. Saludo con afecto al cardenal patriarca de Venecia y a los hermanos en el episcopado, en particular al arzobispo de Gorizia, a quien doy las gracias por las palabras con las que me ha acogido, y el arzobispo-obispo de Padua, que nos ha ofrecido una mirada sobre el camino hacia el Congreso. Saludo también con afecto a los presbíteros, los religiosos y las religiosas y los numerosos fieles laicos. Con el Apóstol Juan, también yo os repito: “Llegue a vosotros la gracia y la paz de parte de aquel que es, que era y que vendrá" (Ap 1,4). A través de la “reunión sinodal” el Espíritu Santo habla a nuestras amadas Iglesias y a todos vosotros singularmente, apoyándoos para un crecimiento más maduro en la comunión y en la colaboración recíproca. Esta “reunión eclesial” permite a todas las comunidades cristianas, a las que representáis, compartir ante todo la experiencia original del Cristianismo, la del encuentro personal con Jesús, que revela plenamente a cada hombre y a cada mujer el significado y la dirección del camino en la vida y en la historia.
Oportunamente, habéis querido que también vuestro Congreso eclesial tuviere lugar en la Iglesia madre de Aquileia, de la que brotaron las Iglesias del Nordeste de Italia, pero también las Iglesias de Eslovenia y de Austria, y algunas Iglesias de Croacia y de Baviera, e incluso de Hungría. Reunirse en Aquileia constituye por ello una significativa vuelta a las “raíces” para redescubrirse “piedras” vivas del edificio espiritual que tiene su fundamento en Cristo y su prolongación en los testigos más elocuentes de la Iglesia aquileiense: los santos Hermágoras y Fortunato, Hilario y Taziano, Crisógono, Valeriano y Cromacio. Volver a Aquileia significa ante todo aprender de la gloriosa Iglesia que os ha engendrado cómo comprometerse hoy, en un mundo radicalmente cambiado, para una nueva evangelización de vuestro territorio y para entregar a las futuras generaciones la herencia preciosa de la fe cristiana.
"El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias" (Ap 2,7). Vuestros Pastores han repetido esta invitación del Apocalipsis a todas vuestras Iglesias particulares y a las diversas realidades eclesiales. Os han invitado así a descubrir y a “contar” lo que el Espíritu Santo ha realizado y realiza en vuestras comunidades; a leer con los ojos de la fe las profundas transformaciones que están teniendo lugar, los nuevos retos, las preguntas emergentes. ¿Cómo anunciar a Jesucristo, cómo comunicar el Evangelio y cómo educar en la fe hoy? Habéis decididp prepararos, de forma capilar, diócesis por diócesis, de cara al Congreso de 2012, para afrontar también los desafíos que superan los confines de las realidades diocesanas individuales, en una nueva evangelización arraigada en la fe de siglos y renovada con vigor. La presencia hoy, en esta espléndida Basílica, de las diócesis nacidas de Aquileia parece indicar la misión del Nordeste del futuro, que se abre también a los territorios circundantes y a quienes que, por diversas razones, entran en contacto con ellos. El Nordeste de Italia es testigo y heredero de una rica historia de fe, de cultura y de arte, cuyos signos son aún bien visibles incluso en la sociedad secularizada de hoy. La experiencia cristiana ha forjado un pueblo afable, laborioso, tenaz, solidario. Éste está marcado en profundidad por el Evangelio de Cristo, aún en la pluralidad de sus identidades culturales. Lo demuestran la vitalidad de vuestras comunidades parroquiales, la vivacidad de los grupos, el compromiso responsable de los agentes pastorales. El horizonte de la fe y las motivaciones cristianas han dado y siguen ofreciendo nuevo impulso a la vida social, inspiran las intenciones y guían las costumbres. Signos evidentes de ello son la apertura a la dimensión trascendente de la vida, a pesar del difundido materialismo; un sentido religioso de fondo, compartido por la casi totalidad de la población; el apego a las tradiciones religiosas; la renovación de los recorridos de iniciación cristiana; las múltiples expresiones de fe, de caridad y de cultura; las manifestaciones de la religiosidad popular; el sentido de la solidaridad y el voluntariado. Custodiad, reforzar, vivid esta preciosa herencia. ¡Sed celosos de lo que ha hecho grandes y sigue haciendo grandes a estas Tierras!
La misión prioritaria que el Señor os confía hoy, renovados por el encuentro personal con Él, es la de dar testimonio del amor de Dios por el hombre. Sois llamados a hacerlo ante todo con las obras de amor y con las decisiones de vida a favor de las personas concretas, a partir de las más débiles, frágiles, indefensas, no autosuficientes, como los pobres, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, aquellos a quien san Pablo llama las partes más débiles del cuerpo eclesial (cfr 1 Cor 12,15-27). Las ideas y y las realizaciones en la aproximación a la longevidad, recurso precioso para las relaciones humanas, son un bello e innovador testimonio de la caridad evangélica proyectada en dimensión social. Tened cuidado en poner en el centro de vuestra atención a la familia, cuna del amor y de la vida, célula fundamental de la sociedad y de la comunidad eclesial; este compromiso social se hace más urgente por la crisis cada vez más extendida de la vida conyugal y por la caída de la natalidad. Que en toda vuestra acción pastoral, sepáis reservar un cuidado especial a los jóvenes: éstos, que miran hoy al futuro con gran incertidumbre, viven a menudo en una condición de malestar, de inseguridad y de fragilidad, ¡pero llevan en el corazón una gran hambre y sed de Dios, que pide constante atención y respuesta!
También en este contexto vuestro la fe cristiana debe afrontar hoy nuevos retos: la búsqueda a menudo exasperada del bienestar económico, en una fase de graves crisis económica y financiera, el materialismo práctico, el subjetivismo dominante. En la complejidad de estas situaciones sois llamados a promover el sentido cristiano de la vida, mediante el anuncio explícito del Evangelio, llevado con delicado orgullo y con profunda alegría en los diversos ámbitos de la existencia cotidiana. Desde la fe vivida con valentía brota, también hoy como en el pasado, una fecunda cultura hecha de amor a la vida, desde la concepción hasta su término natural, de promoción de la dignidad de la persona, de exaltación de la importancia de la familia, fundada sobre el matrimonio fiel y abierto a la vida, de compromiso por la justicia y la solidaridad. Los cambios culturales en curso requieren de vosotros ser cristianos convencidos, “siempre dispuestos a defenderos delante de cualquiera que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15), capaces de afrontar los nuevos desafíos culturales, en contraste constructivo y consciente con todos los sujetos que viven en esta sociedad.
La posición geográfica del Nordeste, ya no sólo encrucijada entre el Este y el Oeste de Europa, sino también entre el Norte y el Sur (el Adriático lleva al Mediterráneo al corazón de Europa), el fenómeno masivo del turismo y de la inmigración, la movilidad territorial, el proceso de homologación provocado por la acción invasiva de los medios de comunicación, han acentuado el pluralismo cultural y religioso. En este contexto, que en cualquier caso es el que la Providencia nos da, es necesario que los cristianos, sostenidos por una "esperanza fiable", propongan la belleza del acontecimiento de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, a cada hombre y a cada mujer, en una relación franca y sincera con los no practicantes, con los no creyentes y con los creyentes de otras religiones. Sois llamados a vivir con esa actitud llena de fe que se describe en la Carta a Diogneto: no reneguéis nada del Evangelio en el que creéis, sino estad en medio de los demás hombres con simpatía, comunicando en vuestro propio estilo de vida ese humanismo que hunde sus raíces en el Cristianismo, dirigidos a construir junto a todos los hombres de buena voluntad una “ciudad” más humana, más justa y solidaria.
Como acredita la larga tradición del catolicismo en estas regiones, seguid dando testimonio con energía del amor de Dios también con la promoción del “bien común”: el bien de todos y de cada uno. Vuestras comunidades eclesiales tienen en general una relación positiva con la sociedad civil y con las diversas instituciones. Seguid ofreciendo vuestra contribución para humanizar los espacios de la convivencia civil. Por último, os recomiendo también a vosotros, como a las demás Iglesias que están en Italia, el compromiso de suscitar una nueva generación de hombres y mujeres capaces de asumir responsabilidades directas en los diversos ámbitos de la sociedad, de modo particular en el político. Este tiene necesidad más que nunca de ver personas, sobre todo jóvenes, capaces de edificar una “vida buena” a favor y al servicio de todos. De este compromiso, de hecho, no pueden sustraerse los cristianos, que son ciertamente peregrinos hacia el Cielo, pero que viven ya aquí un anticipo de eternidad.
¡Queridos hermanos y hermanas! Doy gracias a Dios que me ha concedido compartir este momento tan significativo con vosotros. Os confío a la Beata Virgen María, Madre de la Iglesia, y a vuestros santos Patronos, e imparto con gran afecto la Bendición Apostólica a todos vosotros y a vuestros seres queridos. Gracias por vuestra atención.