“DONDE LLEGA EL EVANGELIO FLORECE LA VIDA”
El Papa con motivo del Regina Caeli del domingo
¡Queridos hermanos y hermanas!
En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, tras una primera violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, exceptuando los apóstoles, se dispersa en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llega a una ciudad de Samaria. Allí predicó a Cristo resucitado, su anuncio estuvo acompañado por numerosas curaciones, así que la conclusión del episodio es muy significativa: “Y hubo una gran alegría en aquella ciudad” (Hch 8,8). Cada vez nos impresiona esta expresión, que en esencia nos comunica un sentido de esperanza; como si dijera: ¡es posible! Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque allá donde llega el Evangelio, florece la vida; como un terreno árido que, llegado por la lluvia, rápidamente reverdece. Felipe y los demás discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, hicieron en los pueblos de Palestina lo que había hecho Jesús: predicaron la Buena Noticia y realizaron signos prodigiosos. Era el Señor el que actuaba por medio de ellos. Así como Jesús anunciaba la venida del Reino de Dios, los discípulos anunciaron a Jesús resucitado, profesando que Él es Cristo, el Hijo de Dios, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del espíritu.
“Y hubo una gran alegría en aquella ciudad”. Leyendo este pasaje, espontáneamente se piensa en la fuerza sanadora del Evangelio, que a lo largo de los siglos ha “lavado”, como río beneficioso, a tantas poblaciones. Algunos grandes Santos y Santas han llevado esperanza y paz a ciudades enteras -pensemos en san Carlos Borremeo en Milán, en la época de la peste; en la beata Madre Teresa de Calcuta; y en tantos misioneros, cuyos nombres Dios conoce, que han dado la vida por llevar el anuncio de Cristo y hacer florecer entre los hombres la alegría profunda. Mientras los poderosos de este mundo buscaban conquistar nuevos territorios por intereses políticos y económicos, los mensajeros de Cristo iban por todas partes con el objetivo de llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo, sabiendo que sólo Él puede dar la verdadera libertad y la vida eterna. También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: tanto de las poblaciones que todavía no han sido “regadas” por el agua viva del Evangelio; como de aquellas que, aun teniendo antiguas raíces cristianas, necesitan linfa nueva para dar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe.
Queridos amigos, el beato Juan Pablo II ha sido un gran misionero, como documenta también una muestra preparada estos días en Roma. Él relanzó la misión ad gentes y, al mismo tiempo, promovió la nueva evangelización. Confiamos la una y la otra a la intercesión de María Santísima. Que la Madre de Cristo acompañe siempre y en todas partes el anuncio del Evangelio, para que se multipliquen y se amplíen en el mundo los espacios en los que los hombres reencuentran la alegría de vivir como hijos de Dios.