5/23/11

JESÚS, EL ROSTRO VISIBLE DEL PADRE


El Papa con motivo del Regina Caeli

¡Queridos hermanos y hermanas!
El Evangelio del domingo de hoy, Quinto de Pascua, propone un doble mandamiento sobre la fe: creer en Dios y creer en Jesús. El Señor, de hecho, dice a sus discípulos: “Creed en Dios, y creed también en mí” (Jn 14,1). No son dos actos separados, sino un único acto de fe, la plena adhesión a la salvación realizada por Dios Padre mediante su Hijo Unigénito. El Nuevo Testamento puso fin a la invisibilidad del Padre. Dios mostró su rostro, como confirma la respuesta de Jesús al apóstol Felipe: “Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre” (Jn 14,9). El Hijo de Dios, con su encarnación, muerte y resurrección, nos liberó de la esclavitud del pecado para darnos la libertad de los hijos de Dios, y nos dio a conocer el rostro de Dios que es amor: Dios se puede ver, es visible en Cristo. Santa Teresa de Ávila escribe que “no debemos alejarnos de lo que constituye todo nuestro bien y nuestro remedio, es decir, de la santísima humanidad de nuestro Señor Jesucristo” (Castillo interior, 7, 6: Obras Completas, Milán 1998, 1001). Por tanto solo creyendo en Cristo, permaneciendo unidos a Él, los discípulos, entre quienes estamos también nosotros, pueden continuar su acción permanente en la historia: “En verdad, en verdad os digo – dice el Señor –: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago” (Jn 14,12).
La fe en Jesús comporta seguirlo cotidianamente, en las sencillas acciones que componen nuestra jornada. “Es propio del misterio de Dios actuar de modo oculto. Sólo poco a poco Él construye en la gran historia de la humanidad su historia. Se hace hombre pero de manera que pueda ser ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas que cuentan en la historia. Sufre y muere y, como Resucitado, quiere llegar a la humanidad sólo a través de la fe de los suyos a los que se manifiesta. Continuamente Él llama sumisamente a las puertas de nuestros corazones y, si le abrimos, lentamente nos hace capaces de 'ver'” (Jesús de Nazaret II, 2011, 306). San Agustín afirma que “era necesario que Jesús dijese: 'Yo soy el camino, la verdad y la vida' (Jn 14,6), porque una vez conocido el camino faltaba por conocer la meta” (Tractatus in Ioh., 69, 2: CCL 36, 500), y la meta es el Padre. Para los cristianos, para cada uno de nosotros, por tanto, el Camino al Padre es dejarse guiar por Jesús, por su palabra de Verdad, y acoger el don de su Vida. Hagamos nuestra la invitación de san Buenaventura: “Abre por tanto los ojos, tiende el oído espiritual, abre tus labios y dispón tu corazón, para que puedas en todas las criaturas ver, escuchar, alabar, amar, venerar, glorificar, honrar a tu Dios” (Itinerarium mentis in Deum, I, 15).
Queridos amigos, el compromiso de anunciar a Jesucristo, “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), constituye la tarea principal de la Iglesia. Invoquemos a la Virgen María para que asista siempre a los Pastores y a cuantos en los diversos ministerios anuncian el alegre Mensaje de salvación, para que la Palabra de Dios se difunda y el número de los discípulos se multiplique (cfr Hch 6,7).