10/18/11


Es necesaria una nueva síntesis armónica entre la familia y el trabajo

DISCURSO DEL PAPA A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN CENTESIMUS ANNUS


Venerados hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio, queridos hermanos y hermanas:
Estoy muy contento de acogeros con ocasión del Congreso anual de la Fundación Centesimus Annus - Pro Pontifice, que os ha reunido para dos jornadas de estudio sobre el tema de la relación entre familia y empresa. Agradezco al presidente, el doctor Domingo Sugranyes Bickel, por las corteses palabras que me ha dirigido, y os saludo cordialmente a todos vosotros. Este año se celebra -como se ha recordado- el 20º aniversario de la Encíclica Centesimus annus, del Beato Juan Pablo II, publicada 100 años después de la Rerum Novarum, así como también el 30º aniversario de la Exhortación Apostólica Familiaris consortio. Tal celebración doble hace todavía más actual y oportuno vuestro tema. En estos 120 años de desarrollo de la doctrina social de la Iglesia han sucedido en el mundo grandes cambios, que ni se podían imaginar en la época de la histórica encíclica del Papa León XIII. Sin embargo, al cambiar las condiciones externas no ha cambiado el patrimonio interno del Magisterio social, que promueve siempre la persona humana y la familia, en su contexto de vida, también el de la empresa.
El Concilio Vaticano II ha hablado de la familia en términos de Iglesia doméstica, de “santuario intocable” donde la persona madura en los afectos, en la solidaridad, en la espiritualidad. También la economía con sus leyes debe considerar siempre el interés y la salvaguarda de tal célula primaria de la sociedad; la misma palabra “economía” en su origen etimológico contiene un reclamo a la importancia de la familia:  oikia e nomos, la ley de la casa.
En la Exhortación apostólica Familiaris consortio, el Beato Juan Pablo II indicó para la institución familiar cuatro deberes que quisiera recordar brevemente: la formación de una comunidad de personas; el servicio a la vida; la participación social y la participación eclesial. Todas ellas son funciones en cuya base está el amor, y es a esto a lo que educa y para lo que se forma una familia. “El amor -afirma el venerado Pontífice- entre el hombre y la mujer en el matrimonio, y de forma derivada y ampliada, el amor entre los miembros de una misma familia -entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas, entre parientes y familiares- está animado y sostenido por un dinamismo interior e incesante, que conduce a la familia a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar” (nº 18). Del mismo modo, el amor está en la base del servicio a la vida, fundado en la cooperación que la familia da a la continuidad de la creación, a la procreación del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios.
Y es, en primer lugar, en la familia donde se aprende el comportamiento justo para vivir en el ámbito de la sociedad, también en el mundo del trabajo, de la economía, de la empresa, debe ser guiado por la caritas, en la lógica de la gratuidad, de la solidaridad y de la responsabilidad de los unos por los otros. “Las relaciones entre los miembros de la comunidad familiar -escribe el Beato Juan Pablo II- se inspiran y se guían por la ley de la gratuidad que, respetando y favoreciendo en todos y en cada uno la dignidad personal como único título de valor, se convierte en acogida cordial, encuentro y diálogo, disponibilidad desinteresada, servicio generoso, solidaridad profunda” (nº43). Desde esta perspectiva, la familia, de mero objeto, pasa a ser sujeto activo y capaz de recordar el “rostro humano” que debe tener el mundo de la economía. Si esto vale para la sociedad en general, asume todavía más importancia en la comunidad eclesial. También en la evangelización, de hecho, la familia tiene un lugar importante, como recordaba recientemente en Ancona: esta no es, sencillamente, la destinataria de la acción pastoral, sino que es protagonista de ella, llamada a tomar parte en la evangelización de un modo propio y original, poniendo al servicio de la misma Iglesia y de la sociedad el propio ser y la propia actuación, como íntima comunidad de vida y de amor (cf. Exhort. ap. Familiaris consortio, nº 50). La familia y el trabajo son lugares privilegiados para la realización de la vocación del hombre, que colabora en la obra creadora de Dios en el hoy.
Como habéis puesto de manifiesto en vuestras exposiciones, en la difícil situación que estamos viviendo, asistimos, desgraciadamente, a una crisis en el trabajo y en la economía que se acompaña de una crisis en la familia: los conflictos de pareja, los generacionales, los ocasionados entre los tiempos de la familia, y por el trabajo, la crisis ocupacional, crean una compleja situación de malestar que influye en la misma vivencia social.
Es necesaria, por tanto, una nueva síntesis armónica entre la familia y el trabajo, donde la doctrina social de la Iglesia puede ofrecer una preciosa contribución. En la Encíclica Caritas in veritate he querido destacar que el modelo familiar de la lógica del amor, de la gratuidad y del don va junto a una dimensión universal. La justicia conmutativa -”dar para tener”- y la distributiva -”dar para deber”- no son suficientes en la vivencia social. Para que haya verdadera justicia es necesario llegar a la gratuidad y a la solidaridad. “La solidaridad es en primer lugar que todos se sientan responsables de todos[93]; por tanto no se la puede dejar solamente en manos del Estado. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia... , caridad en la verdad significa la necesidad de dar forma y organización a las iniciativas económicas que, sin renunciar al beneficio, quieren ir más allá de la lógica del intercambio de cosas equivalentes y del lucro como fin en sí mismo (nº38). “El mercado de la gratuidad no existe y las actitudes gratuitas no se pueden prescribir por ley. Sin embargo, tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco” (nº39). No es deber de la Iglesia definir las vías para afrontar la crisis actual. Sin embargo, los cristianos tienen el deber de denunciar los males, de testificar y tener vivos los valores en los que se fundamenta la dignidad de la persona, y de promover aquellas formas de solidaridad que favorecen el bien común, para que la humanidad se convierta en la familia de Dios.
Queridos amigos, espero que las reflexiones que han surgido en vuestro Congreso os ayuden a asumir, cada vez más activamente, vuestro papel en la difusión y en la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, sin olvidar que “El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don (nº79). Con esta esperanza, mientras os confío a la intercesión de la Virgen María, os imparto de todo corazón a vosotros y a vuestros seres queridos una especial Bendición Apostólica.