Ramiro Pellitero
Durante la ‘JMJ’ de Madrid 2011, Benedicto XVI aconsejó a los jóvenes que hicieran crecer la vida en plenitud por medio de la gracia divina, que se plantearan la santidad generosamente y sin mediocridad
El Lavatorio de Tintoretto es un cuadro de escuela veneciana, pintado hacia 1547, que se puede contemplar en el Museo del Prado. Representa la escena que narra San Juan (13, 3 ss.), cuando Jesús lava los pies a sus discípulos, también a Pedro. Éste se resiste al principio, pero enseguida rectifica. Después el Señor les propone que sigan ese ejemplo, y se laven los pies entre ellos. Esto suele interpretarse diciendo que el lavatorio, en primer lugar, expresa la purificación que necesitaban los discípulos, realizada por el misterio de la muerte de Jesús. En segundo lugar, expresa el ejemplo de humildad que Jesús propone a los discípulos. Algunos autores dicen que lo segundo sería una añadidura “moral” a lo primero, e incluso podría oscurecerlo.
En realidad se trata de dos aspectos muy unidos. Y esto se ve cuando Jesús enuncia su mandamiento nuevo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (v. 34). Pero ¿qué quieren decir propiamente estas palabras?
La purificación que necesitamos
Comencemos con la purificación o la pureza. Hay dos modos de entender reductivamente la pureza que necesitamos los hombres para unirnos a Dios. Primero, el camino que tomaron las religiones antiguas: habían sentido vivamente la necesidad de purificarse y la resolvieron por medio de una serie de ritos (en la religión judía, por medio de sacrificios de animales). Segundo, para Plotino y después muchos de sus seguidores filósofos (lo que queda en buena parte de la ética oriental), la purificación del hombre consistiría más bien en irse separando de las realidades materiales de este mundo, considerándolas inferiores y despreciables, para ir ascendiendo hasta la unión con el espíritu absoluto.
Esto lo desarrolla Benedicto XVI en el volumen segundo de su libro Jesús de Nazaret (cap. 3). Sostiene que, según la fe cristiana, lo que nos purifica es el amor de Jesús, que supera los sacrificios de los animales. Además, Jesús no renuncia en modo alguno a su cuerpo, sino que realiza su obra redentora precisamente como Dios encarnado.
Todo ello, por cierto, tiene una gran importancia para comprender en qué consiste la vida cristiana (vivir la misma vida de Cristo) y cómo la santidad se lleva a cabo en y por medio de las tareas ordinarias familiares, profesionales, culturales.
Sin embargo, incluso dentro del cristianismo se han dado malentendidos, como señala el Papa: «La espiritualidad del siglo XIX ha vuelto a convertir en unilateral el concepto de pureza, reduciéndolo cada vez más a la cuestión del orden en el ámbito sexual, contaminándolo también nuevamente con la desconfianza respecto a la esfera material y al cuerpo». Y aquí viene lo importante: en la gran aspiración de la humanidad a la pureza, afirma, «lo esencial es estar en su Cuerpo [de Jesús], estar penetrados por su presencia» (pp. 76s).
Esta perspectiva termina por esclarecer el sentido del lavatorio de los pies de los discípulos, también respecto a la segunda significación: el ejemplo de humildad y entrega que Jesús da a sus discípulos. Porque ¿qué significa «amaos como yo os he amado»?
El significado del "mandamiento nuevo"
Apunta Joseph Ratzinger: «La exigencia de hacer lo que Jesús hizo no es un apéndice moral al misterio y, menos aún, algo en contraste con él» (p. 80). No significa simplemente «amar hasta estar dispuestos a sacrificar la propia vida por el otro» (p. 81). La verdadera novedad se refiere «al nuevo fundamento del ser que se nos ha dado». Dicho de otro modo: «La novedad solamente puede venir del don de la comunión con Cristo, del vivir en Él» (p. 82). En efecto: esto es lo que Cristo nos da con la Eucaristía: la unión con Él y todos los que están con Él. Por eso el “mandamiento nuevo” sólo puede ser entendido y vivido“en” la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.
Benedicto XVI cita a San Agustín cuando éste explica que Jesús, al proponer en el Sermón de la Montaña la limpieza de corazón (cf. Mt 5, 8), está hablando de ese “corazón puro” que es la unión con Él y que nos va purificando, a medida que nos dejamos sumergir en su misericordia.
Por eso —prosigue el Papa— Tomás de Aquino escribió que la nueva Ley (la Ley del amor cristiano o de la vida de la gracia) no es una norma nueva, sino la nueva interioridad dada por el mismo Espíritu de Dios. (Es decir: es el Espíritu Santo el que nos hace ser miembros de ese mismo Cuerpo que formamos con Jesús, y nos hace vivir no ya individualmente, sino en la familia de Dios que es la Iglesia, al servicio de las necesidades de los demás).
De esta manera Benedicto XVI entiende que el lavatorio de los pies «significa la totalidad del servicio salvador de Jesús»: ese amor suyo en el que nos sumerge, y que es «el verdadero lavatorio de purificación para el hombre» (p. 92).
La verdadera pureza: el amor a Dios y a los demás
En definitiva, como hemos visto, su argumentación es que la verdadera pureza que trae el cristianismo va más allá de una mera “pureza ritual”, y también de una mera exigencia para la voluntad (una suprema exigencia moral). La verdadera pureza es la del amor a Dios y a los demás, en identificación con Cristo, y por tanto vivido en la Iglesia con todas las consecuencias. Entre ellas está la santificación del propio cuerpo y de las demás nobles realidades humanas, para que ahí se encarne la vida divina, que la recibimos para darla.
Pues bien, esto se realiza concretamente gracias al el sacramento del Bautismo, y por ese segundo bautismo que es la Confesión de los pecados (cf. 1 Jn 8, ss; St 5, 16): «En la confesión el Señor vuelve a lavar siempre nuestros pies sucios y nos prepara para la comunión de mesa con Él» (p. 93).
Durante la JMJ de Madrid 2011, Benedicto XVI aconsejó a los jóvenes que hicieran crecer la vida en plenitud por medio de la gracia divina. Que se plantearan la santidad generosamente y sin mediocridad. Y que tuvieran presente que «ante nuestras flaquezas, que a veces nos abruman, contamos también con la misericordia del Señor, siempre dispuesto a darnos de nuevo la mano, y que nos ofrece el perdón en el sacramento de la Penitencia» (Discurso en la plaza de Cibeles, 18-VIII-2011).
De hecho hubo esos días muchos miles de confesiones, y sigue habiéndolas, porque la verdadera pureza de corazón sólo se alcanza dejándose sumergir en el Cuerpo de Cristo, para vivir con Él por los demás.