2/21/13


Los ocho años de Benedicto XVI

Jose Antonio Varela Vidal 


En pocos días termina el pontificado del santo padre Benedicto XVI. El dato exacto es que desde las veinte horas del jueves 28 de febrero será declarada la Sede Vacante, a fin de disponer todo para la elección del sucesor número 266 de san Pedro.
Los tiempos no escapan a todo tipo de especulaciones acerca de cifras, de “bloques” entre cardenales, así como del perfil más conveniente del nuevo papa ante los tiempos actuales. Cavilaciones les llaman otros…
El legado de Benedicto XVI
Sin embargo, no debe olvidarse que hay un papa que se va después de dar lo mejor de sí y que supo pedir disculpas por sus defectos. Ahora es justo centrarse en lo principal de su obra, porque como dicen “es de bien nacidos ser agradecidos”.
En un breve recorrido por la obra y actividades del santo padre, ZENIT ofrecerá a sus lectores un Dossier por entregas sobre este pontificado que ha alcanzado casi los ocho años. Una atenta lectura nos permitirá refrescar lo que fue parte del magisterio del “papa teólogo”.
En esta primera entrega, publicamos un resumen de las tres encíclicas del santo padre Benedicto XVI, esto es, la Deus Caritas EstSpe Salvi y Caritas in Veritate.
Deus Caritas Est: Dios es amor
Rompiendo tradiciones, Benedicto XVI presentó él mismo su encíclica Deus Caritas Est a los lectores de una revista italiana de gran difusión. Si bien el papa firmó la encíclica el 25 de diciembre de 2005, escribió las líneas siguientes en la edición del 5 de febrero de 2006.
* * *
Al inicio, de hecho, el texto puede parecer un poco difícil y teórico. Sin embargo, cuando uno se pone a leerlo, resulta evidente que solamente he querido responder a un par de preguntas muy concretas para la vida cristiana.
La primera pregunta es la siguiente: ¿es posible amar a Dios?; más aún: ¿puede el amor ser algo obligado? ¿No es un sentimiento que se tiene o no se tiene? La respuesta a la primera pregunta es: sí, podemos amar a Dios, dado que Él no se ha quedado a una distancia inalcanzable sino que ha entrado y entra en nuestra vida. Nos sale al paso de cada uno de nosotros: en los sacramentos a través de los cuales actúa en nuestra existencia; con la fe de la Iglesia, a través de la cual se dirige a nosotros; haciéndonos encontrar hombres, tocados por Él, que nos trasmiten su luz; con las disposiciones a través de las cuales interviene en nuestra vida; también con los signos de la creación que nos ha regalado.
No sólo nos ha ofrecido el amor, ante todo lo ha vivido primero y toca a la puerta de nuestro corazón en muchos modos para suscitar nuestra respuesta de amor. El amor no es solamente un sentimiento, pertenecen a él también la voluntad y la inteligencia. Con su palabra, Dios se dirige a nuestra inteligencia, a nuestra voluntad y a nuestros sentimientos, de modo que podamos aprender a amarlo «con todo el corazón y con toda el alma». El amor, de hecho, no nos lo encontramos ya listo de repente, sino que madura; por así decirlo, nosotros podemos aprender lentamente a amar de modo que el amor comprometa todas nuestras fuerzas y nos abra el camino de una vida recta.
La segunda pregunta es la siguiente: ¿podemos de verdad amar al «prójimo», cuando nos resulta extraño o incluso antipático? Sí, podemos, si somos amigos de Dios. Si somos amigos de Cristo. Si somos amigos de Cristo queda cada vez más claro que Él nos ha amado y nos ama, aunque con frecuencia alejemos de Él nuestra mirada y vivamos según otros criterios. Si, en cambio, la amistad con Dios se convierte para nosotros en algo cada vez más importante y decisivo, entonces comenzaremos a amar a aquellos a quienes Dios ama y que tienen necesidad de nosotros. Dios quiere que seamos amigos de sus amigos y nosotros podemos serlo, si estamos interiormente cerca de ellos.
Por último, se plantea también está pregunta: con sus mandamientos y sus prohibiciones, ¿no nos amarga la Iglesia la alegría del eros, de sentirnos amados, que nos empuja hacia el otro y que busca transformarse en unión? En la encíclica he intentado demostrar que la promesa más profunda del «eros» puede madurar solamente cuando no sólo buscamos la felicidad transitoria y repentina. Al contrario, encontramos juntos la paciencia de descubrir cada vez más al otro en la profundidad de su persona, en la totalidad del cuerpo y del alma, de modo que, finalmente, la felicidad del otro llegue a ser más importante que la mía. Entonces, ya no sólo se quiere recibir algo, sino entregarse, y en esta liberación del propio "yo" el hombre se encuentra a sí mismo y se llena de alegría.
En la encíclica hablo de un camino de purificación y de maduración necesaria para que la verdadera promesa del «eros» pueda cumplirse. El lenguaje de la tradición de la iglesia ha llamado a este proceso «educación en la castidad», que, en definitiva, no significa otra cosa que aprender la totalidad del amor en la paciencia del crecimiento y de la maduración.
En la segunda parte se habla de la caridad, el servicio del amor comunitario de la Iglesia hacia todos los que sufren en el cuerpo o en el alma y tienen necesidad del don del amor. Aquí surgen ante todo dos preguntas: ¿puede la Iglesia dejar este servicio a las demás organizaciones filantrópicas? La respuesta es no. La Iglesia no lo puede hacer. La Iglesia debe practicar el amor hacia el prójimo incluso como comunidad, pues de lo contrario anunciaría de modo incompleto e insuficiente al Dios del amor.
La segunda pregunta: ¿no sería mejor promover un orden de justicia en le que no hubiera necesitados y la caridad se convirtiera en algo superfluo? La respuesta es la siguiente: indudablemente la finalidad de la política es crear un orden justo en la sociedad, donde a cada uno le sea reconocido lo propio y donde nadie sufra a causa de la miseria. En este caso, la justicia es la verdadera finalidad de la política, así como la paz no puede existir sin la justicia. Por su propia naturaleza, la Iglesia no hace política en primera persona, más bien respeta la autonomía del Estado y de sus instituciones.
La búsqueda de este orden de justicia corresponde a la razón común, así como la política es algo que afecta a todos los ciudadanos. Con frecuencia, sin embargo, la razón queda cegada por intereses y por la voluntad de poder. La fe sirve para purificar la razón, para que pueda ver y decidir correctamente. Por tanto, es tarea de la Iglesia curar la razón y reforzar la voluntad por hacer el bien. En ese sentido, sin hacer política, la iglesia participa apasionadamente en la batalla por la justicia. A los cristianos comprometidos en el servicio público, corresponde, en la acción política, abrir siempre nuevos caminos para la justicia.
Sin embargo, sólo he respondido a la primera mitad de nuestra pregunta. La segunda mitad, que en la encíclica me interesa subrayar, dice así: La justicia no hace nunca superfluo el amor. Más allá de la justicia, el hombre tendrá siempre necesidad de amor, que es el único capaz de dar un alma a la justicia. En un mundo tan profundamente herido, como el que conocemos en nuestros días, esta afirmación no tiene necesidad de demostraciones. El mundo espera el testimonio del amor cristiano que se inspira en la fe. En nuestro mundo, con frecuencia tan oscuro, con este amor brilla la luz del Dios.
Spe Salvi: Salvados en la esperanza
El texto, firmado el 30 de noviembre de 2007, consta de una introducción y ocho capítulos y se abre con el pasaje de la Carta de San Pablo a los Romanos: Spe salvi facti sumus (en esperanza fuimos salvados).
"Según la fe cristiana --explica el papa en la Introducción-, la redención, la salvación, no es simplemente un dato de hecho. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino". Por lo tanto, "elemento distintivo de los cristianos" es "el hecho de que ellos tienen un futuro, (...) saben (...) que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. (..) El Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva".
"Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza", explica el Santo Padre. Es algo que entendieron muy bien los Efesios, que antes del encuentro con Dios tenían muchos dioses pero "estaban sin esperanza, (...) sin Dios". El problema para los que vivimos siempre con el concepto cristiano de Dios, subraya el Santo Padre, es el estar acostumbrados al Evangelio: "el tener esperanza, que proviene del encuentro real con (...) Dios, resulta ya casi imperceptible".
El Papa recuerda que Jesús no traía "un mensaje socio-revolucionario" como el de Espartaco y "no era un combatiente por una liberación política como Barrabás o Bar-Kokebá". Lo que Jesús había traído "era algo totalmente diverso: (...) el encuentro con el Dios vivo, (...) el encuentro con una esperanza más fuerte que los sufrimientos de la esclavitud, y que por ello transforma desde dentro la vida y el mundo", "aunque las estructuras externas permanecieran igual". Cristo nos hace libres verdaderamente: "No somos esclavos del universo" y "de las leyes y de la casualidad de la materia". (...) Somos libres porque "el cielo no está vacío", porque el Señor del universo es Dios, que "en Jesús se ha revelado como Amor".
Cristo es el "verdadero filósofo" que nos dice "quien es en realidad el hombre y qué debe hacer para ser verdaderamente hombre". "Èl indica también el camino más allá de la muerte; sólo quien es capaz de hacer todo esto es un verdadero maestro de vida". Y nos ofrece una esperanza que es al mismo tiempo espera y presencia: porque "el hecho de que este futuro exista cambia el presente". El Papa observa que "tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. (...) "La crisis actual de la fe -prosigue- es sobre todo una crisis de la esperanza cristiana".
"El restablecimiento del "paraíso" perdido, ya no se espera de la fe" sino de los progresos técnicos y científicos, de los que surgirá "el reino del hombre". La esperanza se transforma de ese modo en "fe en el progreso" asentada sobre dos columnas: la razón y la libertad, que parecen garantizar de por sí, en virtud de su bondad intrínseca, una nueva comunidad humana perfecta".
"Hay dos etapas esenciales de la concreción política de esta esperanza" - prosigue Benedicto XVI-: la Revolución francesa y la marxista. Ante la evolución de la Revolución francesa "la Europa de la Ilustración (...) ha tenido que reflexionar (...) de manera nueva sobre la razón y la libertad". Por otra parte, la revolución proletaria "ha dejado tras de sí una destrucción desoladora".
El error fundamental de Marx ha sido éste: "Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. (...) Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo". "Digámoslo ahora de manera muy sencilla -escribe el Papa- el hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza". "El hombre nunca puede ser redimido solamente desde el exterior. (...) El hombre es redimido por el amor". Un amor incondicional, absoluto: "La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo". El Papa indica cuatro lugares para aprender y ejercitar la esperanza. El primero es la oración: "Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. (...) Si ya no hay nadie que pueda ayudarme (...) Èl puede ayudarme". Después de la oración esta el actuar. "La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos (...) para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano .
Y solamente si sé que "mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiados por el poder indestructible del amor", "puedo esperar ". También el sufrimiento es un lugar de aprendizaje de la esperanza. "Conviene ciertamente hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento", sin embargo "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento (...) sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito. (...) Es también fundamental, saber sufrir con los demás y por los demás. "Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren (...) es una sociedad cruel e inhumana". Finalmente, otro lugar para aprender la esperanza es el Juicio de Dios. (...) Existe la resurrección de la carne. Existe una justicia. Existe la "revocación" del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho".
El Papa se muestra "convencido de que la cuestión de la justicia es el argumento esencial, o en todo caso, el argumento más fuerte en favor de la fe en la vida eterna". Es imposible que "la injusticia de la historia sea la última palabra. (...) Pero en su justicia está también la gracia". "La gracia no excluye la justicia... Al final, los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada".
Caritas in Veritate: La caridad en la verdad
La Encíclica, fechada el 29 de junio de 2009, solemnidad de San Pedro y San Pablo, consta de una introducción, seis capítulos y una conclusión.
“En la Introducción, el papa recuerda que la caridad es “la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”. Por otra parte, dado el “riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida” advierte de que “un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales”.
“El desarrollo (…) necesita esta verdad”, escribe Benedicto XVI y analiza “dos criterios orien­tadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (…) Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Ésta es la vía institucional del vivir social”.
El primer capítulo está dedicado al “Mensaje de la “Populorum progressio” de Pablo VI que “reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia”. “La fe cristiana -escribe Benedicto XVI- se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder (…) sino solo en Cristo”. El pontífice evidencia que “las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material”. Están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más “en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos”.
“El desarrollo humano en nuestro tiempo” es el tema del segundo capítulo. “El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último -reitera el Papa- corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza” Y enumera algunas distorsiones del desarrollo: una actividad financiera “en buena parte especulativa”, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra”. Frente a esos problemas ligados entre sí, el Papa invoca “una nueva síntesis humanista”, constatando después que “el cuadro del desarrollo se despliega en múltiples ámbitos: (…) crece la riqueza mundial en términos absolutos, pero aumentan también las desigualdades (…) y nacen nuevas pobrezas”.
“En el plano cultural -prosigue- (…) las posibilidades de interacción” han dado lugar a “nuevas perspectivas de diálogo”, (…) pero hay un doble riesgo”. En primer lugar “un eclecticismo cultural” donde las culturas se consideran “sustancialmente equivalentes”. El peligro opuesto es el de “rebajar la cultura y homologar los (…) estilos de vida”. Benedicto XVI recuerda “el escándalo del hambre” y auspicia “una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo”.
Asimismo, el pontífice evidencia que el respeto por la vida “en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos” y afirma que “cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”.
Otro aspecto ligado al desarrollo es el “derecho a la libertad religiosa. La violencia –escribe el Papa--, frena el desarrollo auténtico” y esto “ocurre especialmente con el terrorismo de inspiración fundamentalista”.
“Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil” es el tema del tercer capítulo, que se abre con un elogio de la experiencia del don, no reconocida a menudo, “debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. (…) El desarrollo, (…) si quiere ser auténticamente humano, necesita en cambio dar espacio al principio de gratuidad”, y por cuanto se refiere al mercado la lógica mercantil, ésta debe estar “ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política”.
Retomando la encíclica Centesimus Annus, indica “la necesidad de un sistema basado en tres instancias: el mercado, el Estado y la sociedad civil” y espera en “una civilización de la economía”. Hacen falta “formas de economía solidaria” y “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.
El capítulo se cierra con una nueva valoración del fenómeno de la globalización, que no se debe entender solo como “un proceso socio-económico”. (…) La globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia (…) y capaz de corregir sus disfunciones”.
En el cuarto capítulo, la Encíclica trata el tema del “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes, ambiente”. “Gobierno y organismos internacionales -se lee- no pueden olvidar “la objetividad y la indisponibilidad” de los derechos. A este respecto, se detiene en las “problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico”.
Reafirma que la sexualidad no se puede “reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico”. Los Estados, escribe, “están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”.
“La economía -afirma una vez más- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía “en las intervenciones para el desarrollo” de la cooperación internacional. (…) Los organismos internacionales -exhorta el Papa- deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos”, “con frecuencia muy costosos”.

El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. “El acaparamiento de los recursos” por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen “un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres”. (…) “Las sociedades tecnológicamente avanzadas -añade- pueden y deben disminuir la propia necesidad energética”, mientras debe “avanzar la investigación sobre energías alternativas”.
“La colaboración de la familia humana” es el corazón del quinto capítulo, en el que Benedicto XVI pone de relieve que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. De ahí que, se lee, la religión cristiana puede contribuir al desarrollo “solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública”.
El Papa hace referencia al principio de subsidiaridad, que ofrece una ayuda a la persona “a través de la autonomía de los cuerpos intermedios”. La subsidiariedad, explica, “es el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo paternalista” y es más adecuada para humanizar la globalización”.
Asimismo, Benedicto XVI exhorta a los Estados ricos a “destinar mayores cuotas” del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos. Y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la “formación completa de la persona” afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. “Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales”.
El Papa afronta a continuación al fenómeno “histórico” de las migraciones. “Todo emigrante, afirma, “es una persona humana” que “posee derechos que deben ser respetados por todos y en toda situación”.
El último párrafo del capítulo lo dedica el Pontífice “a la urgencia de la reforma” de la ONU y “de la arquitectura económica y financiera internacional”. Urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” (…) que goce de “poder efectivo”.
El sexto y último capítulo está centrado en el tema del “Desarrollo de los pueblos y la técnica”. El Papa pone en guardia ante la “pretensión prometeica” según la cual “la humanidad cree poderse recrear valiéndose de los ‘prodigios’ de la tecnología”. La técnica, subraya, no puede tener una “libertad absoluta”.
El campo primario “de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la responsabilidad moral del hombre es hoy el de la bioética”, explica el Papa, y añade: “La razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. La cuestión social se convierte en “cuestión antropológica”. La investigación con embriones, la clonación, lamenta el Pontífice, “son promovidas por la cultura actual”, que “cree haber desvelado todo misterio”. El Papa teme “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.
En la Conclusión de la Encíclica, el Papa subraya que el desarrollo “tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración”, de “amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”.
En ocho días termina el pontificado del santo padre Benedicto XVI. Él lo sabe y esta semana se ha retirado de toda actividad para vivir unos ejercicios espirituales dentro del Vaticano y de él mismo.
Por ello, en un breve recorrido por la obra y actividades del santo padre, ZENIT viene ofreciendo a sus lectores un Dossier por entregas sobre este pontificado que ha alcanzado casi los ocho años.
Parte de este tiempo, el pastor universal lo ha dedicado a viajar y visitar a su grey alrededor del mundo. En efecto, su recorrido alcanza treinta viajes por Italia –sin contar las muchas parroquias romanas visitadas en su condición de Obispo de Roma--, y la friolera de veinticuatro viajes a veinticinco países, incluyendo la Palestina.
No sería justo privarle entonces del título de “Papa viajero”, ¿a que no?…
Colonia, Alemania: Un joven entre los jóvenes
Al primer viaje le encontramos una similitud con lo que será la agenda del sucesor de Benedicto XVI, pues ambos comenzarán su pontificado con un baño de multitud, en este caso juvenil.
Por cierto, cuando el actual papa revisó sus compromisos iniciales, vio que del 18 al 21 de agosto de 2005 sería la XX Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, nada menos que en su país natal y la confirmó de inmediato. Y el sucesor se encontrará con la JMJ de Río en julio próximo…
Fueron días de “prueba”, según algunos, porque todas las miradas se centraron en el carisma que el papa “tendría” que demostrar ante los miles de jóvenes que llegaron a escucharlo. Y así se rompió un nuevo mito, donde el papa encandiló, emocionó, se hizo escuchar…
Famosa fue aquella navegación en barco por el río Rin con los jóvenes, en una clara representación de la barca de Pedro con su nuevo timonel. También fue apoteósica la fiesta de acogida de los jóvenes en el muelle del Poller Rheinwiesen, y de la multitud que llegó para participar de la Misa en la explanada de Marienfeld.
En Colonia dio un mensaje al mundo al incluir, desde el inicio de sus viajes apostólicos, una audiencia a los representantes de las comunidades musulmanas, quienes acudieron prestos a la cita prevista en el arzobispado de Colonia.
Polonia: Continúa la proteccción
No está claro si fue una visita programada por Juan Pablo II, dado su estado de salud y un reciente viaje a su país natal, pero Benedicto XVI dio una clara muestra de gratitud por la figura de su antecesor, al visitar Polonia del 25 al 28 de mayo de 2006.
El símbolo de la visita fue su llegada al santuario de la Virgen de Jasna Góra en Częstochowa, donde veneró y sin duda, pidió las mismas luces y protección que la Virgen negra prodigara al amado papa polaco.
Entre las acostumbradas visitas y encuentros con los gobernantes, políticos y obispos, el papa tuvo a bien encontrarse con los religiosos, religiosas, seminaristas y representantes de los movimientos y de la vida consagrada en el mismo santuario de Jasna Góra, continuando así la costumbre de su antecesor durante sus viajes.
Otro momento a resaltar fue el esperado encuentro con el arzobispo Jeremías, jefe de la Iglesia Ortodoxa autocéfala y jefe del Consejo Ecuménico Polaco.
Valencia: Fe en la familia
Otro evento ya programado, pero confirmado sin duda por el nuevo pontífice, fue el V Encuentro Mundial de las Familias en la ciudad española de Valencia, en el que estuvo presente del 8 al 9 de julio de 2006.
Si bien allí cumplió con la visita de cortesía a los Reyes de España en el Palacio de laGeneralitat de Valencia, convocó al entonces presidente de Gobierno de España al Palacio Arzobispal de Valencia, en un momento político particular, porque los socialistas venían cerrando cada vez más el cerco a la acción de la Iglesia en España.
En dicha visita fue inolvidable el Encuentro festivo y testimonial con las familias, donde habló y escuchó, para luego presidir la multitudinaria Eucaristía de clausura del V Encuentro Mundial, en la moderna Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia.
Munich, Altötting y Ratisbona: Hablar en casa
Está claro que apenas pudo programar un nuevo viaje, lo hizo nuevamente del 9 al 14 de septiembre de 2006 al país que lo vio nacer, y volvió sus pasos por los lugares de su infancia, de su vida como consagrado y como catedrático.
Un encuentro significativo, unido a los que tuvo con los gobernantes del país, fue con el ministro presidente de su Baviera natal, en la Residencia Real de la plaza Max-Joseph.
Luego,en la Catedral de Munich, celebraría las Vísperas, iniciando así una práctica recurrente en sus viajes y actividades vaticanas –algunas ecuménicas--, dando realce a la riqueza del Oficio Divino.
Durante la visita a Alemania, volvió a su antiguo centro de enseñanza, esto es, a la Universidad de Ratisbona, para el famoso encuentro con los representantes de la ciencia, donde dijo lo que dijo sobre Mahoma.
Otro que lo esperaba, esta vez con la mesa servida y calor de hogar en Pentling, fue su hermano, el canónigo Georg Ratzinger, con quien tuvo un momento de intimidad y reposo. El encuentro se vio coronado con la visita de ambos al cementerio de Ziegetzdorf para orar ante la tumba de sus padres.
Turquía: Oriente y Occidente cristianos
Eran muchos elementos juntos los que se presentaban en la histórica visita del papa a una tierra de mayoría musulmana, realizada del 28 de noviembre al 1 de diciembre de 2006.
Cruzaba así los límites continentales para dar también una señal de acercamiento al cristianismo de Oriente y recorrer los pasos de Pablo por Éfeso donde celebraría una misa.
Pero a la vez tendría al mundo a la expectativa sobre una posición de la Santa Sede acerca del ingreso de Turquía en la Unión Europea. Aunque el primer ministro turco aseguró a los medios que el papa asintió con la cabeza a su pedido, los voceros oficiales vaticanos nunca lo confirmaron.
Esta tierra, rica de tradición apostólica, fue el escenario para que el papa tuviera un encuentro privado con el patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, que sería el inicio de una fecunda relación sostenida durante todo su pontificado.
También visitó y oró en la catedral armenia apostólica y tuvo un encuentro con su beatitud el patriarca armenio Mesrob II. Otros encuentros memorables fueron con el metropolita siro-ortodoxo y con el gran rabino de Turquía.
Muchos recuerdan su simbólica visita al Mausoleo de Ataturk, padre de la Turquía moderna, donde Benedicto XVI depositó una corona de flores ante la tumba y escribió en inglés una frase que sintetizaba lo que sería su pensamiento y obra en los siguientes años: "En esta tierra, cruce de caminos de las diferentes culturas y religiones y puente entre Asia y Europa, hago mías las palabras del fundador de la República turca, Ataturk, para expresar mi deseo: «Paz en la patria, paz en el mundo»".
Brasil: Continente de la esperanza y de la Caridad
Con motivo de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida, Brasil, el santo padre realizó su primer viaje transoceánico del 9 al 14 de mayo de 2007, donde permaneció principalmente en São Paulo.
Tuvo allí la ocasión para elevar a los altares definitivamente al beato franciscano Antonio de Santa Ana, durante una concurrida misa en el Campo de Marte de São Paulo.
Se recuerda de manera especial la emoción que sintió el papa al escuchar los testimonios de extoxicómanos, que hoy son rescatados por la comunidad de la Hacienda de la Esperanza, en Guaratinguetá, hasta donde llegó. También quedó impresa la imagen del abrazo con los niños que corrieron hacia él, escena que se ha convertido en foto-símbolo de portadas, libros y sitios on line del mundo entero.
La actividad de fondo, y a la que el papa se había preparado con atención, fue la Santa Misa y Sesión inaugural de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, en la explanada situada frente al Santuario de Nuestra Señora de Aparecida. Allí tuvo la oportunidad de hacerle sentir al continente latinoamericano lo cerca que estaba de su corazón, y donde lo rebautizó como el “Continente de la Esperanza y de la Caridad”.
Austria: Tierra de nueva evangelización
El motivo principal de la visita del santo padre a Austria del 7 al 9 de septiembre de 2007, fue la celebración del 850 aniversario de la fundación del Santuario de Mariazell, lugar donde celebró una misa con amplia asistencia de fieles y peregrinos. Fue el escenario para que Benedicto XVI empezara a delinear sus ideas de avanzada sobre lo que podría ser la Nueva Evangelización en los países de antiguo cristianismo.
Un encuentro simbólico fue el que tuvo con los monjes de la Abadía de Heiligenkreuz, que viene a ser el más antiguo monasterio cisterciense del mundo que ha seguido activo sin ninguna interrupción.
Al final de su visita se dirigió a los colaboradores voluntarios de los organismos de ayuda, cuyo número es muy alto, y quienes lo esperaban en el Wiener Konzerthaus. Allí los organizadores lo sorprendieron ofreciéndole interpretaciones impecables de su autor preferido, Wolfgang Amadeus Mozart, también austríaco, y de los Niños cantores de Viena, gestos que el papa reconoció y agradeció.
Estados Unidos de América y Organización de las Naciones Unidas: Sí a la Vida
Fue así que del 15 al 21 de abril de 2008 el papa Benedicto XVI volvió a cruzar el océano para llegar hasta tierras norteamericanas, donde tenía previsto también intervenir ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York.
A su llegada al país, fue recibido por el mismo presidente de los Estados Unidos de América y la Primera Dama en el aeropuerto militar Andrews de las Fuerzas aéreas, gesto que fue destacado por la prensa especializada y por la Casa Blanca, como un hecho de excepción en el protocolo del jefe de estado.
Mientras estuvo en la capital, el santo padre tuvo importantes encuentros, entre los que sobresalió aquel con los educadores católicos en la Catholic University of America, a quienes alentó en la difícil tarea por venir en defensa de la vida.
Ya en Nueva York, dirigió un importante discurso en la sede de la Asamblea General de las Naciones Unidas, donde hizo un llamado a “proteger a la humanidad” y pudo despedirse de los presentes con un mensaje de paz en varios idiomas, lo que fue acogido con admiración y respeto.
No abandonó el país sin visitar el Ground Zero de Nueva York, donde se arrodilló a orar por las víctimas y victimarios del ataque a las Torres Gemelas del World Trade Center, ocurrido el 11 de septiembre de 2001.