Jorge Salinas
La paz y la alegría son los frutos más palpables del Espíritu Santo, los efectos más indicativos de una plenitud cristiana
En Carta a los Gálatas leemos: los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia(Gal 5, 22-23, versión neo-Vulgata). En la versión de la Vulgata, más antigua, el número de frutos mencionados es doce; caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad. El Catecismo de la Iglesia Católica, en puntos diferentes, cita ambas versiones al hablar de los frutos del Espíritu Santo.
Cuando esos frutos se dan de modo permanente y estable en una persona podemos pensar que su vida cristiana se desenvuelve ya en zonas de madurez, de un modo semejante a como una planta o un árbol manifiesta su sazón, su madurez, cuando comienza a dar frutos. Cuando la acción del Espíritu Santo en un cristiano ha alcanzado ya un cierto nivel de efectividad aparecen esos frutos externos, constatables tanto por el sujeto interesado como por quienes le tratan. En la medida en que se den personas de esa condición en una familia, en un grupo o en cualquier tipo de comunidad, los frutos del Espíritu Santo se manifestarán también en la convivencia, en el modo de trabajar juntos, en la atmósfera vital, en el aire que se respira, en el ambiente,
El Papa Francisco decía, el 30.IX.2013, en la misa de Santa Marta, unas palabras hermosas: Paz y alegría: “éste es el aire de la Iglesia” .La paz y la alegría son los frutos más palpables del Espíritu Santo, los efectos más indicativos de una plenitud cristiana.
A continuación podemos plantearnos una pregunta: ¿cómo conseguir que la paz y la alegría sean realmente “el aire de la Iglesia”? ¿Se alcanzará ese resultado a base de un buen diseño organizativo, con oportunos cambios estructurales, con reformas de las curias vaticanas y diocesanas, con una adecuada cosmética mediática? Pienso que no.
El Papa Francisco nos está indicando continuamente la clave para conseguir ese “aire de la Iglesia”: la clave es la santidad de todos, es la conversión. Sólo así “la alegría y la paz” inundarán jubilosas el secarral de este mundo.