Homilía del Papa ayer en Santa Marta
El pueblo se queja ante el Señor porque no escucha sus ayunos, acabamos de leer en Isaías (cfr. 58,1-9a). Hay que distinguir entre lo formal y lo real. Para el Señor, no es ayuno no comer carne, y luego pelearse y abusar de los obreros. Por eso, Jesús condena a los fariseos, porque cumplen muchas observancias exteriores, pero sin la verdad del corazón. El ayuno que quiere Jesús, en cambio, es el que abre las prisiones injustas, hace saltar los cerrojos de los cepos, deja libres a los oprimidos, …parte el pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que desnudo y no cierra a su propia carne (cfr. Ibidem.) Ese es el ayuno auténtico, que no es solo exterior, de observancia externa, sino un ayuno que sale del corazón.
En las tablas de la Ley se recogen tanto las leyes respecto a Dios como las leyes respecto al prójimo, y las dos van juntas. No puedo decir: Yo cumplo los tres primeros mandamientos, y los otros… más o menos. No, si no cumples éstos, no cumples aquellos, y si cumples éstos, tienes que cumplir los otros. Van unidos: el amor a Dios y el amor al prójimo son una unidad y si quieres hacer penitencia real y no formal, debes hacerla ante Dios y también con tu hermano, con el prójimo.
Se puede tener mucha fe, pero —come dice el Apóstol Santiago— ¿de qué sirve si uno dice que tiene fe, y no tiene obras? (Sant 2,14). Así, si uno va a Misa todos los domingos y comulga, se le puede preguntar: ¿Cómo es el trato con tus empleados? ¿Les pagas en negro? ¿Les pagas el salario justo? ¿Estás pagando la Seguridad Social y el seguro médico? ¡Cuántos hombres y mujeres tienen fe, pero separan las tablas de la Ley! —¡Sí, sí, yo cumplo! Pero, ¿das limosna? —Sí, sí, siempre hago un donativo a la Iglesia. Ah, bueno, eso está bien, pero, ¿en tu Iglesia, en tu casa, con los que dependen de ti —ya sean hijos, abuelos o empleados—, eres generoso, eres justo? ¡No puedes dar donativos a la Iglesia si no eres justo con tus empleados! Eso es un pecado gravísimo: ¡es usar a Dios para tapar una injusticia! Y eso es lo que el profeta Isaías, en nombre del Señor, nos dice hoy: no es un buen cristiano el que no hace justicia con las personas que dependen de él. Ni es buen cristiano el que no se desprende de algo necesario para dárselo a otro que le haga falta.
El camino de la Cuaresma es, pues, doble: con Dios y con el prójimo: o sea real, no meramente formal. No es no comer carne los viernes, o dar algo, pero luego ser egoísta, explotar al prójimo o ignorar a los pobres. Hay quien, si necesita curarse, va al hospital y, como es socio de una mutua, le atienden enseguida. Eso es bueno: ¡dale gracias a Dios! Pero, dime, ¿has pensado en los que no tienen esa prestación social en el hospital y, cuando llegan, tienen que esperar 6, 7, 8 horas, incluso para una urgencia? Hay gente aquí, en Roma, que vive así, y la Cuaresma sirve para pensar en ellos: ¿qué puedo hacer por los niños, por los ancianos, que no tienen la posibilidad de ser atendidos por un médico, y que quizá esperan ocho horas y luego les dan cita para no se sabe cuándo? ¿Qué haces por esa gente? ¿Cómo será tu Cuaresma? —Bueno, ¡gracias a Dios, yo tengo una familia que cumple los mandamientos, y no tenemos problemas. Ya, pero, en esta Cuaresma, ¿en tu corazón hay sitio para los que no han cumplido los mandamientos, para los que se han equivocado y están en la cárcel? —¡Con esa gente no! Pues mira: ellos están encerrados, y si tú no estás en la cárcel es porque el Señor te ha ayudado a no caer. ¿En tu corazón caben los encarcelados? ¿Rezas por ellos, para que el Señor les ayude a cambiar de vida?
Confírmanos, Señor, en el espíritu de penitencia con que hemos empezado la Cuaresma, y que la austeridad exterior que practicamos vaya siempre acompañada por la sinceridad de corazón, le hemos pedido. ¡Pues que el Señor nos conceda esta gracia!