12/10/15

Domingo 3 de Adviento - Ciclo C

P. Antonio Rivero, L.C.

Textos: Sof 3, 14-18; Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18


Idea principal: La alegría a la que Dios nos invita exige unas consecuencias morales bien concretas sobre todo en el campo de la caridad y justicia.
Síntesis del mensaje: Hoy, domingo 3 de Adviento, es el domingo de gaudete (“Regocijaos”), pues así inicia la estrofa de la misa de hoy, tomada de la carta de san Pablo a los Filipenses 4, 4. En medio de nuestro camino de austeridad y penitencia, hacemos un alto, como el domingo 3 de laetare (“Alegraos”) en la Cuaresma, por la cercanía de la venida del Señor. Alegría, sí, pero con un programa muy exigente en el campo de la actuación moral y social.
 Puntos de la idea principal:
En primer lugar, nuestro mundo de hoy, mirándolo con mirada superficial, no está como alegrarnos. Basta leer la exhortación del Papa Francisco “Evangelii gaudium” y su encíclica “Laudato si”. Resumiendo los mil problemas que nuestra sociedad afronta: Economía de la exclusión, idolatría del dinero, inequidad que genera violencia, acedia egoísta, pesimismo estéril, mundanidad espiritual, guerras, contaminación y cambio climático, pérdida de la biodiversidad, deterioro y degradación social, inequidad planetaria, corrupción, injusticias, etc. Y otras lacras que nos entristecen: la aprobación de leyes terribles que atentan contra la ley de Dios y contra la dignidad de la persona humana: la ley del aborto y la eutanasia, la aprobación del matrimonio del mismo sexo, la ideología del género y demás “avances” de esta dictadura del relativismo, permisivismo, hedonismo. Entonces, ¿cómo es que Dios nos invita a alegrarnos?
En segundo lugar, también nosotros preguntamos como los que escuchaban a Juan Bautista en el evangelio de hoy: ¿qué debemos hacer? La alegría a la que Dios nos invita no es una alegría desangelada y etérea. No. Exige compromiso moral y social. No podemos llegar a la Navidad de cualquier modo, con nuestras mañas y costumbres desviadas e impropias de un seguidor de Cristo. San Juan Bautista pidió en ese tiempo: caridad y repartición de bienes y riquezas con los necesitados, justicia conmutativa, distributiva y social, y honradez por encima de todo. ¿Le habrán entendido? ¿Le habrán hecho caso? Y hoy, ¿qué nos diría el Bautista? ¿Qué diría a los que pagan los impuestos, a los que escamoten los impuestos y los que engordan con los impuestos? No sé si a estas alturas uno tiene que decir que pagar impuestos al Estado es de justicia distributiva y quehacer de conciencia cristiana porque eso es contribuir a las cargas comunes para el bien común. Los impuestos, para ser justos, tienen que ser proporcionales al capital de cada uno. Los bienes salidos de los bolsillos ciudadanos tienen que regresar en bienes sociales para los mismos ciudadanos: educación escolar, servicios médicos y puestos de trabajo. ¡Cuántas veces nuestros impuestos van a parar a parlamentarios ausentes o a escándalos festivaleros de autonomías o a despilfarros para programas de televisión, cenas pantagruélicas en barco por París, a aviones privados de líderes políticos para hacer sus viajes de negocios o de placer, que todo tiene que ser dicho.
Finalmente, desde la moral social y cristiana hay que decir lo siguiente: el ciudadano está hoy en su derecho ético de torear a los impuestos con las mejores manoletinas que sepa, pero sin pasarse de “el precio justo” y sin olvidar, eso siempre, -siguiendo el lenguaje taurino- que el morlaco administrativo puede, de una embestida trapera, enviarle a los tendidos de sangre y sol. Es justa la ley que mira el bien común, porque, si mira al bien de particulares, es injusta y, si injusta, mala y, si mala, no obliga. Este evangelio de hoy nos va a todos: a ti, a mí y a Dios. Y así las demás cosas de la policía y orden público: detenciones, sí, pero torturas, nunca; justicia, sí, pero a base de hechos comprobados y no de sospechas fundadas; cárcel, sí, o sea privación de libertad, pero no de trato humano. Y después, cumplida la condena, y hay garantías de enmienda, libertad y a la calle. Si hay que ir a la huelga, que sea lo que tiene que ser, laboral, y no política, sin piquetes ni informativos, que serían coactivos, intimidantes, dictatoriales y a sueldo. Sólo si hacemos esto, tendremos la alegría profunda del corazón a la que nos invita Dios en este domingo, porque se acerca el auténtico Libertador de esas lacras morales y sociales.
Para reflexionar: ¿Cómo trato a mis hermanos pobres y necesitados? ¿Cómo estoy viviendo mis deberes como ciudadano? ¿Tengo la conciencia tranquilo a este respecto? ¿Dónde radica mi alegría, cuál es su fuente?
Para rezar: Con el salmo 42, quiero rezar:
Envía tu luz y tu verdad: que ellas me guíen y me conduzcan
hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría.