La revista italiana ‘Credere’ publica una entrevista con el Santo Padre, poco antes del inicio del Jubileo de la Misericordia, en la que explica los motivos y las expectativas de esa convocatoria, así como su experiencia personal de la misericordia divina
Santo Padre, ahora que estamos por entrar de lleno en el Jubileo, ¿nos puede explicar qué movimiento del corazón le llevó a poner de relieve precisamente el tema de la misericordia? ¿Qué urgencia percibe, al respecto, en la actual situación del mundo y de la Iglesia?
El tema de la misericordia se va acentuando con fuerza en la vida de la Iglesia a partir de Pablo VI. Fue Juan Pablo II quien lo subrayó fuertemente con la Dives in misericordia, la canonización de Santa Faustina y la institución de la fiesta de la Divina Misericordia en la Octava de Pascua. En esta línea, sentí que hay como un deseo del Señor de mostrar a los hombres su misericordia. Así que no me vino a mí a la cabeza, sino que retomo una tradición relativamente reciente, aunque siempre existía. Y me di cuenta de que había que hacer algo y continuar esa tradición.
Mi primer Ángelus como Papa fue sobre la misericordia de Dios y en aquella ocasión hablé también de un libro sobre la misericordia que me regaló el cardenal Walter Kasper durante el Cónclave; también en mi primera homilía como Papa, el domingo 17 de marzo en la parroquia de Santa Ana, hablé de la misericordia. No fue una estrategia, me salió de dentro: el Espíritu Santo quiero algo.
Es obvio que el mundo de hoy necesita misericordia, necesita compasión, es decir,padecer con. Nos hemos acostumbrado a las malas noticias, a las noticias crueles y a las atrocidades más grandes que ofenden el nombre y la vida de Dios. El mundo necesita descubrir que Dios es Padre, que hay misericordia, que la crueldad no es el camino, que la condena no es el camino, porque la Iglesia misma a veces sigue una línea dura, cae en la tentación de seguir una línea dura, en la tentación de subrayar solo las normas morales, pero cuánta gente se queda fuera.
Me vino a la mente aquella imagen de la Iglesia como un hospital de campaña tras la batalla; es la verdad, ¡cuánta gente herida y destruida! Los heridos son curados, no sometidos a análisis de colesterol. Creo que este es el momento de la misericordia. Todos somos pecadores, todos llevamos pesos interiores. He sentido que Jesús quiere abrir la puerta de Su corazón, que el Padre quiere mostrar sus entrañas de misericordia, y por eso nos manda al Espíritu: para movernos y para removernos.
Es el año del perdón, el año de la reconciliación. Por un lado vemos el tráfico de armas, la producción de armas que matan, el asesinato de inocentes de los modos más crueles posibles, el abuso de personas, menores, niños: se está cometiendo −se me permita el término− un sacrilegio contra la humanidad, porque el hombre es sagrado, es la imagen del Dios vivo. El Padre dice: “paraos y venid a mí”. Esto es lo que yo veo en el mundo.
Usted ha dicho que, como todos los creyentes, se siente pecador, necesitado de la misericordia de Dios. ¿Qué importancia ha tenido en su camino de sacerdote y de obispo la misericordia divina? ¿Recuerda en concreto un momento en el que haya sentido de manera transparente la mirada misericordiosa del Señor en su vida?
Soy pecador, me siento pecador, estoy seguro de serlo; soy un pecador a quien el Señor ha mirado con misericordia. Soy, como dije a los presos en Bolivia, un hombre perdonado. Soy un hombre perdonado, Dios me ha mirado con misericordia y me ha perdonado. Todavía hoy cometo errores y pecados, y me confieso cada quince o veinte días. Y si me confieso es porque necesito sentir que la misericordia de Dios está todavía sobre mí.
Me acuerdo −lo he dicho muchas veces− de cuando el Señor me miró con misericordia. Siempre he tenido la sensación de que cuidaba de mí de un modo especial, pero el momento más significativo se dio el 21 de septiembre de 1953, cuando tenía 17 años. Era el día de la fiesta de primavera y del estudiante en Argentina, y lo iba a pasar con los demás estudiantes; yo era católico practicante, iba a misa los domingos, pero nada más… estaba en la Acción Católica, pero no hacía nada, era solo un católico practicante.
Por la calle hacia la estación de tren de Flores, pasé cerca de la parroquia que frecuentaba y me sentí empujado a entrar: entré y vi venir por un lado a un sacerdote que no conocía. En aquel momento no sé qué me pasó, pero sentí la necesidad de confesarme, en el primer confesionario de la izquierda; mucha gente iba a rezar allí. Y no se qué pasó, salí distinto, cambiado. Volví a casa con la certeza de tenerme que consagrar al Señor y ese sacerdote me acompañó durante casi un año. Era un sacerdote de Corrientes, don Carlos Benito Duarte Ibarra, que vivía en la Casa del Clero de Flores. Tenía leucemia y se estaba curando en el hospital. Murió el año siguiente. Tras el funeral lloré amargamente, me sentí totalmente perdido, como con el temor de que Dios me hubiese abandonado.
Ese fue el momento en que me sumergí en la misericordia de Dios y está muy ligado a mi lema episcopal: el 21 de septiembre es el día de San Mateo, y Beda el Venerable, hablando de la conversión de Mateo, dice que Jesús miró a Mateo “miserando atque eligendo”. Se trata de una expresión que no se puede traducir, porque ni en italiano ni es español uno de los dos verbos no tiene gerundio. La traducción literal sería “misericordiando y eligiendo”, como un trabajo artesanal. “Lo misericordió”: esta es la traducción literal del texto.
Cuando años después, rezando el breviario latino, descubrí esa lectura, me di cuenta de que el Señor me había modelado artesanalmente con su misericordia. Cada vez que venía a Roma, como vivía en vía de la Scrofa, iba a la Iglesia de San Luis de los Franceses a rezar delante del cuadro del Caravaggio, precisamente la Vocación de san Mateo.
Según la Biblia, el lugar donde vive la misericordia de Dios es el seno, las entrañas maternas, de Dios. Que se conmueven hasta perdonar el pecado. ¿El Jubileo de la misericordia puede ser una ocasión para volver a descubrir la “maternidad” de Dios? ¿Hay también un aspecto más “femenino” de la Iglesia que hay que valorar?
Sí, Él mismo lo afirma cuando dice en Isaías que acaso se olvida una madre de su hijo, aunque una madre pueda olvidarse... “yo en cambio no te olvidaré jamás”. Aquí se ve la dimensión materna de Dios. No todos comprenden cuando se habla de la “maternidad de Dios”, no es un lenguaje popular −en el sentido bueno de la palabra− parece un lenguaje un poco rebuscado; por eso prefiero usar la ternura, propia de una madre, la ternura de Dios, la ternura nace de las entrañas paternas. Dios es padre y madre.
La misericordia, siempre si nos referimos a la Biblia, nos hace conocer a un Dios más “emotivo” que aquel que quizá nos imaginábamos. Descubrir a un Dios que se emociona y se enternece por el hombre, ¿puede cambiar también nuestra actitud hacia los hermanos?
Descubrirlo nos llevará a tener una actitud más tolerante, más paciente, más tierna. En 1994, durante el Sínodo, en una reunión por grupos, dije que se debía instaurar la revolución de la ternura, y un Padre sinodal −un buen hombre, al que yo respeto y al que quiero mucho− ya muy anciano, me dijo que no convenía usar ese lenguaje y me dio explicaciones razonables, de hombre inteligente, pero yo sigo diciendo que hoy la revolución es la de la ternura porque de ahí deriva la justicia y todo lo demás.
Si un empresario asume a un empleado de septiembre a julio, les dije, no hace lo justo porque lo despide para las vacaciones en julio para luego volver a contratarlo con un nuevo contrato desde septiembre a julio, y de este modo el trabajador no tiene derecho a la indemnización, ni a la jubilación, ni a la seguridad social. No tiene derecho a nada. El empresario no muestra ternura, sino que trata al empleado como un objeto, por poner un ejemplo de dónde no hay ternura.
Si nos metemos en la piel de esa persona, en vez de pensar en sus bolsillos para tener más dinero, entonces las cosas cambian. La revolución de la ternura es lo que hoy debemos cultivar como fruto de este año de la misericordia: la ternura de Dios con cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros debe decir: “soy un desgraciado, pero Dios me ama así; y también yo debo amar a los demás del mismo modo”.
Es famoso el “discurso a la luna” del Papa Juan XXIII, cuando, una noche, saludó a los fieles diciendo: “Dadle una caricia a vuestros hijos”. Aquella imagen se convirtió en un icono de la Iglesia de la ternura. ¿De qué modo el tema de la misericordia podrá ayudar a nuestras comunidades cristianas a convertirse y a renovarse?
Cuando veo enfermos y ancianos me sale espontánea la caricia. La caricia es un gesto que puede ser interpretado ambiguamente, pero es el primer gesto que hacen la madre y el padre con el hijo recién nacido, el gesto del “te quiero”, “te amo”, “quiero que sigas adelante”.
¿Nos puede anticipar un gesto que pretende hacer durante el Jubileo para testimoniar la misericordia de Dios?
Habrá muchos gestos, pero un viernes al mes haré un gesto distinto.