Uno tiene casi 84 años, pero no acabará el verano sin cumplir 85. Es decir, uno es mayor. Y sabe que “esto” no puede durar mucho. En el momento en que ves esquelas de personas que han fallecido a los 76 y piensas que eran jóvenes, te empiezas a dar cuenta de que cuando te dicen “¡qué bien estás!” −me lo dijo una señora ayer y me quedé feliz−, para equilibrar deberían añadir “para la edad que tienes”, que es otra manera de decir “para lo que vas a durar…”
Esa es la situación. Que estoy muy bien, sí. Que, gracias a Dios, tengo muchas cosas que hacer y voy agobiado de trabajo, también. Y que recibo mails de amigos míos mucho más jóvenes biológicamente que yo, pero avejentados por las preocupaciones −Sánchez, Torra, Puigdemont, Pablo Casado, Trump, Putin, Valle de los Caídos, etc.− que les trastornan y no les dejan vivir tranquilos y −peor aún− les impulsan a no dejar vivir tranquilos a los demás. Concretando más, a mí.
Con esta situación, he decidido defenderme, aunque alguno de los que me conocen, que me quiere mucho, piense, y a veces diga: “este ya se ha vuelto mayor y no se entera de nada”.
Mi defensa parte de una declaración de 4 principios:
Sí que me entero, o procuro enterarme de todo.
También intento no preocuparme por cada declaración que hagan Sánchez, Torra, Puigdemont, etc., aunque sean auténticas chuminadas (“tonterías, estupideces, cosas sin importancia”).
Procuro tener criterio para distinguir las chuminadas de nivel 1 (chuminada top, reservada a los muy sofisticados) de las de nivel 4 (las que decimos cualquiera de nosotros en cualquier momento y que no tienen ninguna influencia en la sociedad. Y que incluso, son buenas para relajarse un poco).
Procuro, cuando veo que las cosas están objetivamente mal, luchar con uñas y dientes para no quedarme acurrucado diciendo lo mal que está todo y para salir a la calle con ganas de arreglar las cosas. (Lo de “salir a la calle” es una metáfora, que no tiene nada que ver con bloquear la Gran Vía).
Esa es la situación, externa e interna, en la que me encuentro hoy. Casi 85 años, o sea, jugando la prórroga o quizá, en los penaltis. Viendo muchas cosas que ya he visto y cuyo resultado, bueno o malo, ya he visto también. Oyendo cosas que me aburren −muchas−, que me aburren poco −menos− o que me entusiasman −alguna−.
Porque aún me entusiasma alguna.
Os he hablado de lo externo. Pero hay una parte interna. Esa parte que te pregunta: “¿hay algo después? Si hay algo, cómo es ese algo?”
Cojo el Apocalipsis, que, para más mérito, lo leo en inglés (¡!). Y habla de unos cielos nuevos y una tierra nueva.
O sea, que dentro de unos años, pocos, el Apocalipsis dice que voy a vivir en una tierra nueva bajo unos cielos nuevos.
Ahora me pica la curiosidad. A dos niveles:
¿Habrá algo después? Hay amigos míos que me dicen que sí y otros que me dicen que no. (“Yo quiero que incineren mi cuerpo y tiren las cenizas por el váter”).
Y si hay algo después, ¿cómo será?
Curiosidad. Curiosidad inútil. Porque:
Si hay algo después, hay algo después. No depende de lo que yo piense.
Que si hay algo, pensar que es premio para los que se han portado bien y castigo para los que se han portado mal, es de sentido común.
Pero no profundizo tanto:
¿Por qué no espero un poco, me dejo de elucubraciones y a ver qué pasa?
Mientras tanto, ¿por qué no me porto bien, no vaya a ser que lo de los premios y castigos exista?
Porque si me porto bien/mal y no hay nada después, la gente dirá: “era una buena persona”. O “¡vaya pájaro!”. Y me enterrarán en un nicho que hace muchos años me costó 30.000 pesetas y prou.
Y si me porto bien/mal y hay algo después, los comentarios serán los mismos, el nicho será el mismo, la ceremonia del entierro será la misma, pero el asunto no acabará con el “prou”, sino con un premio o un castigo.
Y si el premio/castigo es para siempre, como algunos dicen/decimos, hemos acertado o la hemos fastidiado definitivamente.
Así he empezado el mes de Agosto. Y eso que me propuse descansar.
Si se me ocurren más cosas, ya os contaré.
Leopoldo Abadía, en lavanguardia.com.