Antonio Rivero, L.C.
DOMINGO 19 DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B
Textos: 1 Re 19, 4-8; Ef 4, 30 – 5, 2; Jn 6, 41-51
Idea principal: Sin fe es imposible entender, valorar y acercarse al banquete donde se nos sirve este Pan de vida eterna, que es Jesús.
Síntesis del mensaje: Sigue la catequesis de Jesús sobre el Pan de la Vida en la sinagoga de Cafarnaún. Hoy Cristo nos pide fe para creer que Él es el verdadero Pan de la vida que Dios envía a la humanidad para que sacie su hambre. El que crea en Él tendrá la vida eterna.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la fe puede pasar por momentos duros psicológicos, como le pasó al profeta Elías en la primera lectura de hoy. Elías, huyendo de las amenazas de muerte de la reina Jezabel, es vencido por el miedo y la depresión, a pesar de haber hecho gala de coraje y confianza en la escena anterior. Esta imagen del profeta, tocando los límites de la existencia, resulta entrañable y conmovedora. No menos conmovedores son los cuidados de Dios hacia el profeta, brindándole comida y aliento por medio de un ángel en una doble escena que nos recuerda la del torrente Querit. Ya en el desierto, la huida de Elías se convierte en peregrinación hacia el Horeb, la montaña de Dios: “Fortalecido por ese alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb”. Elías parece desandar el camino del pueblo en busca de los orígenes de la fe. Para acercarnos y gustar del Pan de la Eucaristía tenemos que vencer todos los obstáculos desde la fe y confianza en Dios. Dios le dio a Elías pan para comer, y lo llenó de energía. Así también a nosotros en la Eucaristía.
En segundo lugar, el Evangelio me invita a purificar la fe de otros obstáculos mentales. La gente, que ha seguido a Jesús hasta ahora más por interés propio que por fe, lo empieza a criticar. No están listos para creer y seguir sus palabras, cuando les reprocha su prudencia humana y sus ideas preconcebidas. No es extraño a nuestra propia experiencia: tendemos también a elegir lo que nos gustaría o no nos gustaría creer. Jesús deja bien claro que la fe es un regalo de Dios: “Nadie puede venir a mí si mi Padre que me envió no lo atrae”. ¡Tenemos que sentir la atracción por Jesús! De lo contrario, cualquier tío-vivo, carrusel psicodélico o feria de la plaza nos llamará más la atención que este Pan de vida eterna.
Finalmente, y con la fe robustecida y purificada, entonces estamos preparados para comer de este Pan y nuestra alma tendrá vida; creceremos en fe, esperanza, amor a Dios; amor, justicia y solidaridad con los demás. Si comemos el Cuerpo de Cristo, no moriremos para siempre; viviremos para siempre después de la muerte, pues la Eucaristía es prenda de la gloria futura. La semana pasada contemplamos la Eucaristía como sacrificio; sacrificio incruento de Cristo, actualizado en la santa misa. Hoy damos un paso más: la Eucaristía también es prenda de la gloria final. El que la recibe como corresponde, vivirá para siempre. No quiere decir, lógicamente, que la recepción de la Eucaristía nos ahorre la muerte corporal. Nosotros comulgamos con frecuencia, y a pesar de todo un día moriremos. Acá se trata de la muerte espiritual, de la muerte eterna. El Pan que desciende del cielo nos libra de esa muerte y nos da la vida que no perece. Todo alimento nutre según sus propiedades. El alimento de la tierra alimenta para el tiempo. El alimento celestial, que es Cristo, Pan bajado del cielo, alimenta para la vida eterna. Nuestro Horeb es el cielo. Hasta allí, hasta ese umbral, nos acompañará el Pan bajado del cielo.
Para reflexionar: ¿Cuáles son mis motivaciones para recibir la Santa Comunión? ¿Disfruto de este banquete de la Eucaristía? ¿Cada día crece mi fe en la Eucaristía?
Para rezar: Gracias, Señor, por tu Eucaristía que no sólo nos acompaña en nuestra peregrinación al cielo, sino que, en cierto modo, ya desde ahora siembra algo de “cielo” en nuestro interior. Señor, dame conciencia de que en la Sagrada Comunión te recibo a Ti resucitado y glorioso; y me aplicas el fruto de tu Pasión y me comunicas el germen de tu resurrección. Me da alegría lo que me dice san Gregorio de Nisa: “al recibirte, me conviertes en principio de resurrección, frenando en Ti la descomposición de mi naturaleza”. Tú eres, Señor, el remedio de inmortalidad, como decía san Ignacio de Antioquía. Y yo lo creo.