Juan Luis Selma
"Algunos piensan que hay que prohibirlos, que son machistas, pero se debe a un mal mirar"
No olvidaré mi primera Semana Santa en Andalucía, hará ya más de 40 años, viendo la madrugá en Sevilla: ¡Trianeeraa! guapa, guapa, guapa, guapa y guapa!!! Me emocionaron los piropos a la Virgen, que son jaculatorias. Miles de personas aclamando a la Mujer, como la llamó su Hijo al regalárnosla desde la Cruz.
Hoy celebramos su Asunción a los cielos y en esta fiesta recordamos la hermosura de María. Belleza que es un compendio de lo divino y de lo humano, como pasa siempre entre los hombres, hijos de Dios. La Virgen guapa y santa. Divina y humana. Señora y cercana, llena de gracia y agraciada. Buena madre y esposa. Hacendosa y preocupada por los demás. Culta y sencilla. Con facilidad diseccionamos a las personas, hacemos como una caricatura que exagera algún gesto, pero así la desfiguramos. Hay que mirar todas las facetas de la joya para valorarla. Y solemos separar lo humano de lo divino. Pensamos que la dimensión espiritual, divina, no es esencial a las personas, y sí lo es. Creo que es mucho más hermosa una persona que además de tener belleza física tiene una buena dosis de bondad. Esa es la hermosura perfecta que celebramos en María. Y Dios así la ve, por eso no quiere que la estropee la corrupción del sepulcro y se la lleva al cielo en cuerpo y alma.
La fiesta de la Asunción nos recuerda que Dios quiso llevar junto así a su Madre en el instante de su muerte. Se la llevó toda entera, con su cuerpo. Fue un premio al sí definitivo a sus planes. Cumplió su misión. Un don que Dios quiere otorgar a todos sus hijos dispuestos a aceptarlo. También a nosotros nos espera el cielo, de momento para el alma, después con la resurrección de la carne, también el cuerpo. Tenemos que poner en valor lo corporal, que es parte de la persona. No somos sólo carne, pero somos carne. Y esa carne está destinada a la gloria.
Nuestro pueblo ama a la Virgen, San Juan Pablo al despedirse de esta tierra nos dijo: ¡Adiós tierra de María! La llevamos en el corazón, su imagen preside nuestros hogares. Es nuestro refugio. Nos enseña a amar, nos hace buenos. "María es una criatura como nosotros, con un corazón como el nuestro, capaz de gozos y de alegrías, de sufrimientos y de lágrimas". Así nos la presenta otro santo de nuestro tiempo, San Josemaría. Ella es el prototipo de la nueva criatura, del cristiano, de la mujer. "Todos somos sus hijos; ella es Madre de la humanidad entera. Y ahora, la humanidad conmemora su inefable Asunción: María sube a los cielos, hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo, esposa de Dios Espíritu Santo. Más que Ella, sólo Dios". Y como la queremos, la festejamos de mil modos y maneras, como en el día de hoy.
En este hermoso contexto quisiera traer a colación los famosos piropos. Algunos piensan que hay que prohibirlos, serían expresión de machismo, y puede que sí. Pero esto es debido a un mal mirar, a ver de modo parcial a las personas, a quedarnos sólo con las formas corporales. Hay otros modos de observar, podemos contemplar a la persona y no sólo la fachada: su historia, sus virtudes, sus relaciones, sus miedos y alegrías, su espíritu... Me comentaba un amigo hablando de otro: "éste parece más persona", y es que era educado, tenía valores, era un poco romántico, con ideales. Hay una belleza moral que nos hace más personas. Cuando contemplamos a alguien así, cuando lo que importa no es sólo el físico, los piropos no molestan. Es más, tendrían que ser más frecuentes. Admirar a la persona, a la imagen de Dios. Pienso que esta grandeza sólo nos la enseña Cristo, y el que le sigue de verdad sabe descubrir la verdadera belleza.
Educar la mirada y también facilitar esa mirada noble. En un grupo de niñas adolescentes una comentó: "veis cómo me miran los chicos, me siento muy molesta" y las demás le contestaron: "es que tú se lo pones fácil, a nosotras no nos miran así". No les faltaba razón. La nobleza del cuerpo merece un contexto adecuado, un cuidado, un respeto: "Se trata de respeto, decoro, de una valoración positiva de uno mismo, que es el resultado de la autoestima legítimo y del sentimiento de la propia dignidad. Este es el cuidado apropiado del cuerpo y de su propia imagen, que expresa en el exterior un cuidado y una belleza interior" dice el Papa Francisco.
En la fiesta de la Asunción vemos cómo Dios aplaude la belleza de la Mujer, es tan hermosa María que el cielo se viste de gala para recibirla. Y nosotros la llenamos de piropos: ¡¡¡guapa, guapa, guapa, guapa y guapa!!! y a Ella seguro que le gustan.
Juan Luis Selma, en diariodecadiz.es.